No llores si me amas

Cada domingo desentrañamos una nueva joya del inacabable tesoro que es la Palabra de Dios. Hoy esta se nos muestra como consuelo y como esperanza: consuelo ante el dolor, la inquietud, y la duda ante el misterio de la muerte, basado en la esperanza de la fe en la resurrección prometida.

  • El libro de los Macabeos nos muestra el coraje del mártir, capaz de asomarse al misterio de la muerte antes que traicionar su fe, que es el sentido de su vida: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”.
  • Con el Salmo 16 hemos confesado nuestra máxima confianza, con una certeza inamovible convertida en oración rendida: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.
  • San Pablo, en su 2ª carta a los Tesalonicenses, nos recuerda la razón de nuestra esperanza: Dios, Dios- Amor, “que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza”.
  • En el Evangelio de San Lucas vemos como Jesús, aprovechando la trampa que le ponen los saduceos, para burlarse de la fe en la vida eterna, nos habla de aquellos que “serán juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección”, pero sobre todo nos explica donde esta la razón última de esta esperanza: que su Padre del Cielo “no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos”, o lo que es lo mismo, porque en él, en su amor, todos estamos llamados a la vida eterna.

¿Qué razones tenemos, entonces, para la esperanza en la vida eterna?

  • No es tan difícil llegar a albergar la creencia en la vida eterna con la suela fuerza de la razón. Viendo la maravilla que es el ser humano, tanto los filósofos griegos como los sabios de todas las culturas han reconocido que junto al cuerpo humano anida un alma espiritual, y por tanto, incorruptible, y por tanto inmortal.
  • Pero a los cristianos, además de la razón, contamos con la fe: y la fe no sólo nos habla de un alma inmortal, sino de algo mucho más importante: de la promesa de un don inmerecido: el de la resurrección. Si Cristo ha resucitado, por su amor redentor, resucitaremos con él.
  • Decía el gran poeta francés Paul Claudel que “decir a alguien te quiero es decirle que no morirá jamás”.
  • Es verdad. A las personas que queremos de verdad querríamos poder decirles: no morirás jamás. Pero hay una desproporción entre el deseo y la capacidad.
  • Solo hay alguien capaz de amar así, Aquel en cuyas manos está el misterio de la vida y de la muerte, aquel que nos ha dado la vida y que ha dado su vida, hecho hombre, por nosotros.
  • A los primeros cristianos, según narran los cronistas del Imperio Romano, se les tenía por locos por tres motivos:
  • Por su caridad con los miserables, los leprosos, y los moribundos.
  • Por que en sus celebraciones decían alimentarse del cuerpo y de la sangre de un tal Jesús, que había sido crucificado en Galilea.
  • Y porque al morirse, los demás se unían no para lamentarse, sino para cantar a Dios y darle gracias por el don de la resurrección de entre los muertos.

Además, uno de los primeros gestos del lenguaje cristiano fue cambiar el nombre de necropolís (ciudad de los muertos) por el de cementerio (dormitorio). Por eso, como bien nos ha recordado la Congregación de la Doctrina de la fe, la veneración de los restos mortales de los cristianos en las entrañas de la tierra sigue siendo un hoy un testimonio de fe en la resurrección de la persona (cuerpo y alma) frente a tantos signos paganos (animistas, panteístas, espriritualistas), como son el esparcimiento o la frivolización de los restos mortales de quienes esperan la Resurrección.

Recurro a San Agustín. ¡Cuanto nos conforta leer lo que él pone en los labios de quienes gozando ya del cielo quisieran enjugar nuestras lágrimas, porque, por la misericordia de Dios, viven felices!:

No llores si me amas,
Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo!
Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos!
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos;
los horizontes, los campos y los nuevos senderos que atravieso!
Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen !Cómo!…
¿Tu me has visto, me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme llamarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme. Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme, sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración,

en éxtasis, feliz! ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por senderos nuevos de Luz…y de Vida…
Enjuga tu llanto y no llores si me amas!

 

(DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C)