FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

1.- ¿A qué nos suena la palabra santidad?

  • Para la cultura pagana dominante sonará a albúm de estampitas, o a lista de personajes trasnochados que forman parte de ese patrimonio moralizante de la Iglesia, o en el mejor de los casos, a irrealizable utopía.
  • ¿Y a nosotros? Nos debería sonar a bienaventuranza. Es decir:
  • A que felices, lo que se dice felices: sólo los santos.
  • A que yo sólo seré feliz si busco ser santo.
  • A que para ser santos no hay que ser extraordinarios,
  • A qué para ser santos hay que ser sencillos: bienaventurados…

2.- La Palabra de Dios no sólo nos hace santos, sino que nos muestra el atractivo e envidiable, y al mismo tiempo provocativo y sorpresivo camino de la Santidad:

  • En su maravillosa descripción el Apocalipsis:
  • Por un lado describe la marcha victoriosa del “grupo de viene a la presencia del Señor”, como dice el salmo 23, es decir, de todos los santos: “muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.
  • Y por otro lado, no nos oculta que todos los santos no han tenido un camino de rosas, sino que han abrazado la cruz: Cuando el anciano pregunta: “Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quienes son y de donde han venido?”, la respuesta que recibe es estremecedora: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero”.
  • El mismo San Juan, en su primera carta, nos dice en apenas cuatro líneas un montón de cosas sobre la santidad:
  • Que la santidad nace “del amor que Dios nos tiene”,
  • Que el mundo no la reconoce,
  • Que nos hace semejantes a Dios y nos lleva a su presencia,
  • Que se conquista a base de esperanza.
  • Y Jesús en el Evangelio nos muestra como los santos, los bienaventurados, los reconocidos por Dios, son precisamente los despreciados por el mundo. Ocho bienaventuranzas que podemos vincular a tres prototipos de santos: los pobres y sencillos, los pacíficos y misericordiosos, los que sufren y son perseguidos.

3.- Deberíamos mirarnos en las bienaventuranzas para ver si buscamos la felicidad, no como un código moral, sino como la radiografía del modo como queremos entender nuestra vida: pobres, confiados, misericordiosos: en definitiva: hijos, hijos amados y confiados de Dios Padre. Hijos para siempre. Ahora y en la hora de nuestra muerte.

  • Porque Jesús no describe al bienaventurado, al santo, sino a los santos: no describe un perfil, sino que muestra un pueblo.
  • Y ver y esperar, según la visión de san Juan en el Apocalipsis a la Iglesia del cielo, donde los propios ángeles caen rostro en tierra para alabar al Padre por la obra magnifica de esa estela de santos.
  • Y ahí anhelar nuestra verdadera patria, porque, como hemos escuchado también de San Juan en la lectura de su primera carta todo el que tiene esta esperanza en él se hace puro como puro es él.

4.- “Bienaventurados”, “bienaventurados”, bienaventurados”… Así contaba François Mauriac, en su “Vida de Jesús”, como unos leprosos que llegaban tarde al Sermón de la Montaña, esta era las única palabra que lograban escuchar. ¿Qué dice el maestro?, preguntaba el último de ellos, y el que iba el primero respondía: “creo que habla de nosotros”.  Para ellos era este mensaje de dicha y felicidad: su pobreza se convertía en riqueza, y las lágrimas en alegría. La tierra pertenecía no a los exitosos, sino a los fracasados, no a los belicosos, sino a los apacibles.

5.- Hoy es el día de todos los santos, no de ninguno en particular. Es el día del “santo del lunes” que llamaba Chesterton, ese que se levanta todos los lunes temprano para comenzar su semana y al que tanto le pegaría hacerse el propósito del final del decálogo de la Serenidad de San Juan XXIII: Sólo por hoy creeré aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y creer en la bondad. Puedo hacer el bien durante doce horas, lo que me descorazonaría si pensase tener que hacerlo durante toda mi vida”.

