Hoy la palabra clave no es pobreza o riqueza, sino libertad:

  • La libertad que se encuentra al descubrir que la sabiduría de Dios vale más que cualquier riqueza (de la que nos habla el libro de la Sabiduría),
  • La libertad que nos da querer seguir la palabra de Dios que nos corrige y nos exige siempre (de la que nos habla el libro de los Hechos),
  • Y la libertad que no tuvo el joven rico, por la que quedó encerrado en su tristeza. Porque, ¿después de fruncir el ceño e irse pesaroso al dar la espalda a Jesús, volvería aquel joven a sonreír en su vida?

Las palabras de Jesús siguen suscitando en nosotros las mismas preguntas que suscitaría en los apóstoles:

  • ¿De verdad es tan difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos?
  • Lo que le pide al joven rico, ¿se lo pide sólo a él y a unos pocos con vocación (por ejemplo, contemplativos o misioneros) o se lo pide a todos?
  • En todo caso, Jesús nos pide que seamos pobres materialmente o, como rezan las bienaventuranzas, pobres de espíritu? Algunos dicen: o sólo “pobres de espíritu”, como si fuese más fácil ser pobre de espíritu, o como si se pudiese ser pobre de espíritu y rico en cosas, beneficios y honores fácilmente.

Vayamos por partes:

  • Jesús no se refiere sólo a unos pocos, aunque sólo a unos pocos si sea la llamada a dejar casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos y tierras por él y por el Evangelio. Jesús se refiere a todos, porque quiere que todos gozamos de la libertad verdadera y de la auténtica alegría.
  • Donde Jesús establece la diferencia de nivel está entre el cumplimiento de los mandamientos y su seguimiento. Con el cumplimiento de los mandamientos podríamos llegar a merecer el premio eterno, pero con el seguimiento de Cristo recibimos seguro además el premio ya en esta vida, el ciento por uno, y eso no es un bien reservado para unos pocos.
  • Todos estamos llamados a “post-poner” toda riqueza ante el tesoro escondido que es Dios mismo. Y post-poner no es sólo no dejarse encadenar por las riquezas terrenales, sino que de algún modo todos estamos llamados a ponerlas real y físicamente en un segundo lugar, como nos explica en la Parábola del que vende todo para comprar el campo donde encontrar el tesoro escondido. Post-poner significa alcanzar la libertad, que es en lo que consiste la verdadera pobreza, de espíritu y también de posesiones y apegos.
  • No pocos recurren a un gran padre de la Iglesia, del siglo III, San Clemente de Alejandría, sacando de su contexto la idea de que si todos vendiesen sus bienes no habría con que atender a los pobres.
  • Claro que, aunque aún así habría pobreza (mucho menos, pero habría pobreza), también es verdad que cuando seguro crece la pobreza es cuando crece la avaricia y la indiferencia (las crisis económicas nacen de excesos de avaricia), y disminuye la cultura del encuentro, la solidaridad, la generosidad.
  • Pero, ¿qué decía en realidad San Clemente de Alejandría (en la foto)? Leo literalmente el párrafo clave de su famosa homilía:

Es verdad que quien posee algo (…) ese no es esclavo de lo que posee, ni lleva esas posesiones siempre en su alma, ni en ellas se organiza y circunscribe su propia vida, y si debe privarse de esas posesiones, es capaz de soportar con el mismo ánimo sereno su privación, lo mismo que antes gozó de su abundancia. Pero el que lleva en el alma la riqueza, y en vez del Espíritu de Dios lleva en el corazón oro o un campo, y hace siempre desproporcionada la riqueza, y en cada momento mira a tener más, inclinando hacia lo de abajo y atado a los lazos del mundo, siendo tierra y destinado a volver a la tierra, ¿cómo es posible que ese hombre desee y se preocupe del reino de los cielos?

  • ¿Y donde está el límite entre la riqueza a tener aún en el desapego, y la riqueza a la que es imposible no estar apegado? El Papa Francisco dice que hay tres pobrezas: la de la miseria, la del alma, y la del cristiano. Dios no quiere ni la primera ni la segunda, pero desea que todos alcancemos la tercera. Cada uno habrá de buscarla y de encontrarla. Pero si que hay un límite, el que ya pusieron los padres de la Iglesia contemporáneos a San Clemente de Alejandría y que San Juan Pablo II llamaba la “Hipoteca de Dios”: no es mío lo que me sobra y en cambio a otro le es necesario para poder vivir.

Sírvanos, para acoger la Palabra de hoy, esta oración del sacerdote y poeta Antonio López Baeza:

SEÑOR JESÚS, que dijiste: 
Bienaventurados los pobres en el espíritu,

porque de ellos es el Reino de los cielos:
¡cómo te agradezco que hayas abierto en la Pobreza
el camino de la Sabiduría y de la Libertad!
Los pobres en el espíritu aman la vida por la vida, 

y creen en el amor por el amor.
Los pobres en el espíritu no quieren ser más de lo que son,
y aceptan ser lo que son, sin comparaciones, apariencias ni disimulos.
Los pobres en el espíritu se saben deudores de todos,
y servidores de todos al mismo tiempo.
Los pobres en el espíritu reconocen sus límites y carencias
como llamada constante a tener necesidad del “otro”.
Y, sobre todo, los pobres en el espíritu
han descubierto en su propio corazón un vacío de tamaño tal
que sólo puede llenarlo la experiencia de un amor
infinito, universal, eterno y gratuito.

HOMILÍA DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO