FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: LA DIGNIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

1 Samuel 1,20-22.24-28; 1 Juan 3,1-2.21-24; Lucas 2,41-52

HABLA DE LA PALABRA: Somos hijos de Dios

La liturgia de la Palabra de este domingo nos enseña muchas cosas sobre el designio del Padre para con todos los seres humanos y todas las familias:

  • El primer libro de Samuel recuerda a todos los padres que antes que suyos, los hijos son hijos de Dios,
  • La primera carta de Juan nos ofrece dos consecuencias ineludibles para nuestra vida por haber sido constituidos “hijos de Dios”: la confianza en el Eterno Padre, y el mandamiento del amor mutuo para permanecer en su amor.
  • Y el Evangelio nos dice que Jesús empezó pronto a mostrar la misión encomendada por el Padre, mientras crecía en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.

HABLA EL CORAZÓN: Defender y custodiar la familia

Esta contemplación de la Palabra de Dios, nos lleva al menos a dos invitaciones en torno a la Familia Cristiana: defender la familia y custodiar la familia.

  • Defender la familia, para defender la dignidad de todos los hombres. Porque de da una paulatina infravaloración de la familia por parte de la cultura dominante:
  • Se educa a las nuevas generaciones banalizando la afectividad y ridiculizando el valor del compromiso para siempre;
  • Se infravalora la maternidad, hasta el punto de mofarse de ella;
  • Se relativiza hasta el extremo la fidelidad matrimonial,
  • Se pierde el valor de la vida, sobre todo de la vida del más frágil de la familia, el infante en gestación.
  • Se considera la vivienda y la manutención familiar como bienes de consumo, y no como derechos humanos fundamentales.
  • Se dificulta el reagrupamiento familiar de los emigrantes y no se atiende el valor de la familia en las normas laborales.
  • Vivir y custodiar la unidad en la Familia: Porque los valores de la Familia sólo pueden ser vividos desde el amor trinitario que se humaniza por el misterio del Dios hecho hombre en la Familia de Nazaret. Cada uno de los miembros de la Familia de Nazaret reconoce en el otro a alguien a quien poner en el primer puesto: Jesús a su madre María y a José, a cuya custodia el Eterno Padre les ha encomendado. José y María a Jesús, sabiendo que él es “Hijo del Altísimo”. José a María, su amada esposa elegida por Dios para ser la madre del Salvador. María a José, su amado esposo y padre de familia que el Padre también ha involucrado en este misterio. Y en esta misteriosa relación se podrían fijar todas las familias, porque sólo en la familia somos queridos de verdad por lo que somos, y porque no hay ni un solo hijo de Dios que no tenga derecho a ser acogido como un hijo en la gran familia de la Iglesia.

HABLA LA VIDA: La gracia de tener una familia

Este testimonio, de un “hijo” y “padre” anónimo, puede glosar esta verdad que debería conmover nuestro corazón:

Con tan solo 2 años fui acogido en un orfanato. Mi familia no pudo hacerse cargo ni de mí, ni de mi hermana, así que, tratando de cubrir nuestras necesidades básicas, crecimos allí. Nunca nos faltó nada que llevarnos a la boca, ni una ropa limpia que ponernos, ni unos zapatos nuevos que calzarnos, pero eso no era todo, quizás siempre añoramos el calor de un hogar. Aunque mis padres vivían y de vez en cuando íbamos a visitarlos, nos faltaba ese cariño que desprende una familia.

Seguí mi camino. Con pisadas fuertes, traté de sobrevivir a las adversidades que la vida me presentaba. Dibujé lágrimas cuando otros niños eran abrazados  por sus padres, agaché la cabeza tantas veces (como maldije mi vida), aprendí de la calle, sus mil y una enseñanzas y con los cientos de niños que me rodeaban, comprendí que no estaba solo. Han pasado 33 años y ya ven, sigo en pie tratando de rellenar los huequecitos de mi alma que quedaron vacíos.

Me casé. Y hemos acogido en casa una preciosa niña, a la que le abrimos nuestra puerta y nuestro corazón. Actualmente me he convertido en ese padre de acogida que nunca tuve y esa niña afortunadamente nunca será el niño que yo fui, ya que aquí siempre tendrá con nosotros una familia y un hogar.

Y ahora frecuentemente hago esta oración: “Señor: que ningún hijo tuyo, ningún amado hijo tuyo, aún en la peor de las adversidades, deje de tener la gracia de una familia, donde ser amado plenamente. Y que la familia cristiana, cada familia cristiana, y la familia de todas las familias cristianas, la Iglesia, sea casa, hogar y familia para todos los hombres”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid