12 de junio de 2016: HOMILÍA DEL XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO /CICLO C

1.- Las lecturas de hoy son mucho más que un canto a la misericordia de Dios, son una ventana que nos abre al misterio insondable, jamás entendido y admirado por el hombre, de la misericordia de Dios. 

  • La primera lectura y el salmo nos hablan de la certeza del perdón de Dios: Si en el segundo libro de Samuel el profeta Natán le dice al Rey Davíd: “El Señor ha perdonado ya tu pecado. No morirás”, en el salmo 21 el salmista confiesa: “tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
  • En su carta a los Gálatas, San Pablo nos ofrece una de sus sentencias más conocidas, y más importantes: “Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús”:
  • Lo cual no significa que a Dios no el importe que cumplamos sus mandamientos. Significa que aún cumpliéndolos no podemos exigirle nada, porque todo lo que somos y esperamos es pura gracia suya. Sólo su amor nos justifica. Por eso concluye: “si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil”.
  • Si pudiéramos exigirle algo a Dios, creernos tan perfectos como para no esperar nada de Él, no habríamos ni entendido ni aceptado lo esencial de la Buena Noticia de Dios para los hombres que Cristo nos trae: la buena noticia de su misericordia infinita.
  • La interpretación de esta teoría paulina de la Justificación ha divido a los católicos y a los hijos de la reforma protestante durante siglos. El que hoy la teología católica y la protestante lo expliquen igual, y reconozcan falta de comprensión mutua en el pasado, es un monumento a la pobreza humana: ¡divididos por ser mutuamente inmisericordes a la hora de entender juntos la misericordia!
  • Y Jesús, en el Evangelio, nos abre de par en par el corazón de Dios.
  • Nosotros juzgamos a los demás por sus actos, por su trayectoria, por sus equivocaciones. Dios mira el corazón, busca al pecador, su arrepentimiento, su humildad.
  • La Iglesia siempre ha predicado que en el juicio final nos llevaremos muchas sorpresas. Pero en realidad será la misma sorpresa que se llevo el fariseo anfitrión de Jesús: “Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume”. Y esta tentación farisaica reaparece siempre. Por ejemplo, ¿No es fariseísmo manifiesto el rechazo de tantos “cristianos de bien” a la misericordia del Papa para con los cristianos que viven en situaciones familiares llamadas irregurales?

2.- ¿Nos desconcierta también a nosotros esta respuesta de Jesús?

  • Ojala sea así. Porque no sólo el fariseo quedó desconcertado. También todos los demás comensales. También la mujer arrodillada ante Él.
  • Pero al mismo tiempo que nos desconcierta nos atrae. No es tan difícil entender el corazón de Dios. Todos anhelamos desde siempre, buscamos, rezumamos, esta mirada misericordiosa de Dios.
  • En la liturgia del sacramento de la Reconciliación hay una antífona final de despedida del penitente, tomada de la última frase de Jesús: “Porque mucho has amado, mucho se te ha perdonado”. Y es que no ama el que hace muchas cosas, sino el descrito por las bienaventuranzas:
  • el que llora de asombro, de alegría, porque no le cabe en el alma el agradecimiento por el amor de Dios, y de los demás;
  • el que tiene siempre en su mente, en su corazón, en sus labios, la petición de perdón, a Dios y a los demás, porque es humilde, es decir, ha encontrado la verdad, que su grandeza está en su pequeñez, donde se manifiesta la grandeza de Dios.

3.- Un Cardenal de la Curia Romana amigo mío me contaba como un oficial le había quitado una petición de perdón al transcribirle una carta. “Es que, le explicó, un Cardenal no pude pedir perdón por escrito”. ¡Cuantas tonterías nos inventamos, le dijo el Cardenal. Por escrito y a gritos si hace falta. Es más, es lo primero que tengo que hacer como cristiano: dar gracias, y pedir perdón!

  • Pero hay un secreto para poder perdonar, como lo hay para poder amar: solo podemos amar si nos sabemos amados por Dios. Sólo podemos perdonar si nos sabemos perdonados por Dios.
  • Dice el Papa Francisco que su exhortación apostólica Amoris Laetitia sobre la familia: “Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros”.