De tres temas distintos (aunque relacionados entre sí), nos habla hoy la Palabra de Dios: de la corrección fraterna, del amor fraterno, y de la presencia del Hijo de Dios en medio de nosotros. El amor de Dios une a los tres.

  • De la corrección fraterna nos habla en primer lugar el Profeta Ezequiel. En el refranero decimos “el que avisa no es traidor”. El profeta va más a fondo: nos explica la importancia de la corrección fraterna hasta el punto de que quien la hace se libra de ser cómplice de lo corregido. Parece claro que la auténtica corrección fraterna exige valentía y aplomo porque lo más fácil es evadirse de esta responsabilidad de compartir la suerte del prójimo, sobre todo bajo esta cultura dominante tan individualista.
  • También de la corrección fraterna nos habla el Señor en el Evangelio, como signo de comunión eclesial, indicándonos una escala basada en la caridad exquisita: primero corregir personalmente, luego comunitariamente, y en último lugar socialmente.
  • Del amor al prójimo nos habla San Pablo en su carta a los Romanos: nos muestra dos características del verdadero amor:
  • No casa el amor con la deuda: que el amor sea la única deuda.
  • Quien ama al prójimo cumple toda la ley. “Ama y haz lo que quieras” decía San Agustín: No predicaba el relativismo moral, sino que para el cristiano la ley moral no coarta su libertad, porque si es cristiano ha elegido libremente el camino del amor, y quien ama no contradice nunca la ley moral, porque el amor es su máxima expresión.
  • De la presencia de Dios en nuestra vida nos habla el salmo 94, de una presencia cultual, litúrgica, como ahora acogemos en la misa (“entremos en su presencia dándole gracias, aclamándole con cantos”).

Pero sobre todo nos habla Jesús en el Evangelio, al prometernos personalmente su presencia en medio de nosotros si estamos unidos en su nombre (“Donde dos o tres estén unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”). De esta presencia, tan importante, convendría señalar tres características:

  • En primer lugar, es una presencia real: No es un recurso retórico para decirnos que no nos deja solos. El no dice “si dos o tres están unidos en mi nombre, es como si yo estuviese en medio de ellos”; del mismo modo como no dice “esto es como si fuera mi cuerpo”, o “esto es como si fuera mi sangre” cuando instituyó la eucaristía; sino que dice “yo estoy en medio de ellos” del mismo modo que dice “esto es mi cuerpo”, esto es mi sangre”. Presencia real, espiritual, no física, pero real.
  • En segundo lugar, es una presencia efectiva:
  • Por un lado eficaz en la oración: hace que la oración de toda la Iglesia al Padre sea una oración del mismo Jesús (“os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo para pedir algo…”).
  • Pero también eficaz en el discernimiento y en la acción: Si él esta en medio de nosotros, repiten los padres de la Iglesia, él inspira, él mueve la providencia divina, el conduce a la comunidad.
  • En tercer lugar, es una presencia universal:
  • Se puede dar siempre y en todo lugar: en la familia, iglesia doméstica, en la comunidad religiosa, en la comunidad parroquial, pero también en la calle, en la fábrica, en la oficina, en el metro, en el equipo deportivo, en la comunidad de vecinos, en el parlamento…,
  • Se puede dar entre todos los que la busquen: no sólo católicos, también hermanos separados que creen en Cristo. No sólo creyentes coherentes: sólo hace falta que haya dos o tres cristianos que se declaren esta presencia, diciéndose sinceramente: “tengamos a Jesús en medio de nosotros”.

En las Florecillas de San Francisco de Asís se cuenta como un día, reunidos en nombre de Jesús, y hablando todos de él, de repente él mismo se presento en medio de ellos para bendecirles.

  • También se cuenta que cuando volvía Francisco de recorrer la ciudad con uno de sus hermanos, éste le preguntó: ¿pero no habíamos ido a predicar?, y Francisco le dijo: “si nos han visto unidos, ya han visto a Jesús”.
  • Y cuando hablando con Fray León le explicaba la perfecta alegría, después de enumerarle todas las cosas de este mundo que no la dan, le dijo: ahora, cuando lleguemos a Santa María de los Ángeles, y llamemos a la puerta del lugar, el portero vendrá enfadado y nos dirá: “¿Quién sois?”. Y cuando digamos nosotros: “Somos dos de vuestros hermanos”. Y él contestará: “Mentís; sois dos bribones que andáis por el mundo engañando y robando las limosnas de los pobres; fuera de aquí”; y no nos abrirá y nos hará quedar fuera, en medio de la nieve, del agua y del frío y con hambre hasta que sea de noche; entonces, si a tanta injuria, a tanta crueldad y a tantos vituperios nos sostenemos pacientemente sin turbarnos y sin murmurar de él (…) ¡oh, fray León!, en esto estará la verdadera alegría! En estar unidos está la perfecta alegría, porque estando unidos, Dios mismo están en medio de nosotros.

HOMILÍA DEL DOMINGO XXIII DEL TO (CICLO A) 10 SEPTIEMBRE 2017