El amor de Dios es una infinita caja de sorpresas:

  • ¡Cuánto debió ser la apertura de Ezequiel al Espíritu de Dios para llegar a entender y a anunciar que Dios no sólo libera a su pueblo de la esclavitud, no sólo lo protege de sus enemigos, sino que su amor le lleva a abrir los sepulcros para llevarles a los cielos nuevos y a la tierra nueva!
  • ¡Cuanta es la fe, es decir, la confianza, del que, como el salmista, cree contra toda incertidumbre, y espera contra toda esperanza, y confiesa: “Mi alma espera en Señor, espera en su palabra, mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora”.
  • ¡Cuánta certeza contagia San Pablo, en su carta los Romanos, del poder de la Resurrección de Jesús, por el que el Espíritu de Dios en cada uno de nosotros es semilla de resurrección como la suya!
  • ¡Y qué humano nos muestra el Evangelio de San Juan a Jesús! Porque si la resurrección de Lázaro es el milagro más sorprendente del poder divino de Jesús, lo que le movió a hacerlo fue su humanidad, su llanto ante la muerte de su amigo, transido por el infinito amor de Dios.

¿Porqué entonces es tan sobrecogedora la resurrección de Lázaro?

  • No es un relato sobrecogedor por lo portentoso del milagro, que no es nada comparado con la promesa de una resurrección eterna, para siempre, ya que lo de Lázaro fue volver a la vida para volver a morir.
  • El amor misericordioso de Cristo por todos los hombres, es prenda de un milagro mucho mayor que, más allá de la razonable inmortalidad del alma, supone la resurrección del hombre entero, cuerpo y alma, glorificado, libre de la corrupción, del sufrimiento, y del desamor.
  • El relato de la resurrección de Lázaro es sobrecogedor porque nos revela el verdadero milagro que es el misterio de la Encarnación:
  • Por el que a través de los ojos humanos de Jesús, Dios ve el mundo que creó y mira a los ojos del hombre que hizo a su imagen y semejanza. Y al verlo es como si le devolviese al hombre su dignidad perdida, o le revelase el misterio insondable de su destino.
  • Por el que con sus manos, Jesús no puede evitar curar a ciegos, a sordos, a paralíticos con solo tocarles, porque es el amor de Dios quien no puede dejar de compadecerse por cada uno ellos.
  • Por el que a través de su corazón humano, cuando llora, es Dios quien llora en la tierra, no sólo en esta ocasión, por Lázaro, sino siempre que el hombre sufre, o es despreciado como lo fue él.

Conocí a Ana en Brasil, en las Fazendas de la Esperanza. El único centro de recuperación de toxicómanos del mundo donde un 85% se cura. El Papa Benedicto XVI estaba allí, porque en su viaje para clausurar la Asamblea General de los obispos iberoamericanos en Aparecida, quiso conocer las Fazendas, sabiendo que el Padre Hanss, un franciscano misionero alemán, había ideado un modo de sacar a los drogadictos de su infierno: el de crear con ellos comunidades en las que se vive el Evangelio.

  • Ana, que jamás conoció a sus padres, entró en el mundo de la droga como camello, para poder comer. Luego se hizo heroinómana, y más tarde, asesina por encargo para ajustar las cuentas de sus proveedores de la droga. Y llegó todo esto sin alcanzar la mayoría de edad.
  • Juzgada por un tribunal de justicia para menores, fue “condenada” a un largo proceso de rehabilitación, y alguien convenció al juez que sólo en las Fazendas podría salir de su infierno. Y así fue.
  • Ya rehabilitada, y mayor de edad, la propusieron ir a vivir a la otra punta del país. Pero ella había aprendido en las Fazendas algo más que como curarse. Había decidido, y así nos lo contó, volver a su ciudad natal, y una por una, ir a ver a las familias de sus víctimas, para pedirles perdón, a sabiendas de que ese paso pondría en peligro su vida.
  • Pero si algo había descubierto en las Fazendas de la Esperanza es que el amor es la fuerte que la muerte. Ella ya había muerto, y Cristo la había devuelto a la vida, la había dado una segunda oportunidad. Para ella el relato de la resurrección de Lázaro era el relato de su propia historia.

Señor: Enséñanos a aceptar, junto a todas nuestras limitaciones, que un día moriremos. Y que el anhelo por vivir no nos lleve a pedirte el milagro de no morir o de volver milagrosamente a la vida cuando la muerte nos sorprenda, sino a esperar en tu promesa de una resurrección como la tuya, y a confesar como la hermana de Lázaro que tu eres la luz, y la resurrección, y la vida.

HOMILÍA DEL DOMINGO V DE CUARESMA / CICLO A / 2014