DOMINGO IV DE CUARESMA (B): LLAMADA UNIVERSAL AL SACERDOCIO

Jeremías 31,31-34; Hebreos 5,7-9; Juan 12,20-23

HABLA LA PALABRA: La identidad del sacerdocio

Las lecturas de este domingo nos hablan:

  • De la promesa de la Nueva Alianza (profeta Jeremías), para cuyo nuevo culto, sirven los ministros del único sacerdote (único mediador entre Dios Padre y los hombres), que es Cristo Jesús.
  • De un sacerdocio (en su sentido originario, es decir, tanto del sacerdocio común de los fieles bautizados como del ministerial de los diáconos, presbíteros y obispos ordenados), que como nos dice la Carta a los Hebreos supone “aprender, sufriendo, a obedecer” la voluntad del Padre.
  • Y de la identidad de este sacerdocio. Jesús mismo, en el Evangelio de Juan, lo define como aquel que no se ama a sí mismo y a quien llama con estas palabras: “El que quiera.

HABLA EL CORAZÓN: Rezar por todos los bautizados, por todos los sacerdotes

Hoy la Iglesia nos pide que recemos por todos nosotros: por todos los bautizados, que fuimos configurados sacerdotes en Cristo-sacerdote, y por los ministros ordenados, llamados a un sacerdocio al servicio de todo el Pueblo de Dios. Porque:

  • Necesitamos laicos orgullosos y coherentes con su bautismo, y por tanto empeñados en su vocación de profetas (que anuncian la buena nueva y denuncian la injusticia), sacerdotes (que son para todo el mundo puentes entre Dios y los hombres), y reyes (que ponen su parte en la transformación de este mundo en vistas al Reino de Dios).
  • Necesitamos lacios místicos, que viven su unión con Cristo identificados con él en el misterio de su pasión, de su muerte y su resurrección, que son Jesús para los demás porque llevan a Jesús en su corazón, reconocen la presencia de Jesús en el otro, sobre todo en el más necesitado, y ayudan a reconocer en la Iglesia la presencia de Jesús en medio.
  • Necesitamos ministros-sacerdotes, que celebren la eucaristía, que ofrezcan a los cristianos de hoy ese único pan eucarístico que hace posible el amor al prójimo, el perdón, el valor y en sentido de la vida.
  • Necesitamos ministros-sacerdotes que enseñen los misterios de la fe, no como predicadores de si mismos, sino como humildes servidores de los fieles cristianos que “tienen derecho de conocer de modo adecuado, auténtico e integral, la verdad que la Iglesia confiesa y expresa acerca de Cristo”.
  • Y por útimo necesitamos laicos y sacerdotes que puedan estar al lado de quienes más sufren, en parroquias, hospitales, colegios, y calles, en todos los sitios, no como asistentes sociales que procuran sólo bienes tangibles, sino como dadores de sentido, de esperanza, en definitiva de Dios, que es el dador de todo sentido y de toda esperanza.

HABLA LA VIDA: Los seminaristas mártires de Madrid

Querían sacerdotes, pero murieron como laicos mártires, es decir, como laicos que lo dieron todo como Jesús sacerdote desde su sacerdocio bautismal. Nueve jóvenes seminaristas (siete de Madrid, otro de Barbastro y otro de Toledo), forman parte de los miles de hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y laicos, que fueron mártires en la persecución religiosa española del siglo XX (antes y al inicio de la Guerra civil): Ignacio Aláez Vaquero, de 22 años; Ángel Trapero Sánchez-Real, de 20 años; Antonio Moralejo Fernández-Shaw, de 19 años; Cástor Zarco García, de 23 años; Jesús Sánchez Fernández-Yánez, de 21 años; Miguel Talavera Sevilla, de 18 años (en la foto); Pablo Chomón Pardo, de 21 años; Mariano Arrizabalga Español, de 22 años; y Ramón Ruiz Pérez, de 24 años.

Buscados sus domicilios en la ocupación del Seminario de Madrid, fueron uno a uno a sus casas para llevarlos al martirio. Encabeza la lista Ignacio Aláez, que estudió en los Escolapios de San Fernando, y a quien su padre, de la Adoración Nocturna, le trasmitió su honda piedad eucarística. De fina sensibilidad artística y poeta, llegó a escribir su premonición del martirio: “Yo quisiera incendiar el orbe entero, yo quisiera volverme misionero, y al infiel tus locuras predicar. Y morirme después martirizado. ¡Que me importa, Jesús Sacramentado, si al fin he conseguido hacerte amar!”.

Al desatarse la fase sangrienta de la persecución religiosa en Madrid, se le ofreció refugio en el domicilio de un militar republicano amigo de la familia, pero Ignacio, sabiéndose denunciado, lo rehusó, permaneciendo en su casa. El 9 de noviembre una patrulla de milicianos de la checa de Líster se presentó para un registro. Ignacio no oculta que estudia para sacerdote. El 10 de noviembre los cuerpos de Ignacio y de su padre Evelio aparecen en el Camino del Quemadero, en Fuencarral.

Decía un sacerdote francés antes de sufrir el martirio que “los que hacen vivir son aquellos que ofrecen su vida, no los que la quitan a los demás”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis. Diócesis de Madrid.