Si algo debe inspirar la mirada de un catequista de niños sobre sus catecúmenos es buscar la mirada de Dios sobre ellos, mirarles con la «pupila de Dios», como decía San Agustín. La Fundación Mayor publica hoy, día de la Epifanía, este texto del poeta francés católico Charles Péguy, quien precisamente buscó esa mirada de Dios sobre los niños:

  • «Mandamos a los niños a la escuela, dice Dios.
    Creo que para olvidar lo poco que saben. […]
    Creemos que los niños no saben nada.
    Y que los padres y los adultos saben algo.
    Pues yo os digo que es al contrario.
    (Siempre es lo contrario.)
    Son los padres, los adultos, los que no saben nada.
    Y los niños los que lo saben todo.
    Pues saben la inocencia primera. Que lo es todo.
    […]
    Pues la inocencia es la plena y la experiencia la que está vacía.
    La inocencia es quien gana y la experiencia quien pierde.
    La inocencia, la joven y la experiencia, la vieja.
    La inocencia quien crece y la experiencia quien decrece.
    La inocencia quien nace y la experiencia quien muere.
    La inocencia quien sabe y la experiencia quien no sabe.
    […]
    Desde luego yo, dice Dios, no conozco nada tan bello en todo el mundo
    Como un chiquillo que habla con nuestro Dios […]
    No conozco nada tan bello en todo el mundo, dice Dios.
    Como un pequeño mofletudo y descarado como un gitanillo,
    Tímido como un ángel,
    Que dice veinte veces hola, veinte veces buenas noches, saltando.
    Y riéndose, y burlándose.
    Una vez no le basta. Debe ser así. No hay ningún peligro. Les hace falta decir buenos días y buenas noches. Nunca tienen bastante.
    Para ellos la vigésima vez es como la primera.
    Cuentan como yo.
    Así es como cuento yo las horas.
    […]
    No hay nada más hermoso que un niño que se duerme rezando sus oraciones
    Yo os digo que nada hay tan hermoso en el mundo.
    Y, sin embargo, he visto cosas hermosas en el mundo
    Y las conozco bien. Mi creación rebosa de bellezas.
    […]
    Y he visto los mayores santos, dice Dios. Pues bien, yo os digo que nunca he visto nada tan gracioso y por lo tanto no conozco nada tan bello en el mundo
    Como ese niño que se duerme rezando sus oraciones
    (Como ese pequeño ser que se duerme confiado) […]».Charles Péguy,  El misterio de los santos inocentes. Los tres misterios, Encuentro 2008, p. 456, 462.