En la foto entrada del Hogar de Nazaret, con algunos voluntarios, fundado por Teresa Rosingana en el Barrio de San Blas de Madrid.

Nuestro Cardenal Arzobispo utiliza frecuentemente este término, el de “la desproporción de Dios”, para designar la parte providencial desproporcionada de Dios que secunda la insuficiente pero necesaria iniciativa humana. En el Evangelio hay dos gestos emblemáticos de la desproporción de Dios: el milagro de la multiplicación los panes y los peces y el milagro eucarístico de la transustanciación del Jueves Santo. Pero la desproporción de Dios, celebrada litúrgicamente en la eucaristía, es vivida por la Iglesia todos los días y en todos los lugares de la tierra.

 

Cuento una historia real vivida en Madrid. En la crisis económica de los años ochenta, Teresa, madre de cuatro hijos, esposa de un transportista que se había quedado sin trabajo, acudió a los jesuitas de la calle Serrano, a pedir ayuda. La recibió el Padre Lorenzo Almellones, que dirigía la Congregación Mariana de los Kostkas. Y nos pidió a los jóvenes congregantes que incorporáramos a la familia de Teresa, que vivía en San Blas, al grupo de familias que atendíamos desde la acción social de la Congregación. Teresa siempre nos decía que en cuanto remontase, se uniría a nosotros para ayudar a otros. A los pocos años el marido de Teresa encontró trabajo, y ella, agradecida por la ayuda recibida, cumplió su promesa. Es más, la acción social de la Congregación se le quedó pequeña, y puso en marcha una iniciativa de ayuda a familias necesitadas y, entre otras cosas, con los años, hizo un comedor social en el barrio de Sal Blas.

 

Un día, a finales de los año noventa, Teresa se vio muy agobiada, pues poco a poco, desde unas semanas atrás, los suministros de alimentación de diversas instituciones habían dejado de llegar, y no tenía nada con que dar a comer a sus numerosos comensales. El Padre Almellones había fallecido pocos meses antes, y el comedor estaba presidido por una foto suya. Teresa se plantó muy temprano delante de la foto, y le dijo: “Tu me metiste en esto, tu me tienes que sacar de este apuro. Yo ya no se que hacer, pero hoy tengo que dar de comer a mucha gente. A ver como te las apañas”. A los cinco minutos, empezó a sonar el teléfono, una llamada tras otra, y a llegar camiones y furgonetas. En dos horas llegaron alimentos para las necesidades del comedor social de varios meses.

 

Esta es la desproporción de Dios: el cristiano pone su parte, insuficiente, y Dios pone la suya, desbordante. El año pasado Teresa nos dejo, y seguramente desde el Cielo, donde reina el amor desproporcionado, con el Padre Almellones recordarán su complicidad en el milagro del comedor.