Domingo 11 de septiembre de 2016: HOMILÍA DEL DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

1.- En las lecturas de hoy encontramos buenos ejemplos de lo que llamamos “la pedagogía de Dios” para con nosotros:

  • Como un padre que a la hora de corregir a su hijo le hace ver que merecería el castigo, aunque no tenga intención de castigarle, así, en la lectura del Éxodo, vemos como el Eterno Padre le hace ver a Moisés que el pueblo elegido, tras sustituirle por un becerro de oro, merecería que lo dejase a su suerte. Para que Moisés mismo razone, con su pueblo, los motivos por los que por su amor jamás los dejará a su suerte. Es la pedagogía de la moción.
  • Lo mismo ocurre con San Pablo, que para enseñarnos que la misericordia y la compasión de Dios que clama el salmo 50 es verdadera, se pone de ejemplo a si mismo: nadie ha estado más lejos de Dios, y nadie esta más convencido que él de que Dios le ha perdonado. Es la pedagogía del testimonio.
  • Y San Pablo no ha sido el único: Un joven de 18 años que tras su conversión recibió este mismo año el bautismo de adultos, contaba que al leer el relato de la conversión de San Pablo se dio cuenta de que, como aquél, también él había perseguido a los cristianos, cuando antes de la conversión recibía mensajes en su twitter contra la Iglesia de sus amigos y él los reenviaba a otros. El bautismo, decía, borró todos mis pecados, pero sobre todo mi ignorancia y mi falta de rumbo en la vida.
  • Por último está Jesús, que a través del lenguaje de las tres parábolas que hemos escuchado, nos acerca algo inabarcable e inmensurable, como es el amor y la misericordia de Dios:
  • ¿Acaso entre los que le oían no habría más de un pastor que más de una vez, llevado por el celo de su rebaño, no haya cometido la locura, la imprudencia, de dejar sólo el rebaño reunido para ir en busca de la oveja que se le ha perdido?
  • ¿O acaso no podría haber entre los que escuchaban alguna mujer que segura de que la moneda que ha perdido está en casa, no la levanta de abajo a arriba para encontrarla? ¡A Jesús, que bien se le entendía, qué bien se le entiende! Es la pedagogía de la vida.
  • ¿Qué Padre o qué madre de buen corazón no hace como el Padre del Hijo pródigo, y no le deja a su hijo terminar de pronunciar las disculpas que se ha aprendido de memoria para su vuelta a casa, porque en la alegría de recobrarlo sólo quiere celebrarlo por todo lo alto?

2.- La pedagogía de la Palabra de Dios produce un efecto milagroso: cada uno entiende lo que puede entender y lo que debe entender, de formas y maneras muy distintas para cada receptor de modo que un mismo mensaje se trasforma en tantos mensajes como destinatarios haya del mismo. Pero aún así, siempre podemos encontrar claves comunes de comprensión:

  • Dios nos enseña que su misericordia es infinita. Que él no se cansa de esperar, que él no se cansa de disculpar, que él no se cansa de perdonar.
  • También nos enseña que no sólo él, sino que todos los que han aprendido de él, a mirar al hombre y al mundo como él los mira, “se alegran más por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Esto vale para los ángeles y los santos que están en el cielo, y también para cada uno de nosotros.
  • Nos decía un profesor que en la tabla de los diez mandamientos faltaba uno. Vamos, que se le debió de olvidar al dedo de Dios grabarlo a fuego sobre aquellas tablas, o tal vez no se le olvido por que lo dio por su puesto… Es el “Mandamiento 0”: Dejase amar por Dios hasta que su amor inunde todo nuestro corazón, toda nuestra mente, todas nuestras fuerzas. Y sólo después, podremos amar a Dios y amar al prójimo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente, y todas nuestras fuerzas.
  • Del mismo modo podemos decir que existe una obra de misericordia “cero” que consiste en “ser” misericordiosos, como nuestro Padre Celestial es misericordioso, antes de “hacer” obras de misericordia. Decía el teólogo norteamericano Tyron Edwars, que “tus pensamientos te llevan a tus propósitos, tus propósitos a tus acciones, tus acciones a tus hábitos, tus hábitos a tu carácter, y tu carácter determina tu destino”. Las obras de misericordia no son sólo obras: van precedidas de pensamientos y sentimientos, y condicionan el carácter y el destino de quienes las ejercen.

3.- Señor: que como al pastor solicito o a la mujer perseverante de tus parábolas, me alcance de tu bondad el habito de la obstinada misericordia.