QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: REMAR MAR ADENTRO
Isaías 6,1-2ª.3-8; 1 Corintios 15,1-11; Lucas 5,1-11
HABLA LA PALABRA: Todos somos llamados
La Palabra de Dios nos habla de la vocación, no de una vocación específica, sino de la vocación de todo cristiano:
- Al igual que el profeta Isaías, todos los bautizados estamos llamados a responder a una llamada, la que Dios nos hace, porque a cada uno de nosotros nos llama a una misión en la vida, en tiempo donde nos ha colocado, al servicio de la humanidad entera, y como miembros de su Iglesia. Y todos estados llamados a responder a esta llamada con valentía y con prontitud, “primereando” diría el Papa Francisco, con las mismas palabras o similares a las del profeta: “Aquí estoy, mándame”.
- San Pablo en su carta a los Corinitos dice algo como apóstol que todos nosotros, llamados por el bautismo y fortalecidos por la confirmación, estamos llamados exactamente igual que él: a ser testigos de Cristo, a transmitir a los demás la Buena Nueva que a su vez, nosotros hemos recibido. Todos los bautizados también somos apóstoles.
- Y Jesús en el Evangelio también nos dice a nosotros rememos mar adentro, como les dijo a aquellos pescadores de Galilea convertidos en pescadores de hombres, y también a nosotros nos pide echar el anzuelo del testimonio cristiano, para acercar a todos los que se cruzan en el camino de nuestra vida hacia Dios.
HABLA EL CORAZÓN: Siete verdades sobre la vocación cristiana
Todos entonces tenemos vocación. Pero, ¿en que consiste la vocación? Enumeremos siete verdades sobre la vocación cristiana:
- Es Dios quien llama. La iniciativa es suya: “no sois vosotros quien me habéis elegido a mi. Soy yo quien os he elegido a vosotros”.
- Y nos llama a una aventura divina. Él ha soñado desde toda la eternidad una divina aventura para cada uno de nosotros. ¿Habremos acertado con nuestra respuesta? La Iglesia tiene una especial predilección por los jóvenes porque están en la edad de poder descubrir a tiempo su verdadera vocación. En todo caso Dios rehace el camino y lo adapta, pero siempre es una gran aventura, porque es él quien mueve los hilos.
- Hay una sola vocación común: la de ser un auténtico cristiano. Nace del descubrimiento del amor inmenso de Dios para cada uno. Requiere una asunción personal de la fe y un recorrido de experiencia de Dios y de compromiso cristiano. A partir de descubrir esta vocación, y sólo a partir de ello, se puede descubrir la vocación específica de estado de vida (matrimonio, compromiso social del laico, sacerdocio, vida religiosa, contemplativa, misionera)
- No hay crisis de vocaciones, sino de respuestas. Dios llama a todos. Y no a pocos los llama a una vida de consagración y de total entrega al servicio de su Reino. Pero los ruidos del mundo no siempre dejan “sintonizar su onda”, y difícilmente es escuchada su llamada.
- Toda vocación es para la misión evangelizadora: puede ser para una evangelización más explícita (más misionera) o más implícita (de transformación de la realidad según las categorías del evangelio), pero siempre requiere el testimonio personal y el compartir la fe con los demás, especialmente con los más alejados de ella. Siempre desde el respeto: “la fe se ofrece, no se impone”, decía San Juan Pablo II.
- La vocación lleva consigo la gracia para poder responder a ella. Pero requiere el llamado ponga su parte, y sea generoso. Responder a la vocación, empezando por la común vocación a ser cristianos, no requiere muchas renuncias. En realidad una sola: renunciar a uno mismo, a ser uno mismo quien lo controle todo en su vida.
- La vocación es una llamada a la felicidad ya aquí en esta vida. Lo del “ciento por uno” se cumple. Por muy buenos que sean nuestros planes nunca serán tan buenos como los de Dios. Además, como dice un refrán, “Dios se ríe de nuestros planes”
HABLA LA VIDA: La llamada de Dios no tiene límites
Me decía una catequista que hace unos años un joven volvió a su parroquia tras salir de la cárcel. Le había cambiado la vida la dependencia de la droga. Al ver a su antigua catequista le dijo: “Ayúdame. Llévame de nuevo a Dios”. Ella lo llevo a un centro de rehabilitación, y ha asumido el cometido de ser su tutora. La llamada de Dios, me decía, no tiene límites. Él todo lo tiene previsto. Decirle sí, es decirle sí a un plan que sólo él conoce, de vida para los demás, y de vida para uno mismo. Y digo yo: ¿No es tu vida y mi vida también es una divina aventura?