VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B): Sin Comunión no hay cristianismo

PARA MADRID:

SUBSIDIO LITURGICO DOMINGO POR LA COMUNIÓN 2021 PARA SACERDOTES

SUBSIDIO LITURGICO DOMINGO POR LA COMUNIÓN 2021 PARA FIELES

Génesis 2,18-24; Hebreos 2,9-11; Marcos 10,2-16

DOMINGO DIOCESANO POR LA COMUNIÓN ECLESIAL: Sin comunión no hay cristianismo

1.- La comunión no es una conquista del ser humano, fruto de su empeño y voluntad, aunque estas puedan siempre ponerse a su servicio para no perderla o para recuperarla cuando esta haya menguado. La comunión es un regalo de Dios, un don de su infinita e inmerecida gracia, que se manifiesta en primer lugar en la misma creación. Como hemos escuchado en la lectura del Génesis, “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2, 18). Fuimos creados para estar en relación, de alguna manera para depender unos de otros, para necesitarnos unos a otros, para confiar unos en otros, y para el amor mutuo, para amarnos los unos a los otros.

2.- La familia, fundamentada en el matrimonio, es el primer ámbito que se nos ha dado para vivir en comunión. Así lo quiso Dios desde la creación al sentenciar -como acabamos también de escuchar en la primera lectura- que “abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2,24), de tal suerte que su fecundidad dé origen a la fraternidad, cuando los padres alcanzan a ver, como hemos cantado con el salmo 128, a “los hijos de sus hijos”. Y así Jesús confirmó como en los planes de Dios la unidad matrimonial, signo y germen de la unidad humana, fuera valorada y protegida: “lo que Dios unió, que no lo separe el hombre” (Mc 10, 9), como se nos acaba de proclamar en el Evangelio. Ya que, como nos ha recordado la Carta a los Hebreos, para que todos los hombres nos reconociéramos hermanos, haciéndonos con Él hijos de Dios, hijos en el Hijo, Él se hizo nuestro hermano, y “no se avergüenza de llamarnos hermanos” suyos (Heb 2, 11).

3.- Pero a partir de esa primera escuela de comunión que es la familia encontramos a lo largo de la vida innumerables ámbitos humanos y sociales que se nos presentan como ocasiones irrenunciables para vivir la comunión: todos los espacios donde nos relacionamos y compartimos nuestra vida con los otros (de amistad, de trabajo, de corresponsabilidad cívica, etc…). De entre todos ellos el más importante es la Iglesia, sacramento de unidad del género humano, que Cristo mismo nos dejó como signo y seña de su seguimiento: “en esto reconocerán que sois discípulos míos, en el amor que os tengáis los unos a los otros” (Jn 13, 35); y como su más profundo e incomparable anhelo: “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

4.- Al celebrar hoy en Madrid el domingo por la comunión eclesial, tomamos conciencia de que, como el Señor nos enseña, sin comunión vana es la misión, o como se nos ha propuesto como lema de esta jornada, “Sin comunión, no hay cristianismo”. Y no puede haber mejor manera de emprender un nuevo curso pastoral, con todos sus grupos y actividades, qué bajo la roca firme de la comunión, pues si nuestros planes no se conforman según Dios quiere y nos propone en su Palabra, los vientos y las tempestades de este mundo los arruinarán, como nos enseña la comparación evangélica entre la casa construida sobre roca o sobre arena (Cf. Mt 7, 21-29)

5.- Tanto es así, que no solo nuestra diócesis, sino todas las diócesis del mundo, se unen en este mes al Papa Francisco para iniciar la fase diocesana de la Asamblea General del Sínodo de los obispos sobre la sinodalidad, esa manera de vivir la Iglesia, en la Iglesia y con la Iglesia que consiste en “caminar juntos”, al unísono, en cordada, escuchándonos y acogiéndonos de tal forma que en todo sea Jesús en medio de nosotros quien nos presida (Cf. Mt, 18,20), y el Espíritu Santo por Él prometido quien nos proteja, guíe y oriente (Cf. Jn, 14,26). Nuestra parte no es baladí, pues como nos recuerda tantas veces nuestro arzobispo, si no renovamos con el Señor nuestro impulso misionero, encerrándonos en nosotros mismos, promoveremos sólo el mal de la murmuración y la desunión; y a la par, si no afianzamos la unidad en el Espíritu, nuestra misión podrá ser aparentemente muy prometedora, pero al ser la nuestra y no la suya, no dará ningún fruto y será piedra de escándalo y de confusión.

6.- Tomemos como ejemplo de este anhelo y de esta búsqueda por la comunión a nuestro San Francisco de Borja, que hoy la Iglesia conmemora: fortaleció su comunión eclesial, tanto con sus hermanos de la Compañía de Jesús como con los papas de su tiempo desde la virtud de la humildad y el desapego de todos sus títulos, honores y posesiones, y fortaleció la misión de la Iglesia afianzando y ampliando como general de la Compañía de Jesús las misiones jesuíticas por todo el mundo conocido. Y allí donde fuese, entre nobles o entre pobres, transmitía confianza y generaba comunión.

PARA FUERA DE MADRID:

HABLA LA PALABRA: Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre

Frente a una cierta comprensión ególatra del matrimonio, que no sólo esta en las antípodas del matrimonio entendido desde el amor cristiano, sino también de cualquier comprensión verdaderamente humana y natural del matrimonio, es lógico que la Palabra de Dios resulte escandalosa:

  • Escandaliza el libro del Génesis:
    • Primero, por decirnos que el hombre es criatura de Dios, y por tanto nunca dueño y señor de si mismo.
    • Y segundo porque, cuando se unen un hombre y una mujer lo hacen para ser uno en sus cuerpos y en sus almas, y no para hacer un negocio que dependa del equilibrio en la oferta y la demanda de las mutas expectativas entre los contratantes.
  • Escandaliza la imagen de familia que ofrece el salmo 127: padres e hijos alrededor de una mesa, pidiendo la bendición de Dios.
  • Escandaliza la Carta a los Hebreos, que nos muestra a Cristo, modelo de la humanidad nueva, como aquel que se sacrifica por amor al Padre y a todos los hombres, sus hermanos.
  • Y escandaliza sobre todo Cristo mismo en el Evangelio, al decir que “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

HABLA EL CORAZÓN: La imagen que la cultura dominante tiene del matrimonio

Ya sabemos cuál es la imagen que la cultura dominante tiene del matrimonio cristiano: la de una relación asfixiante y opresora, cuando no oscurantista y machista.

  • En los libros de texto escolares más utilizados tanto de Ciencias Sociales como de Educación para la Ciudadanía, al matrimonio cristiano se la llama “tradicional”, y se ilustra el texto con fotografías de familias tristes en blanco y negro, de los años 50 del siglo pasado.
  • En la página siguiente se exponen las bondades de las familias modernas, que van acompañadas de fotografías en color de todo tipo de parejas sonrientes que parecen sacadas de un anuncio de productos dentífricos. Y como está dirigidos a los niños, se eluden las teorías sobre la gran atadura que supone tener hijos.
  • Y en las conversaciones habituales sobre el matrimonio, el pensamiento único impone tres dogmas que si los ponemos en duda, o incluso si argumentamos sobre el tema sin mencionarlos de algún modo, pasamos a ser herejes sociales, a pagar la pena del ostracismo y a ser objeto de maledicencia:
  • Que el matrimonio es una opción meramente sentimental que debe durar únicamente lo que dure el sentimiento.
  • Que el sentimiento depende de la satisfacción personal inmediata que el otro proporciona, y repele el sacrificio.
  • Y que, en consecuencia, también vale para el matrimonio el sacrosanto principio de que arrepentirse es enfermizo y pedir perdón es humillante.

HABLA LA VIDA: Confío en el amor que Dios les profesa

Dado este contexto, os confieso que cuando, al celebrar una boda, digo estas palabras (“lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”), tras el consentimiento solemne por el que los novios pasan a ser esposos, me tiemblas las piernas.

  • La estadística me dice que siete de cada diez matrimonios fracasan en Madrid. Pero no pierdo la esperanza en cada uno de ellos. Confío en el amor que se profesan, y sobre todo en el amor que Dios les profesa.
  • Y pienso que, en caso de ruptura, en no pocos no habrá habido realmente matrimonio, porque no estaban preparados para ello, por la educación recibida y la presión social a la que están sometidos.
  • Y pienso que como Iglesia habrá que estar con ellos en las duras como en las maduras. Y si los hemos acompañado en sus gozos y esperanzas, habremos de hacerlo en sus angustias y tristezas.
  • Y entiendo que el Papa Francisco no sólo piense en las familias que son un testimonio de su fidelidad y de apertura a la vida, sino también en todas aquellas situaciones que nos hemos acostumbrado en la Iglesia a situar como “situaciones marginales” (carencias educativas, desempleo, dependencias, enfermedades, abandono, violencia, pobreza).
  • Y me doy cuenta de que no hay contradicción en defender la indisolubilidad del matrimonio, y la misericordia para con los que fracasan, porque la misma misericordia que Cristo propone a los esposos para que la vivan entre ellos, es la misericordia de Dios para con todos, la de una alianza de amor con los hombres aún mucho más indisoluble.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.