TERCER DOMINGO DE ADVIENTO: LA VERIFICACIÓN

Sofonías 3,14-18; Filipenses 4,4-7;  Lucas 3,10-18.

HABLA LA PALABRA: Promesa y llamada

Habla de una promesa y de una llamada, o de una promesa que, creída y esperada, se convierte en llamada.

  • La promesa de la venida de Cristo: El Evangelio de Lucas nos narra como Juan Bautista promete que llega aquel que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Y en el salmo responsorial hemos repetido: “Gritad jubilosos: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12, 6).
  • Y la llamada al gozo, a la alegría. Ya el profeta Sofonías se lo decía al pueblo de la Antigua Alianza: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”. Y san Pablo, en su carta a los Filipenses, al pueblo de la Nueva Alianza: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo”.

HABLA EL CORAZÓN: La certidumbre de la experiencia

¿Por qué una promesa puede ser fuente de alegría, y de una alegría desmesurada, de una alegría a prueba de toda prueba, de una alegría que es serena alegría tanto en la prosperidad como en la adversidad? Un gran teólogo de nuestro tiempo, fundador de uno de los nuevos movimientos eclesiales, Luigi Guissani, respondió a esta pregunta con una sola palabra: verificación. Una palabra indiscutible para los más racionalistas. Todos nosotros podemos verificar que la promesa empieza a cumplirse. Y a más fe en la promesa, mayor es la certeza, alimentada por la fe, verificada por la experiencia.

¿Quién no ha podido verificar su fe en la presencia de Cristo en su vida, después de haberse confiado verdaderamente a él? Siguiendo el hilo de una de las promesas de Jesús… ¿quién que haya pedido no ha obtenido, quién que haya buscado no ha encontrado, quien que haya llamado no ha sido recibido….?

La historia de la Iglesia no es fundamentalmente la historia de sus papas, de sus concilios, o de sus relaciones con los reyes y los poderosos, que es a lo que la suelen reducir los libros de historia. La historia de la Iglesia es la historia de millones de hombres  y mujeres cuya vida ha cambiado para bien hasta el punto de llenar de sentido el concepto de “salvación”, ¡por haber buscado y encontrado, por haber buscado en Cristo sentido y respuesta a su vida, y haberlo encontrado con creces, hasta saltar de alegría!

HABLA LA VIDA: La oración condicional

Hace tres años tuve de alumno en la universidad a un joven con un gran carisma, ejercía un liderazgo especial entre sus compañeros. Se llama César. Su atractivo tenía mucho que ver con su personalidad: buscador, inconformista. Al ir a una universidad católica, oyó por primera vez hablar de Cristo a algunos profesores y compañeros. Al principio rehusaba estar interesado, y se confesaba, por tradición familiar, agnóstico.

Por un compañero conoció al capellán de la facultad, y pronto surgió una amistad, basada en el respeto mutuo y en la sinceridad. Un día le confesó al Capellán su envidia: no tenía fe pero admiraba a quienes la tenían, e intuía que era un don admirable… El capellán le propuso una experiencia: ¿por qué no te atreves a hacer una oración condicional? ¿Qué es eso, le respondió? Pues se trata de dirigirte a Dios, a partir de al menos un poco de duda: “Si existes, Señor, manifiéstate”. Se extrañó de esa propuesta…. Pensó que podía tratarse de una estrategia para convencerle, pero el Capellán no le insistió.

Una noche se atrevió a elevar aquella oración condicional, desde su habitación, mirando a las estrellas por la ventana. ¡Y ya lo que creo que obtuvo respuesta! Tuvo la valentía de reunir en el salón de actos a la mitad de la facultad, tras colocar un cartel invitando a todos con este título: “Tengo algo muy importante que contaros”.

Como reza el poeta Luis Lópe Anglada: “Por ti he preguntado a las estrellas cuando, para buscarte, no sabía qué camino, Señor, me enseñaría el divino regalo de tus huellas. Te busqué por las noches, por aquellas en que el cielo en tu nombre se encendía y anduve entre las aguas y, por ellas, pensé que al navegar te encontraría. Siempre te busqué fuera de mí mismo; en el viento, en la roca, en el abismo, creyendo que en lo inmenso te encontrabas. Y yo miré, Señor, a mi costado donde estabas mostrándote a mi lado por la manera con que el pan cortabas”.