VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): SALVAR LA VIDA 

Jeremías 20, 7-9; Romanos 1-2; Mateo 16, 21-27

HABLA LA PALABRA: La única vocación

La Palabra de Dios de este domingo nos habla de la llamada, de la vocación. No de la vocación a ser sacerdote, o a ser religioso o religiosa, o a ser un misionero que lo deja todo para ir al fin del mundo, o al matrimonio, que no es menos exigente que las otras. Si, también de cada uno de los que ha recibido esa llamada, pero no por su vocación específica en la Iglesia, sino por su vocación cristiana, la que nace del bautismo, la que nace de habernos configurado con Cristo para siempre y nuestra vida ya no es nuestra sino suya.

  • Y aunque estemos tentados de huir de esta llamada, persuadidos de que sin Dios seremos más libres, lo cierto es que como el profeta Jeremías, la llamada de Dios es en nuestras entrañas “fuego ardiente”, porque sin ella estaríamos, a la postre, arrojados al abismo.
  • Por eso la respuesta más inteligente es buscar al que nos llama (“mi alama está sedienta de ti, Señor, Dios mío” hemos rezado con el salmo 62); y escuchar y secundar esta llamada: dejarnos renovar por él para poder “discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”, que nos dice Pablo en su carta a los Romanos.
  • El Hijo de Dios vivo, hecho carne para entablar este diálogo de “llamada y respuesta”, tras tres años abriendo los ojos de sus discípulos a la verdad con mayúsculas del misterio de Dios y del misterio del hombre, en camino al Jerusalén de su pasión, se lo dejo muy claro: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará”.

HABLA EL CORAZÓN: La dignidad humana

¿Os habéis preguntado alguna vez dónde radica nuestra dignidad humana?

  • Gracias a Dios mantenemos por nuestras raíces cristianas un alto concepto de la dignidad de la persona humana, como principio incluso de la ley positiva. Pero, ¿en donde la fundamentamos? ¿Es fruto de un consenso? ¿O parte de una visión concreta del ser humano, como creaturas de Dios amados por él?
  • No es fácil mantener el respeto a la dignidad humana como premisa moral, sin reconocer esto: que Dios nos ama a cada uno personalmente, que ha soñado con cada uno de nosotros desde la eternidad, que nos ha dado la vida, y que nos ha arrojado a este mundo llamándonos, por nuestro nombre, a algo: la llamada, la vocación, no es algo ni exclusivo de unos pocos ni secundario en nuestra vida, sino que es lo que conforma nuestra dignidad: soy digno porque quien me creo me hizo digno de si.

HABLA LA VIDA: María Jesús y José María

No es la primera vez que María Jesús y José María tienen que atender un parto de emergencia de alguna mujer que vive en la montaña. En esta ocasión sola y abandonada. Y ya de noche, vuelven a El Negrito, el poblado en el que viven a 300 kilómetros de Tegucigalpa, en Honduras, en un coche todo terreno que les ha enviado Manos Unidas. Llegan tarde a su casa, que se costearon con el poco dinero que se pudieron traer de Madrid. No tienen luz ni teléfono en todo el pueblo.

Mañana les espera un día largo de trabajo. Tienen que abrir las dos escuelas que llevan, junto con otros misioneros seglares; una para pequeños y mayores, para que aprendan a leer y a escribir, la otra, de formación profesional, con talleres de todo tipo: carpintería, ebanistería, imprenta, corte y confección, etc… Pero les esperan también otros proyectos en marcha, como la construcción de otro silo para el grano, o reorganizar los alimentos para poder distribuirlos entre los niños, muy desnutridos.

Al caer la noche, si no tienen que atender otra urgencia, se encontrarán en casa de uno de los catequistas, con gentes de todo el poblado, para leer juntos la Biblia, y dar juntos gracias a Dios. Ellos podían haberse quedado en Madrid. Tenían trabajo, y un futuro económicamente mucho más prometedor. Pero este matrimonio, con sus dos hijas nacidas ya en Honduras, han tomado una decisión muy clara en sus vidas: encarnar de modo totalitario esa opción por los últimos que es de toda la Iglesia, y de todos en la Iglesia.

Han tendido claro cual es la vocación a la que Dios les llamaba, que antes que ser la de una familia misionera, es la de un matrimonio cristiano, que ha descubierto el modo concreto que Dios les pedía para salvar su vida, es decir, para seguir el consejo de Jesús: Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis (Madrid)