Con ocasión del Domund 2017, en la revista Iluminare, el padre Javier Carlos Gómez Delegado Diocesano de Misiones y Director Diocesano de OMP de Valladolid, se hace estas preguntas:

Marcos, en su Evangelio, nos presenta a Jesús recibiendo el bautismo de manos de Juan y comenzando inmediatamente la misión: “Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios” (Mc 1,14). Esta va a ser la actividad central de Jesús y a la que va a dedicar todos sus esfuerzos. Es consciente de que ha recibido una misión de manos de su Padre Dios, y a ella se va a entregar con todas sus fuerzas. En virtud de esta tarea misionera, son muchas las ocasiones en las que, en los Evangelios, encontramos a Jesús de camino o cruzando el lago para llevar la Buena Noticia a todos los lugares que pueda: “Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas»” (Lc 9,57). Podemos pensar que Jesús, por ser el Hijo de Dios, no encontró dificultades en su tarea misionera. Realmente las tuvo y, como sabemos muy bien, tan serias que le llevaron a la muerte. Manifiesta su valentía hablando abiertamente (cf. Lc 12,1-2), poniendo a la persona por encima de normas e instituciones (cf. Lc 6,6-11), clarificando su situación ante el poder político (cf. Jn 19,11), asumiendo su realidad y dando la cara sin reparos (cf. Jn 18,4-8). Sin lugar a duda, podemos afirmar que donde Jesús manifiesta su mayor valentía es cuando, en el huerto de los Olivos, acepta la voluntad del Padre: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). Y cuando, en la cruz, perdona a los que le condenaban a muerte (cf. Lc 23,34). Solamente los valientes reaccionan con el perdón. La cobardía conduce a la venganza, al rechazo o al resentimiento.

En el momento del prendimiento asistimos a la desbandada de los discípulos, que huyen despavoridos porque sentían que su vida corría peligro. Pedro, a pesar de sus promesas, manifiesta también su miedo cuando en tres ocasiones niega tener nada que ver con Jesús. Todo cambia después de la efusión del Espíritu Santo: “Entonces Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró ante ellos” (Hch 2,14). Y la declaración que va a hacer es una confesión de fe en el Señor Jesús. Hay que tener mucho valor para dirigirse así a los que, hace pocos días, habían pensado que, eliminando a Jesús, podían cortar la experiencia de una espiritualidad y una forma nueva de relacionarse con Dios que comenzó en Galilea. Fueron valientes también cuando, para cumplir con su misión, tuvieron que enfrentarse a las autoridades y afirmar sin reservas: “¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,19-20).

Otra forma de entender la valentía en esa primera comunidad se expresa en la disponibilidad que tienen para ir solucionando los problemas que van apareciendo, según va creciendo el pequeño grupo. Dan solución a las quejas que se presentan en la atención a las viudas y eligen unos servidores de la comunidad (cf. Hch 6,1-3). Se reúnen en el concilio de Jerusalén para abordar la pluralidad de culturas en la Iglesia y establecer unas pautas de comportamiento mínimas, pero que sean lo suficientemente fuertes como para mantener la unidad en una misma fe (cf. Hch 15).

ía para la misión en Chipre (cf. Hch 13,1-4), hasta hoy, se cuentan por millones los bautizados que han participado en la actividad misionera de la Iglesia. Muchos de ellos han mostrado una gran valentía para dejar su tierra, su casa, sus costumbres, y aventurarse en otros lugares, muchas veces inseguros. Han manifestado su valentía en la temeridad de sus viajes, dada la precariedad de los medios con los que se contaba para los desplazamientos. En la constancia y perseverancia a la hora de aprender lenguas nuevas y adaptarse a culturas tan distintas. En el desafío a enfermedades contagiosas y a poderes políticos que les han perseguido y martirizado. También ha habido un sinfín de personas que, sin salir a ningún lugar, han sido valientes para ver más allá de los muros de sus fronteras y, como Santa Teresa de Lisieux, desear ardientemente que todos conocieran el Evangelio y orar por este motivo. O como los enfermos misioneros, que tienen el valor de ofrecer sus dolores y penalidades en apoyo a los misioneros, conscientes así de su ayuda y colaboración en la misión universal.