LA MISA DE LA IGLESIA ESTA SIEMPRE CELEBRANDOSE

Creo necesario recordar a los catequistas, por su relación directa con tantas familias, que en esta situación que estamos viviendo hay que estar muy atentos a no caer en el fideísmo espiritualista por el que se critica la decisión de suspender las misas públicas. En estos días puede que se nos lleguen mensajes en los que:

  • Se dice que menos misas es menos oración. No es verdad. La misa es una. La misa de la Iglesia, sacramento por antonomasia. Toda celebración eucarística se une a la única entrega del único sacerdote en el único altar y en la única mediación que es la Iglesia. El único criterio para determinar en cualquier circunstancia el número de misas es el pastoral. Y ahora es evidente que el criterio pastoral busca el bien mayor de los pastores para su pueblo, que es que se protejan.
  • Se dice que la participación en la misa por radio o por TV o por streaming no es verdadera participación, sino entretenimiento. No equivoquemos las cosas: la misa por TV se diferencia de la misa presencial en dos cosas: que no se puede comulgar y que no sirve para cumplir con el precepto dominical.
    • Lo primero es perfectamente sanable con la tradición de la comunión espiritual, que hacen tantos enfermos y viajantes que no pueden acudir a una misa. Ved la entrevista a este propósito de Alfa y Omega a nuestro Delegado Episcopal de Liturgia Daniel Escobar:
    • https://alfayomega.es/201508/dios-puede-darnos-la-gracia-a-traves-de-la-comunion-espiritual
    • La segunda esta pensada sólo para que, en circunstancias normales, los que podamos ir a misa, no nos quedemos por comodidad en casa porque la transmiten en TV. Pero quienes no pueden acudir a misa (ancianos solos y enfermos permanentemente, o ahora todos por las circunstancias que vivimos) no están (no estamos) obligados al precepto. Pero si seguimos la misa por radio o TV o streaming, además de escuchar perfectamente la Palabra de Dios proclamada en la liturgia de la Palabra, nos unimos espiritualmente a la Iglesia simbólicamente a través de la liturgia eucarística que están siguiendo por TV.
  • Peor aun que esta distorsión de la realidad es la critica a los obispos por la decisión tomada, y a los sacerdotes y fieles que la secundamos. Sólo sirve para dividirnos. Y más aún si esta critica se argumenta desde el mensaje por el cual estaríamos cayendo en una actitud cobarde.
    • El video de un película con un sacerdote celebrando misa mientras caen las bombas a su alrededor podrá ser muy espectacular, pero en realidad es un engaño. Una cosa es dar la vida por no renunciar a la fe, que es el martirio. Y otra cosa es morir por no interrumpir una celebración, como si la voluntad de Dios fuera que la continuidad del rito sagrado fuera más sagrada que la obligación moral de poner nuestra parte para que ni nosotros ni los demás mueran pudiendo evitarse. Ese sacerdote de la película exponiéndose innecesariamente a las bombas por terminar la misa de campaña está poniendo en peligro no sólo su vida, sino la posibilidad con ella de poder seguir ejerciendo su ministerio con esos soldados a los que tendría que seguir animando y acompañando espiritualmente en la guerra.
    • Y en esta guerra contra el Covid-19 la situación es muy similar: nos necesitamos todos a todos, por eso todos tenemos que intentar salvar la vida de todos.

De todos modos, mucho mejor que yo lo ha explicado el obispo auxiliar de Getafe, monseñor José Rico Pavés, en una carta de la que me tomo la libertad de citar el último párrafo:

En los próximos días se cumplirá el segundo aniversario de la Exhortación apostólica Gaudete et exultate del papa Francisco sobre la llamada a la santidad en el mundo actual (19.3.2018). Como sabemos, en el segundo capítulo el Papa desenmascara “dos sutiles enemigos de la santidad”. Para describir estos enemigos menciona dos errores doctrinales del pasado que hoy reaparecen en algunas actitudes: el “gnosticismo actual” y el “pelagianismo actual”. ¿No hay acaso destellos de un neo-monofisismo en quienes, para primar la salud espiritual de los fieles, minusvaloran la salud corporal? ¿Se equivoca acaso la Iglesia cuando nos pide orar por los enfermos? ¿Acaso pedimos que les llegue pronto la muerte para que entren en la bienaventuranza eterna? Evitemos este otro “enemigo sutil” de la santidad que lleva a considerar la postura propia la más auténtica por gozar -así se pretende- de una “visión sobrenatural”, mientras se critica la postura que busca la salud espiritual de los fieles evitando poner en peligro su salud corporal, hasta donde prudencialmente es posible. Dejémonos también iluminar en esto por la recta fe de la Iglesia. Contemplemos el misterio admirable de la encarnación y no enfrentemos la naturaleza humana a la divina, la naturaleza a la gracia, la salud del cuerpo a la del alma, pues sabemos que «hay un sólo Médico, carnal y espiritual, creado e increado, que en la carne llegó a ser Dios, en la muerte, vida verdadera, (nacido) de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo nuestro Señor» (San Ignacio de Antioquía, Ef. 7, 2 -FuP 1, 111; BPa 50, 239).. En una situación como la actual se percibe aún con más claridad la necesidad de mantenernos unidos. Evitemos todo lo que quiebra la comunión. Superemos el discurso tramposo que enfrenta a “los que tienen fe” con “los que tienen miedo”. No caigamos en la tentación del individualismo, buscando “soluciones” por cuenta propia.

 

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis.