OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LA ABUNDANCIA DEL CORAZÓN

Eclesiástico 27,4-7; 1 Corintios 15,54-58; Lucas 6,39-45

HABLA LA PALABRA: De la cabeza al corazón, del corazón a los hombros

Cada vez que nos persignamos, además de confesar al Dios uno y trino, que es su principal significado, evidenciamos que la Palabra de Dios debe:

  • Penetrar nuestra mente: Como dice el libro de Eclesiástico “El fruto muestra el cultivo de un árbol, la palabra, la mentalidad del hombre”
  • Penetrar nuestro corazón: Jesús nos dice en el sermón de la montaña que “El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.
  • Y san Pablo nos dice que, además de penetrar en la mente y alcanzar el corazón, la Palabra se traduce en las obras (pasa por los hombros en el símil del cuerpo: “Trabajad siempre por el Señor, sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga.

HABLA EL CORAZÓN: Vigilar nuestras palabras

Jesús nos enseña a cuidar nuestra lengua (en el juicio a los demás), empezando por examinar el corazón que habla a través de nuestras palabras. Explica el biblista Gabriel Alfonso Cañón Vega que:

  • Hay más de cien versículos en el libro de Proverbios que se refieren de una manera u otra a las palabras que hablamos. Es más, toda la Biblia está llena de referencias al uso que hagamos de nuestra lengua. La lengua es el órgano más pequeño de nuestro cuerpo, sin embargo, es uno de los más poderosos y activos.
  • Puede ser una fuente de gran bendición y consolación (Job 4:4; Proverbios 15:1; Isaías 50:4). También puede ser destructiva, engañosa, peligrosa e hipócrita (Salmo 5:9; 10:7; Proverbios 12:18; 24:2; Romanos 3:13).
  • Las palabras tienen el potencial suficiente para modificar la vida de los que las oyen y aun de alterar el curso de la historia. Las conmovedoras palabras de Tomás Jefferson condujeron a los Estados Unidos a su independencia. Las palabras inflamatorias de Adolfo Hitler hundieron al mundo en la Segunda Guerra ¿Te has detenido a averiguar qué efecto producen las palabras que dices?
  • A menos que esté bajo la influencia santificadora de la gracia de Dios, la lengua puede ser causa de males y dolor. Bien usadas, las palabras son instrumentos que Dios puede usar para llevar a los hombres el mensaje de salvación. Pero. Cuando se abusa de ellas, pueden convenirse en piedras de tropiezo a las almas perdidas que buscan al Señor.
  • Todo hijo de Dios tiene dificultad en ejercer control sobre su lengua. Este no es un problema exclusivo de los conversos. Santiago se incluía entre los que tienen problemas con lo que hablan (Santiago 3:1, 2).
  • David también estaba consciente de tener esta dificultad, y dijo: «Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua» (Salmo 39:1).
  • Aun Moisés, un hombre muy prudente, no tuvo el privilegio de entrar con el pueblo a la Tierra Prometida porque «habló precipitadamente con sus labios» (Salmo 106:33). El deber de una persona sabia es poner guarda a sus propios labios. Eso es mejor que vigilar los labios ajenos. «En las muchas palabras no falta pecado» (Salmo 10:19).
  • Si uno es incapaz de evitar que su mente maquine pensamientos malos, por lo menos debe proponerse a no dar lugar a que sus labios los publiquen. Es fácil dejar que nuestras emociones broten de nuestra boca libremente; pero eso muchas veces es ofensivo al Señor y para los que nos oyen.
  • Somos responsables delante de Dios de todo lo que hablemos, hasta de las palabras ociosas (Mateo 12:37).

HABLA LA VIDA: La mejor penitencia

Cuenta monseñor Sebastián Taltavull, obispo de Mallorca, que un día una isleña le pidió que le cambiara una penitencia muy exigente que se había impuesto a través de una promesa. El obispo la intento convencer para que le dejase dispensarla de la pesada penitencia, pero ella insistió al obispo en la petición de un cambio. Entonces, monseñor Sebastián, aún persuadido de que ella se esperase una penitencia basada en alguna practica piadosa, la dijo: “Muy bien. Cambiemos la penitencia. Durante una semana no habla usted mal de nadie”. A lo que ella respondió: “Uy, eso es muy difícil, ¡es una penitencia durísima!”. Y monseñor Sebastián le dijo: “Lo se. Pero dese cuenta de que en realidad es evangelio puro, y Jesús no nos pide que no hablemos mal de nadie durante una semana, sino que no hablemos mal de nadie nunca”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.