Engaños (en el libro del Génesis), necesidad de perdón (en el salmo), cobardía, miedo a la muerte (en la epístola), alianzas, traiciones… (en el Evangelio). De todo esto nos habla la Palabra de Dios de este domingo. Es decir, nos habla, como siempre, de la vida misma. Pero no son textos de novelas, ni de ensayos filosóficos, sino historias reales, experiencias reales, vividas no sólo de los hombres entre si, sino de los hombres con Dios.

Me detengo en la última frase del Evangelio que acabamos de proclamar: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Este final del Evangelio de hoy suscita en nosotros muchas preguntas:

  • ¿Son palabras de despecho para su madre? Claro que no. María es especial por ser la madre de Jesús. Pero es su madre porque ya desde la Anunciación María no hace otra cosa que fiarse de Dios, que revestirse de su Palabra, que hacer su voluntad.
  • ¿Qué es eso de la voluntad de Dios? Mal nos entienden fuera de un ámbito cristiano cuando utilizamos esta palabra: suena a contrario a voluntad humana, voluntad propia, y por tanto, a libertad.
  • Sería voluntad de Dios lo que marcan las leyes morales, en contraposición con la voluntad humano fruto de un discernimiento ético personal. La voluntad de Dios sería algo impuesto, y la voluntad humana algo libre.
  • Ciertamente no es así: la voluntad de Dios requiere ser conquistada desde la conciencia: ser reconocida, valorada y abrazada desde la libertad.
  • Es más, sólo quien busca la verdad (que en el creyente es inseparable de la voluntad de Dios) es verdaderamente libre,
  • Pues en las encrucijadas de la vida no decidirá desde su libertad entre un camino u otro por pura intuición, o jugándoselo al azar, sino tratando de saber a que fin le lleva cada uno de esos caminos.
  • La voluntad de Dios, buscada en el espíritu de Dios, en el modelo de vida que Jesús nos propone en el Evangelio, nos ayuda a vislumbrar el final de cada camino: es luz en medio de la niebla y a veces la tiniebla. Nos indicará hacia donde nos lleva cada opición.
  • Y una vez que sabemos al final de cada camino, estaremos en condiciones de elegir, ahora ya con plena libertad, qué camino elegir.
  • En la tradición espiritual de la Iglesia siempre se ha distinguido tres tipos de “voluntad de Dios” que podemos percibir:
  • Tanto la voluntad de Dios común a la que todos estamos llamados:
    • seguir la senda de los mandamientos que en el fondo anidan en la conciencia de todo ser humano,
    • convertir en hábitos las virtudes, vivir los consejos evangélicos…
  • Como la voluntad de Dios imprevista: una situación extraordinaria o una persona necesitada que interrumpe nuestros planes y programas…
  • Como la voluntad de Dios vocacional que consiste en la divina aventura de la vida, única, distinta y singular, que el Padre Eterno ha soñado para nosotros desde siempre.

3.- Pero, y esta de todas estas tal vez la pregunta más práctica: ¿Cómo sabemos cuál es la voluntad de Dios? No tenemos una bola de cristal para conjurar el oráculo de Dios en cada instante de nuestra vida. Pero tenemos algo mucho más sencillo: preguntárselo, como cuando le preguntamos a alguien que queremos de verdad que quiere que hagamos por el.

  • La voluntad de Dios sólo se puede discernir desde un encuentro personal con Dios.
  • El de una experiencia personal, única, inexplicable, inmensurable, e incomparable de Dios.
  • Normalmente es una gracia que hay que pedir. Y que hay que acoger: acoger un don, un regalo, una gran noticia, a una persona.
  • Aparentemente casual, como todo encuentro personal, porque es un encuentro gratuito, inmerecido, desprogramado. Jesús mostró el rostro del Padre a través de encuentros personales: con Nicodemo (Jn 3,1-20), con la Samaritana (Jn 4,7-26), con Mateo (Lc 5,27), etc…
  • Pero que como toda buena amistad requiere su tiempo, años de relación, de confianzas, incluso de pasajeras desconfianzas resueltas en el amor que
  • San Rafael Arnaiz, pintor, arquitecto, poeta, monje trapense, rezaba:Dime, Señor, cuál es tu voluntad y pondré la mía a tu lado. Amo todo lo que Tú me envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad, tanto estar aquí como allí, tanto ser una cosa como otra. ¿Mi vida? Tómala, Señor Dios mío, cuando Tú quieras. ¡Cómo no ser feliz así!”.

HOMILÍA DEL DOMINGO X DEL TO (CICLO B)