Tres párrafos de tres libros del escritor francés Christian Bobin, nos sirven para descubrir la fuerza literaria de las imágenes:

De “El desapego del mundo»:

Si anduviéramos por el mundo con la despreocupación del niño, que se adormece en medio de la muchedumbre, el mundo no conseguiría turbar nuestro corazón más de lo que puede influir en la respiración amplia y ligera del niño que duerme.

 

 

De “Un simple vestido de fiesta”:

“Al salir de un gran libro conoces siempre ese leve malestar, ese momento de incomodidad. Como si se pudiera leer en ti. Como si el libro amado te concediera un rostro límpido -indecente: uno no va por la calle con un rostro tan desnudo, con el rostro descarnado de la dicha. Hay que esperar un poco. Hay que esperar a que el polvo de las palabras se esparza durante el día. De tus lecturas no retienes nada, apenas una frase. Eres como un niño al que al mostrarle un castillo, sólo viera un detalle, unas hierbas entre dos piedras, como si el castillo tuviera su verdadero poder en el temblor de unos hierbajos. Los libros queridos se mezclan con el pan que comes. Corren la misma suerte que los rostros apenas vislumbrados, que los limpios días de otoño y que cualquier belleza en la vida: ignoran la puerta de la consciencia, se deslizan a través de ti por la ventana del ensueño y se cuelan hasta una habitación a la que nunca vas, las más profunda, la más retirada. Horas y horas de lectura para esa ligera tintura del alma, para esa ínfima variación de lo invisible en ti, en tu voz, en tus ojos, en tu manera de ir y hacer. Para qué sirve leer. Para nada o casi. Es como amar, como jugar. Es como rezar. Los libros son rosarios de tinta negra, cada cuenta rodando entre los dedos, palabra tras palabra. Y qué es exactamente rezar. Guardar silencio. Es alejarse de sí mismo en el silencio. Tal vez es imposible. Tal vez no sepamos rezar como se debe: siempre demasiado ruido en nuestros labios, siempre demasiadas cosas en nuestros corazones. En las iglesias nadie reza salvo las velas. Ellas pierden toda su sangre. Consumen toda su mecha. No se reservan nada para ellas, dan todo lo que son, y ese don pasa a ser luz. La imagen más bella de la oración, la imagen más clara de la lectura, sí, sería esa: el lento desgaste de una vela en una fría iglesia.”

 De “El Bajismo”:

 La belleza viene del amor, el amor viene de la atención. La atención simple a lo simple, la atención humilde a los humildes, la atención viva a toda vida.

Ante el amor no hay ningún adulto, no hay más que niños, más que esa inocencia que es abandono, despreocupación , mente perdida. La edad suma. La experiencia acumula. La razón construye. La inocencia no cuenta nada, no amontona nada, no edifica nada. La inocencia es siempre nueva, se va siempre a los comienzos del mundo, a los primeros pasos del amor. El hombre de razón es un hombre acumulado, amontonado, construido. El hombre inocente es lo contrario de un hombre cargado sobre sí mismo: es un hombre liberado de sí, renaciendo en el total nacimiento de todo.

Os invito a ser como la tierra desnuda, olvidada de sí misma, acogiendo igualmente la lluvia que la golpea y el sol que la reseca. Y decir a los otros: buscáis la perfección en los desiertos de vuestro espíritu. Pero yo no os pido ser perfectos. Os pido ser amantes.

Esperáis del amor que os colme. Pero el amor no colma nada- ni el hueco que tenéis en la mente, ni ese abismo que tenéis en el corazón. El amor es vacío más que plenitud. El amor es la plenitud del vacío. Es , os lo recuerdo, una cosa incomprensible. Pero aquello que es imposible de comprender es muy simple de vivir.