OMPRESS-GUATEMALA (23-03-21) El  23 de abril tuvo lugar en la diócesis de Quiché, la beatificación de diez mártires, que “fueron promotores de la justicia, constructores de la paz, artesanos del bien común, defensores inclaudicables de la persona y sus derechos”. Así los califican los obispos guatemaltecos en una carta con motivo de la beatificación.

En enero de 2020, el Papa Francisco autorizó los decretos concernientes al proceso de beatificación de los tres misioneros españoles y de los siete catequistas de Guatemala, asesinados durante la guerra civil que sufrió este país entre 1980 y 1991. Tanto los catequistas, como los tres sacerdotes de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, fueron asesinados en diversos momentos de aquella larga época de violencia que sacudió Guatemala y que dejó profundas y duraderas cicatrices en el país. El primero de los misioneros, José María Gran Cirera, nacido en Barcelona, fue enviado como misionero en 1975, con treinta años a la diócesis guatemalteca de Quiché, en Zacualpa y la parroquia de San Gaspar Chajul. Seis años después, el 4 de junio de 1980, fue asesinado a tiros por el ejército, cerca de una aldea llamada Xe Ixoq Vitz, cuando volvía de atender a comunidades que pertenecían a su parroquia, junto a su sacristán Domingo del Barrio Batz.

Un mes después el 190 de julio de 1980 era asesinado el padre Faustino Villanueva, nacido en Yesa, Navarra. Había llegado en 1959 a la misión de Quiché. Vivió 21 años como misionero y era párroco de Joyabaj, cuando, una noche, dos hombres llamaron a su puerta y le asesinaron.

Los catequistas continuaron su misión, sin sacerdotes. Y también continuó la represión causando víctimas. Así fue asesinado Tomás Ramírez Caba, sacristán de Chajul, que quiso defender la iglesia de los militares. El 29 de septiembre de 1980, Nicolás Castro, ministro de la comunión, era asesinado cuando iba a buscar las hostias consagradas en las iglesias de Cobán en el departamento de Alta Verapaz. El 21 de noviembre, Reyes Us Hernández también es asesinado.

El tercer religioso del Sagrado Corazón, Juan Alonso Fernández, nacido en Cuérigo, Asturias, fue detenido, torturado y asesinado el 15 de febrero de 1981. Había llegado en 1960 a la misma misión que José María y Faustino. Tras la muerte de ambos, el resto de sacerdotes tuvieron que abandonar Santa Cruz del Quiché, la capital de este departamento para no ser asesinados. Sin embargo, un grupo de cuatro sacerdotes volvió para atender a las comunidades en lo indispensable. Uno de ellos era Juan. En una carta, quince días antes de su muerte escribía a su hermano: “No quiero en modo alguno que me maten, pero tampoco estoy dispuesto, por miedo, a rehuir mi presencia entre estas gentes. Una vez más pienso ahora: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”.

La vida de todos estos mártires, reconocen los obispos guatemaltecos en su mensaje para esta beatificación, “se caracterizó por sus obras”, y “derramaron su sangre porque estaban convencidos que no hay amor más grande que dar la vida por los demás, sobre todo, cuando la Iglesia católica se empeñaba en defender los valores del Reino, proclamados por el Señor Jesús: la defensa de la dignidad humana, el respeto a la vida, la justicia social y la defensa de los más débiles y vulnerables”.