Infomadrid, 9-02-2022.- Hay ahora mismo en la tierra «una sed de verdad como jamás se había dado en la historia». Lo asegura el cardenal Osoro en su carta semanal, y añade: «Hay hombres y mujeres con necesidad de la vida verdadera», esa que «solamente se tiene cuando se vive desde la Verdad». Los apóstoles descubrieron en Jesucristo «la verdad de la persona humana», y quisieron contar esa verdad.

El hombre de hoy en día tiene también esa «urgencia de verdad», continúa el purpuirado; sin ella, destaca, «siempre hay muerte», no es posible la convivencia social, crece el utilitarismo, se implantan el cinismo y el relativismo… Frente a una crisis de verdad, «radicada en la crisis de fe», hay que retomar la confianza en la verdad. Y para el cristiano, asevera, «la Verdad es el mismo Jesucristo».

Texto completo de la carta

El momento y las circunstancias que vivimos los hombres en todas las latitudes de la tierra traslucen una sed de verdad como jamás se había dado en la historia, aunque disimulada muchas veces por una especie de renuncia a la verdad por el utilitarismo. Todos los acontecimientos, noticias, sucesos, sospechas que estamos viviendo necesitan verse desde una profundidad singular. ¡Qué bueno es contemplar los encuentros del Señor con los apóstoles! Todo lo que habían hecho y visto, se lo contaron al Señor. Hay hombres y mujeres con necesidad de la vida verdadera. Esa vida que solamente se tiene cuando se vive desde la Verdad.

El Señor nos pide también a nosotros que asumamos esa tarea: contarle todo lo que hacemos y todo lo que vemos. No son fáciles los momentos que vivimos, sobre todo si vivimos desde nosotros mismos. En su camino para anunciar el Evangelio, los apóstoles habían hablado de Nuestro Señor Jesucristo, de que Él era el Camino, la Verdad y la Vida. Seguro que los éxitos no habían sido muchos, pero se habían dado cuenta de las situaciones y necesidades de los hombres, del hambre y sed de verdad que tenían; también habían observado el escepticismo en el que muchos se situaban. Vieron los sufrimientos, los enfrentamientos y las incapacidades que por sí mismos tenían los hombres para encontrar salidas con luz. Ellos, como nosotros, habían descubierto en Jesucristo la verdad de la persona humana y quisieron comunicar esta verdad, no sin dificultades.

Ahora el ser humano tiene necesidad y urgencia de verdad, de vida verdadera, de sentido. Anhela una felicidad que le dan todos los descubrimientos que hizo. ¡Cuantas oscuridades tienen en su vida personal y social! Sin verdad siempre hay muerte; sin verdad no es posible la convivencia social; sin verdad no se encuentran perspectivas de salida ante los diversos retos que se plantean en la vida y la historia de los hombres; sin verdad crece el utilitarismo; sin verdad no hay fe; sin verdad se implantan el cinismo y el relativismo. Recordemos el escepticismo con el que Pilato dijo: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Es la pregunta de un escéptico que supone que la verdad nunca se puede reconocer y que, por tanto, hay que hacer lo que sea más práctico o tenga más éxito. Pilato está ante la Verdad que es Cristo, pero prefiere no verla, prefiere ocultarla y buscar su propia fortuna. Como mira solamente para sí mismo, trae la mentira, la muerte, el enfrentamiento. Para superar la crisis actual, hay que retomar la confianza en la verdad. Y para nosotros la Verdad es el mismo Jesucristo, para nosotros la Verdad tiene rostro, tiene modos y maneras de comportarse, de vivir, de ser, de actuar. Nuestra fe hace una oposición radical y decidida a esa especie de resignación que considera al hombre incapaz de verdad.

Qué tarea y qué empeño el de la Iglesia: difundir la Verdad revelada. Y todo para dar luz a la razón para que permanezca abierta a la sabiduría y a lo que son las verdades últimas, así como también a lo que tienen que ser los fundamentos de la moral y de la ética. Cuando descuidamos la verdad, toma posesión de todo el relativismo. Si no existe la verdad, el ser humano no puede distinguir el bien del mal. Esa Verdad es Cristo mismo, al que adoramos, a quien contemplamos, de quien vivimos, de quien nos alimentamos. La expresión más grande de la verdad es el amor manifestado en Cristo y que nosotros contemplamos en el Crucificado.

Tomar conciencia del momento que vivimos, decirle a Cristo lo que hemos hecho y visto, es manifestar con claridad el núcleo de la crisis que estamos padeciendo: estamos viviendo una resignación ante la verdad. Hay una crisis moral que tiene sus manifestaciones en todos los campos de nuestra vida y de nuestra existencia, pero la crisis moral tiene su origen en la crisis de verdad. El ser humano no quiere saber quién es, a quién se debe, qué camino tiene que recorrer, qué opciones fundamentales tiene que hacer. Y necesitamos la verdad, pero tenemos miedo a que la fe en la verdad nos lleve a la intolerancia. Precisamente es todo lo contrario: la intolerancia llega a la vida cuando nos falta la verdad. La verdad objetiva es la única base para que exista cohesión social, porque la verdad no depende del consenso, sino que lo precede y hace posible y genera auténtica solidaridad humana. La crisis de verdad está radicada en la crisis de fe. Solamente mediante la fe damos libre asentimiento al testimonio de Dios que nos dice: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

Siente y descubre que Dios nos acompaña en el camino de la vida, que llama a nuestra puerta, que se acerca a nuestra vida, que nos toma consigo, que nos hace vivir en esperanza, que nos invita a conversar con Él, a comprender lo que sucede con los gestos de amor que tiene con nosotros.

Con gran afecto, os bendice,     

+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid