Dos son la figuras principales del Adviento: Juan Bautista y la Virgen María. Si el pasado domingo nos dejábamos llevar por Juan Bautista al desierto de la espera del Salvador, en este cuarto domingo de Adviento somos convocados a seguir a María, la madre de Dios desde el momento de la Encarnación, cuyo relato acabamos de proclamar. En las lecturas de hoy, de hecho, podemos encontrar el sentido profundo de algunas de las letanías con las que cantamos a María:

  • Arca de la Alianza: ¿Quién le iba a decir al profeta Natán cuando el Rey David le preguntó porqué el Arca de la Alianza estaba en una tienda, mientras él vivía en casa de cedro, que Dios en persona volvería en el seno de una Virgen a nacer no en una palacio, sino en un establo? En la Nueva Alianza es María el arca que alberga, hasta dar a luz, al Salvador.
  • Casa de Oro. De respuesta el Señor a través de Natán, tal y como nos narra el segundo libro de Samuel, le contesta a David: “¿Eres tu el que va a construir una casa para que habite en ella?”. ¿Quién le iba a decir a David que el templo de la Nueva Alianza sería también el seno virginal de una hija de Sión? María es la casa de oro, el hogar de Dios en la tierra.
  • Madre de Misericordia. Jamás el salmista, aun inspirado por el Espíritu Santo, alcanzó a saber a que fidelidad y misericordia divina se refería cuando entonó el preciosos salmo 88. Iba a ser la fidelidad y la misericordia de un Dios que por amor tomaría nuestra condición humana. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo único”, dirá San Juan. Jesús es, en persona, la Misericordia de Dios. Y María, la madre de la Misericordia.
  • Causa de Nuestra Alegría. María ha sido la portadora de la noticia más dichosa de la historia. En ella se ha revelado, como dice San Pablo en su carta a los Romanos, “el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos (…) para traer a todas las naciones al Dios eterno”.
  • Virgen Fiel. Así se nos muestra en el relato de la Anunciación del Evangelio de Lucas: “He aquí la esclava del Señor”. Su “fiat” a la voluntad de Dios Padre hace posible la Encarnación de su Hijo.
  • Espejo de Justicia. María, después de la Anunciación, va a Ain Karém, donde entona el Magnificat, para todos los que esperan al Sol de justicia.

Pero, ¿Sabéis cuál es la mejor letanía de María? Pues sencillamente esta: “Madre”. Dirigiéndose a miembros del Movimiento Schoenstatt (28/10/2014), el Papa Francisco ante puso a todos los títulos marianos el de madre. Hablaba sin  papeles. Transcribo sus palabras tal cual. Decía:

  • “La verdad que María es la que sabe transformar una cueva de animales en casa de Jesús con unos pocos trapos y una montaña de ternura. Y es capaz también de hacer saltar un chico en el seno de su madre como escuchamos en el Evangelio. Ella es capaz de darnos la alegría de Jesús. María es fundamentalmente Madre. Bueno sí, Madre es poca cosa, no, María es Reina, es Señora. No. Pará: María es Madre. ¿Por qué? Porque te trajo a Jesús”.
  • Luego añadió: “Voy a contar una anécdota muy dolorosa para mí. Habrá sido por los años 80. En Bélgica, había ido por una reunión y, católicos buenos. Y me invitó a cenar un matrimonio. Varios hijos. Católicos. Pero que, eran profesores de teología, y estudiaban mucho. Y de tanto estudiar, no sé, tenían un poquito de fiebre en la cabeza. Y entonces, en un momento de la conversación hablaban de Jesús. Muy bien. Verdaderamente una teología, una cristología muy bien hecha. Y al terminar me dicen: bueno, nosotros, ya conociendo a Jesús, no necesitamos a María. Por eso no tenemos devoción mariana. Yo me quedé helado. Es decir, me quedé triste, mal. Es decir, cómo el demonio bajo una forma de mejor, quita lo mejor. Pablo dice que nos tienta bajo ángel de luz. Y es una Madre, una María sin maternidad. María es Madre.
  • No se puede concebir ningún otro título de María que no sea la Madre. Ella es Madre porque engendra a Jesús y nos ayuda con la fuerza del Espíritu Santo a que Jesús nazca y crezca en nosotros. Es la que continuamente nos está dando vida. Es Madre de la Iglesia. Es maternidad.
  • No tenemos derecho, y si lo hacemos estamos equivocados, a tener psicología de huérfanos. O sea, el cristiano no tiene derecho a ser huérfano. Tiene Madre. Tenemos Madre (…) Madre. Es Madre no sólo que nos da la vida sino que nos educa en la fe. Es distinto buscar crecer en la fe sin la ayuda de María. Es otra cosa. Es como crecer en la fe sí, pero en la Iglesia orfanato. Una Iglesia sin María es un orfanato”.

 HOMILÍA IV DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B