La llegada a los cines españoles de la nueva versión cinematográfica de Ben-Hur es sin duda el acontecimiento cinematográfico de este inicio de temporada. A los más nostálgicos de la mítica película de 1959 dirigida por William Wyler no les habrá terminado de convencer, por eso de que nunca un remake puede sustituir a un clásico de la historia del cine. Y aunque tanto la versión de 1925 como la de 1959 fueron, en los detalles de sus guiones, más fieles a la famosa novela de 1880 del mismo nombre, la nueva versión de Timur Bekmambetov podría ser la más fiel al espíritu de su autor, Lewis Wallace, ya que lo que él escribió fue uno hermoso relato dramático cuya idea central es el perdón. Toda una catequesis.
Es verdad que en la nueva película, cuyos méritos cinematográficos más reconocidos serán los de su espectacularidad épica, sobre todo con las escenas de las galeras y de la cuadrigas, abundan expresiones y disertaciones anacrónicas, como la de que el mensaje de Jesús es progresista, o que un judío de la época se preguntase por la existencia de Dios. Y es también verdad que las escuetas definiciones del perdón adolecen, precisamente en el contexto de la novedad cristiana de su propuesta, de un cierto reduccionismo horizontalista. Pero con todo, podemos decir que con esta espectacular versión de Ben-Hur, la industria de Hollygood, a su manera, se ha unido al Año Santo de la Misericordia. Su verdadero espectáculo, dentro del espectáculo, es la conquista de los corazones de un judío y de un gentil por parte de Cristo.
La realidad, por razones que se nos escapan pero que seguro que no se le escapan al Espíritu Santo, que como dice el Papa Francisco sopla donde le da la gana y como le da la gana, es que en torno al Año de la Misericordia a la producción cinematográfica, incluso la más comercial, le ha dado por el perdón y la misericordia, tanto de Dios a los hombres como de los hombres entre si. Ya nos los dejo bien claro Jerónimo José Martín en su ponencia del encuentro diocesano de catequistas en Madrid. Si la mitad del tiempo que perdemos en la Iglesia en buscar por todas partes afrentas culturales a la fe y maléficas manifestaciones del relativismo, lo dedicáramos a ver los signos de diálogo y de conexión entre la fe y la cultura de hoy, mejor nos iría. ¡Y es que cuanto nos cuesta entender eso de “el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc. 9, 40)!.