“No andéis agobiados”. Literalmente encorvados, existencialmente abatidos por la preocupación. Es la Palabra de Dios, de un Dios que es Padre, y que también es Madre: nos querría acurrucar como una madre hace con su bebe cuando éste llora, para asegurarnos que en sus manos no corremos ningún peligro.

  • Así se pregunta el profeta Isaías, cuando el Pueblo elegido piensa que Dios le ha abandonado: “¿Acaso puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo en sus entrañas?”
  • Con el salmo 61 reconocemos en Dios nuestra roca firme, nuestro refugio, nuestro descanso, nuestra esperanza.
  • ¿De que agobiarnos sí, como nos dice San Pablo, Dios sólo espera de un administrador que sea fiel? Cuando dejemos este mundo no nos llevaremos nada por lo que nos hayamos agobiado, sólo si hemos administrado bien, es decir, para el Reino de Dios -Reino de justicia, de amor y de paz- los dones (cualidades, ocasiones, bienes) que su providencia haya puesto -no los que no haya puesto- en nuestra vida.
  • Dicen que la página del Evangelio que hemos leído es un delirio, una utopía, un canto de sirenas. Lo mismo dijeron de Francisco de Asís cuando la hizo vida. Escojamos una de las cinco preguntas que reclaman nuestra razón: “Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podría añadir una hora el tiempo de su vida?” ¿Cabe mayor realismo que éste?

Decía el Papa Benedicto que “ante la situación de tantas personas que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas”. Y explica porque no es así:

  • “No es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo”.
  • También aclaraba que “la fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana”.
  • Y añadía Benedicto que “es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús”.
  • Porque, nos dice el sabio Papa emérito: “Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios”.

Conviene recalcar, además, que se trata de un mandamiento. Es más, es el último mandamiento en ese formato suyo inconfundible del “pero yo os digo”. Tiene la misma fuerza con la que corrigió los otros mandamientos como no matarás, no cometerás adulterio, no jurarás en falso, amarás solo a tu prójimo, llevándolos a su plenitud. Contravenir el mandamiento de la confianza en el Padre, es como mentir, matar, adulterar u odiar al hermano.

Cuando San Francisco se desnuda ante el obispo que lo recrimina por desprenderse de la riqueza de sus padres, delante de ellos y de todo Asís, les revela que lo verdaderamente vergonzoso no es su desnudez, sino el afán por la riqueza que a todos ellos les esclavizaba.

Os propongo, en fin, que nos unamos a esta oración del Padre Requena:

“¡Qué difícil es seguirte hoy, Jesús legislador supremo!

Nuestra sociedad de bienestar no se funda precisamente en el aprendizaje de los lirios del campo, o los pajarillos del cielo, que cada vez hay menos.

Muy valiente hay que ser para vivir hoy así, en la plenitud de la confianza y del agradecimiento. El agobio es un arma diabólica, y por eso no solo lo prohíbes, sino que lo argumentas largamente con ejemplos de la naturaleza como la obra pedagógica del Padre, su libro magno, y lugar de encuentro con su misericordia providente y contigo, adorno de los lirios.

Y eso es lo que prohibes, Jesús de la confianza en el Padre, que al alma de los tuyos le agobien la comida, el vestido, los quehaceres, los años, las penas y hasta la propia vida. Tú al agobio contrapones la humildad hermosa de los lirios y la bienaventurada pobreza de Espíritu”.

HOMILÍA PARA EL DOMINGO VIII DEL TO (CICLO A)