FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO: PEDRO ROCA, PABLO ESPADA

 Los dos hicieron nacer la Iglesia

En los textos de la Sagrada Escritura en esta fiesta de San Pedro y San Pablo, nos encontramos con los perfiles de estos dos hombres providenciales, con los que Dios impulso el nacimiento de la Iglesia:

  • “Pues era verdad”, dice Pedro al cerciorarse de que lo que le ha pasado no ha sido un sueño: de verdad ha sido un ángel quien le ha liberado de la cárcel.
  • ¿No quisiéramos todos terminar nuestras vidas con una confesión como la de Pablo en su segunda carta a Timoteo? Se trata de la más verdadera y la más bella de las aspiraciones: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida”.
  • Y Jesús, en el Evangelio, nos hace la pregunta más importante de nuestra vida: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”.

Los dos vencidos por Dios

  • Rendirse ante la verdad: El relato de los Hechos de los Apóstoles que hemos oído tiene valor por si mismo en la Historia de la Salvación, por la misión a la que el Apóstol Pedro ha sido llamado por Jesús. Pero también tiene una lectura que trasciende ese contexto, y que tiene que ver con la experiencia cristiana de cada uno de nosotros: ¿Cuántas veces también nosotros decimos “pues es verdad” cuando vemos actuar la providencia de Dios en nuestras vidas? Desde luego en la vida tanto de Pedro como de Pablo, como en la de todo cristiano, este pregunta representa la percepción de que la vida es una “divina aventura”, que en tanto en cuanto nos fiemos de Dios, él lleva adelante por caminos para nosotros insospechados.
  • La experiencia de haber sido salvados, que es la gran experiencia vital tanto de Pedro como de Pablo, consiste en saberse salvados del error, salvados de la mediocridad, salvados del sin sentido, salvados de tantas formas de esclavitud, y salvados de la muerte, es la experiencia que hemos reconocido con el salmista: “El Señor me ha librado de todas mis ansias”, es decir, me ha librado no sólo de los enemigos de fuera, sino de lo que ellos pueden llegar a hacer dentro de mi, en la consideración de mi propia dignidad y destino, y por tanto de mi mismo.
  • El combate de Pablo: ¿Cómo lo ha hecho?, cabría preguntarnos: Pues precisamente por lo que en seguida también confiesa, y que todos nosotros estamos en condiciones también de confesar: Porque “el Señor me dio fuerzas”, porque “me libró de la boca del León”, y porque “seguirá librándome de todo mal”.
  • La confesión de Pedro, respondiendo a Jesús, es la confesión de la Iglesia: la tuya y la mía, pero que como Pedro y Pablo, es necesario encarnarla en la vida.
  • Es decir: no nos vale la respuesta del catecismo. No es una pregunta que se responde con la memoria, como quien contesta a la pregunta de un examen de historia, sino que se responde con la palabra y con el testimonio, jugándonos siempre, en ambos casos, toda la vida.
  • A Jesús no le interesa saber por nosotros que dicen los demás de él. Su primera pregunta es retórica. La pregunta fundamental es: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? ¿Y tú, quien dices que es Jesús?

 Los dos pusieron su confianza en el Señor

Simón, hijo de Juan, pescador de Betsaida, al este del mar de Galilea, puso su confianza en Jesús, que lo llamó a seguirle, y respondió con un sí valiente y generoso. Le costaba entender el modo de ser del Maestro pero fue cambiando su forma de pensar para seguirlo.

Pablo de Tarso, joven judío que había asistido al martirio de Esteban, el primer mártir cristiano, destacaba por la tenacidad con que perseguía a la Iglesia. Tras su encuentro con Cristo resucitado, Pablo cambió. Tras unos días en Damasco, donde fue bautizado, Pablo empezó a anunciar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Sus viajes misioneros le llevaron por todo el Mediterráneo, afrontando duras pruebas hasta su martirio en Roma.

Demos pues gloria a Dios por el don de Pedro y de Pablo, y de la mano de un viejo himno digamos: “Pedro roca, Pablo espada. Cristo tras los dos andaba: a uno lo tumbo en Damasco, y al otro lo hirió con lágrimas. Roma se vistió de gracia, crucificada la roca, y la espada muerta a espada. Amén”.