“Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”, es decir, toda la Sagrada Escritura. La que hoy hemos proclamado y la que escuchamos cada domingo en la Santa Misa del Día del Señor.

  • Ya en el libro del Éxodo la revelación genuina del Dios que libera a su pueblo es clara y extremadamente insistente: al Dios compasivo lo que más le importa es que los hombres seamos compasivos los unos para con los otros.
  • No hay amor al prójimo más hondo del que nace del amor a Dios, del que, como el salmista, exclama, “yo te amo Señor, tu eres mi fortaleza” (salmo 17),
  • Y no es posible amar a Dios, verdadera y sinceramente, “servir al Dios vivo y verdadero” como dice San Pablo en su Carta a los Tesalonicenses, sino amando al prójimo.
  • Hasta los devotos judíos, que aún no han conocido la revelación máxima del amor de Dios manifestada en Cristo Jesús, tienen en el dintel de las puertas de sus casas la consigna que Jesús, interrogado por un fariseo, responde en el Evangelio que acabamos de escuchar: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser; y al prójimo, como a ti mismo”.

Han pasado ya tres años desde que el Papa Francisco nos mandó como pastor de la Iglesia en Madrid a monseñor Carlos Osoro. En la misa solmene con la que inició su camino con nosotros, no decía:

  • Al iniciar mi ministerio pastoral en Madrid, os invito a todos a acoger el amor de Dios y a regalar el amor de Dios a todos los que nos encontremos por el camino de nuestra vida”.
  • “La gran novedad que nosotros hemos de entregar y presentar es a Cristo mismo, que acoge, acompaña y ayuda a encontrar la buena noticia que todo ser humano necesita y ansía en lo más profundo de su corazón”.
  • “No defraudemos a los hombres en este momento de la historia, que puedan encontrar las puertas abiertas de la Iglesia, para que puedan percibir que envuelve su vida la misericordia de Dios, que no están solos y abandonados a sí mismos, que tengan la gracia de descubrir en qué consiste el sentido de una existencia humana plena, iluminada por la fe y el amor del Dios vivo: Jesucristo nuestro Señor, muerto y resucitado, presente en su Iglesia”.

Y nos explicaba cuál es el verdadero rostro, la verdadera identidad, la urgente misión de la Iglesia que peregrina en Madrid y que todos nosotros formamos:

  • Es la Iglesia que “escucha a todos los hombres y siente una preocupación especial por quienes están más abandonados y excluidos, por lo más pobres, entre los que se encuentran también quienes no conocen a Dios”.
  • Es la Iglesia que “desea regalar lo que el Señor daba y percibían los se encontraban con Él, que provocaba tal atracción”.
  • Es la Iglesia que “tiene que seguir regalando la desproporción, que es la que nos hace más humanos”.
  • Es la Iglesia que “les hizo ver a los discípulos cuando les pidió que diesen de comer a una multitud. Con la proporción de cálculos humanos, la que ellos tenían, cinco panes y dos peces, era normal que dijesen, desalentados, que no podían dar de comer a esta multitud. Y es entonces cuando aparece la desproporción de Dios, que toma en sus manos los cinco panes y dos peces y da de comer a la multitud; y sobró. Esta es la que tenemos que vivir nosotros. Y es que en manos de Dios todo es diferente, con su fuerza, su gracia, su amor, todo es distinto”.

Cuentan de Don Carlos que un día volviendo a pie de noche de una celebración parroquial a su casa, a la puerta se encontró a unos jóvenes un tanto ebrios haciendo un botellón que le increparon burlándose de él. Se acercó a ellos con gesto sereno y humilde y les dijo que no era su enemigo, sino su amigo, y que les invitaba a entrar en su casa. Se quedaron callados y aunque sorprendidos, no le hicieron caso. Pero uno de ellos volvió al día siguiente y preguntó por el obispo. Lo recibió y hablaron largo y tendido, y no una sola vez, sino muchas veces. Luego aquel joven entró en el Seminario. Este es don Carlos, nuestro obispo, un hombre de Dios, y por tanto un humilde testigo de su amor entre los hombres, sencillo, acogedor, y alentador. Él siempre dice que nuestro único tesoro es el Evangelio, y que este es “claro, diáfano, contundente, firme, esperanzador, realista… y cambia el corazón”.

 

HOMILÍA DEL DOMINGO XXX DEL TO (CICLO C) 26 OCTUBRE 2017