Acojamos el don de la Palabra de Dios de este primer domingo de cuaresma. Nos hablan de ti y de mi, del hombre, del misterio del ser humano:
- Decían los filósofos griegos que si quieres conocer el significado de algo, conoce su origen. En el libro del Génesis barruntamos la génesis de toda la creación, sobre todo la génesis del hombre: ser criatura, no creador. Pero ser criatura libre, y por tanto capaz de dejarse llevar por la tentación de querer ser igual que el Creador.
- En el salmo 50 reconocemos otra característica del ser humano: el pecado. En el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: Contra ti -dice David, dirigiéndose a Dios-, contra ti sólo pequé. Decía Benedicto XVI que “muchos rechazan la misma palabra pecado, pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras -la sombra sólo aparece cuando hay sol-, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado -que no es lo mismo que el sentido de culpa, como lo entiende la psicología-, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios.
- De la carta de San Pablo a los Romanos encontramos el valor de nuestra justificación: no son nuestras disculpas, ni siquiera sólo automáticamente nuestro arrepentimiento, lo que nos justifica ante Dios, sino el amor manifestado por su Hijo, que se hizo pecado para librarnos del pecado. Esto significa la redención: el justo se cambia por el pecador, el libre se hace esclavo para liberar al esclavo, Dios sufre, en nuestro lugar, el dolor que infringe nuestro pecado.
- Y el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto en el Evangelio de San Lucas nos muestran como se ha hecho uno en todo con nosotros. No en el pecado, pero si en la experiencia de ser tentado, en el dejarse tentar por el maligno.
Las tentaciones de Jesús son las tentaciones de todos los hombres
- Las tentaciones de Jesús en el desierto son especiales: se dirigen a aquel único que, siendo Hijo de Dios, tiene poder sobre el cielo y sobre la tierra. Pero el camino engañoso que el maligno pretende probar con Jesús, dada su naturaleza humana (hombre en todo, como nosotros) es el mismo que el que recorre, día a día, cuando pretende confundirnos: nos muestra la mentira con forma de verdad, y la maldad con forma de bondad.
- La primera es la tentación para arruinar nuestra relación con las cosas, la tentación de la avaricia frente a la virtud de la conformidad, pero desde el engaño. El maligno no nos pide, hasta que nos hayamos habituado a ser avaros, “tener por tener”, sino “tener por ser capaz de tener”: ¿Por qué contenernos con menos cuando podemos aspirar a más?…
- La segunda es la tentación de arruinar nuestra relación con los demás, la tentación del poder frente a la virtud del servicio, también desde el engaño. El maligno no pretende que nos hagamos despóticos (y cada uno puede serlo en su pequeño ámbito de poder), eligiendo de partida ser egoístas dominantes, sino haciéndonos creer que sólo imponiéndonos a los demás mejoraremos las cosas.
- La tercera es la tentación de arruinar nuestra relación con nosotros mismos, la tentación de la preocupación del aparentar frente al ser, del prestigio social, por muy estrecho que sea nuestro mundo. El maligno no empezará por hacernos esclavos de nuestra imagen, pero si intentará que nos desesperemos porque, aparentemente, nadie conoce nuestro buena intención, nuestro buen corazón.
- Las tres tentaciones al final tienen como epicentro nuestra relación con Dios:
- querré acumular riquezas sino tengo a Dios como riqueza,
- querré dominar a los demás sino tengo claro que estoy aquí con un propósito divino: servir y confiar en los demás, hijos amados de Dios.
- Y querré fundamentar mi identidad en la imagen que los demás tengan de mí, sino creo profundamente en que sólo me importa como Dios me vea, y su mirada además de certera y justa, es siempre misericordiosa.
¿Es posible tomar decisiones libres venciendo estas tres tentaciones? Todos los días, una por una. Basta sonreír en los desiertos de la vida y decir: Tu eres Señor mi único bien.
- Como hizo hace unos años Benedicto XVI: libre de la tentación del tener (y nadie tiene más sabiduría que él), libre de la tentación del poder (ni siquiera del poder para cambiar las cosas para bien), libre de la tentación del “que dirán” (a sabiendas de tomar una decisión inaudita). Pero confiado en el Señor: Tu eres Señor mi único bien.
- Y que esta oración de confianza nos lleve a esta otra oración de confesión y petición:
¡Cuántas son las piedras de mi corazón!:
la piedra fría de la indiferencia, la piedra dura de la violencia,
la piedra solitaria del individualismo, la piedra grande de mi orgullo,
la piedra gorda de mi codicia.
Convierte Señor, estas piedras en panes:
pan de ternura y amistad, pan de ofrenda y generosidad, pan de limpieza y bondad.
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA (2017)