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

1.- Hoy la Iglesia conmemora a todos los difuntos. Un día enmarcado en una paradoja: cuanto más penetra en nuestra sociedad la cultura de la muerte, más es la muerte un gran tabú, una realidad extraña que debe ser, incluso físicamente, escondida. Existe una extraña lógica en esta paradoja: la cultura de la muerte consiste precisamente en que haya más muerte inicua, indolora, invisible, oculta a la mirada del hombre y de la sociedad. Les muestro algunos ejemplos:

  • La muerte provocada con batas blancas: se mata a los no nacidos incómodos con métodos terribles y a los ancianos inútiles sedándoles.
  • Se ocultan las muertes de verdad del hambre, la guerra, el suicidio, y se muestran en la televisión las muertes de ficción de una violencia normalizada, asumida.
  • En lugar de enseñar a recordar y rezar, se les enseña a los niños a familiarizarse con el maligno, como siempre disfrazado, a través de horrible importación del infernal hallowwen de almas sin destino.
  • En los hospitales se muere en una especie de áreas de radioactividad, a las que sólo tienen acceso sus oficiantes profesionales, los mismos que se lamentan de que para mucha gente la muerte es algo tan imprevisible, que sólo la aceptan como una fatal equivocación médica.
  • Los tanatorios, apartados de las poblaciones, a los vivos sólo se nos permite asomarnos a ver los cuerpos de nuestros seres queridos a través de unos grandes ventanales.
  • El tradicional rito cristiano de orar en la capilla ardiente de las casas es sustituido, también para los cristianos, por un rito laico frío y hermético.

2.- Sólo la Iglesia acompaña a los moribundos y a sus familiares desde el realismo y desde la esperanza, es decir, sin ocultar la muerte, rescatándola del silencio, y mirándola con una certeza, la de la existencia del Dios del amor, cuya gloria es la vida del hombre. Sólo la Iglesia se atreve a ofrecer un significado a la muerte, porque en realidad, sólo la Iglesia se atreve a ofrecer un significado a la vida. En cada uno de los momentos de circundan ese adiós la Iglesia trata de hacerse presente:

  • Primero con los capellanes de los hospitales, que no sólo atienden a los enfermos en el trance de la muerte, sino también con su recomendación a la misericordia divina, y con la atención y el consuelo a las familias.
  • En los tanatorios las diócesis tienen enviados capellanes permanentes, o se acercan de las parroquias más cercanas, que visitan los velatorios, hablan con las familias, promueven la celebración de liturgias de la palabra, y celebran misas por los difuntos de cada día en las capillas.
  • En los cementerios se procura una atención lo menos rutinaria, con la asistencia en tantos casos los sacerdotes de la parroquia o los más cercanos a las familias.
  • Las oraciones del ritual de exequias se escogen según la edad del difunto y las circunstancias de cada muerte.
  • El momento de cercanía de la Iglesia más apreciable es el del funeral en la parroquia, días después, cada vez más cuidado, ya que constituye un momento muy especial donde mostrarse la comunión de toda la Iglesia en general, y de la comunidad parroquial en particular, con una familia cristiana. También es una ocasión única para acoger a muchos alejados a la fe, a los que brindar, en cristiano, el sentido de la vida.
  • La Iglesia, con todo ello, no busca nada para si, sino sólo el mayor servicio que puede hacer a la humanidad: comunicarla la razón de una esperanza, la que nace de la Resurrección de Cristo, que nada ni nadie puede ofrecer, la de dar gratuitamente lo que gratuitamente ha recibido.

3.- Termino con una experiencia personal: volvía de Barcelona en el tren hace años con mis compañeros de la radio, cuando una mujer se volvió desde los asientos de delante, porque me había reconocido por la voz. Me contó que tras la muerte de su padre un psicólogo la había aconsejado guardar todas sus fotos e intentar olvidarlo. La terapia no surgía efecto y me había oído en la radio, un día como hoy, conmemoración de los difuntos, invitar a lo contrario: tener cerca sus recuerdos, y hablar con ellos, en la esperanza de que están en la misericordia de Dios. Y eso fue lo que la liberó de su angustia: recuperar la fe y la esperanza en el Dios de la vida. Que distinto es, me decía ella, el triste consuelo pagano de decir “el vive en tus recuerdos”, al verdadero consuelo de creer que desde el recuerdo mantenemos la esperanza de volvernos a ver un día bajo el solo sin ocaso de la vida plena y eterna.