SEXTO DOMINGO DE PASCUA: SE NOS HA DADO EL AMOR

Hechos 8,5-8.14-17; Pedro 3,15-18; Juan 14,15-21

HABLA LA PALABRA: El poder del amor

1.- Las lecturas de hoy nos muestran el gran poder que tiene para el hombre y para la historia el amor de Dios:

  • Los Hechos de los apóstoles nos lo muestran manifestado en la acción transformadora de los primeros cristianos.
  • El salmo 65 nos recuerda los prodigios del amor de Dios en la historia del pueblo liberado de Egipto.
  • Pedro, el apóstol, nos recuerda que el amor de Dios pasa por la cruz, por la entrega. No hay amor sin sufrimiento. También así ha de ser el amor del cristiano.
  • Y Jesús, al decirnos que guardemos sus mandamientos, lo hace prometiéndonos el Espíritu Santo, el espíritu del amor entre el Padre y el Hijo, ese amor que nos ha regalado y que quiere que lo vivamos entre nosotros.

HABLA EL CORAZÓN: El amor pleno

El amor cristiano es sólo pleno cuando, como dice san Pablo, “se consuma en la unidad”. Jesús nos propone de hecho en el Evangelio tres grados en el amor:

  • Amar al prójimo como a nosotros mismos (medida bien alta): “Ama al próximo como a ti mismo” (Mt. 32,29);
  • Amar a los demás como él nos ha amado (dispuestos a dar la vida): “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn. 13,34).
  • Y amarnos recíprocamente, para lo que es necesario la conjugación de más de una voluntad. Es el verdadero amor de las familias, de las comunidades cristianas: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn. 13,35).

Es el deseo máximo de Jesús en su oración sacerdotal en el Huerto de los Olivos: “Que todos sean uno como tu y yo somos uno” (Jn. 17, 21). Y es el amor que por si mismo trae la presencia de Cristo, porque “donde dos o tres estén unidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,20). Por eso decimos que donde hay amor, ahí esta Dios.

  • Estamos llamados por tanto a un amor infinito, a un amor muy grande, a un amor que de sentido a la vida, a un amor que nos lleve al compromiso con los demás, sobre todo con los más necesitados, con los más prójimos, a un amor que nos haga ser cada día más como Dios nos ha soñado desde toda la eternidad.

HABLA LA VIDA: Sembraron amor

Finales del siglo XI. Isidro nace en la aldea Mayoritum, hoy Madrid. De padres muy pobres, se queda huérfano a los pocos años. Sembrar, arar, barbechar, limpiar y podar vides o levantar la cosecha es su trabajo. Sus compañeros le acusan de que lo descuida por estar embebido en la oración. El santo con paciente humildad soporta la calumnia, pero defiende su dignidad con entereza. La conquista árabe llega a Madrid. El miedo obliga a abandonar la villa. Sube a Torrelaguna donde conoce a María y se casa con ella. Un rico labrador le encarga cultivar sus fincas. Era costumbre que el señor entregase como salario a sus criados unas parcelas de tierra, el pegujal. Trabaja su pegujal pero el avaro dueño se lo reclama. «Tomad, señor, todo el grano. Yo me quedaré con la paja» es la única respuesta que puede darle. El poco trigo que entre la paja había quedado, se multiplica milagrosamente con pasmo de todos.

María es cristiana recia, amante del trabajo y asidua en la oración. Se santifican juntos y tienen un hijo. Durante un tiempo los esposos desean consagrarse más a Dios, y deciden vivir separados. Vuelven a Madrid. Juan de Vargas, encandilado por sus cualidades, los pone al frente de sus riquísimas posesiones en Atocha, Carabanchel, Getafe, Móstoles, y a las orillas del Jarama y del Manzanares. Compartían con los pobres lo poco o mucho que tenían. Un día la olla se quedo vacía cuando llego el último hambriento. Isidro no lo sabía. María sí; pero no duda en abrirle la puerta. La olla se llena milagrosamente. El pobre recibe su alimento caliente y abundante. Isidro será declarado patrono de todos los agricultores. El matrimonio, patronos de Madrid. San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza no hicieron nada extraordinario, pero sembraron en la tierra una cosecha de eternidad, sembraron el amor.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de Madrid