Jesús se nos descubre en estas lecturas como el buen pastor:

  • En los Hechos de los Apóstoles Pedro da una respuesta a una pregunta que no conoce frontera ni física ni temporal, porque al menos una vez todos hombre se la hacen: “¿qué hacer con mi vida”. La respuesta es Jesús: convertirse a él, bautizarse en él, recibir por el Espíritu Santo.
  • Con el salmo 22 respondemos con Pedro en primera persona: “El Señor es mi pastor, nada me falta”, porque su misericordia y su bondad “me acompañan todos los días de mi vida”.
  • De nuevo Pedro, en su primera carta, nos revela el misterio de la sustitución, de la redención, obrada por Cristo, el Buen Pastor: “cargando con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado”.
  • Y en el Evangelio el mismo Señor se nos presenta como el Buen Pastor que entra por el aprisco a cuidar de su rebaño. Y sus ovejas atienden a su voz, porque las conoce una a una, por su nombre, porque él no es una extraño para ellas. Un Buen Pastor que ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia.

En el primer siglo de la era cristiana el “logo” de la cruz compitió con otros dos muy hermosos: los dos peces (de la multiplicación de los panes y los peces), y el de la imagen del Buen Pastor que lleva una oveja sobre sus hombros. Mirando a Cristo el Buen Pastor:

  • La Iglesia se entiende a si misma con una misión “pastoral”, promovida por los sucesores de los apóstoles, los obispos, y por sus principales colaboradores, los sacerdotes, y secundada por todo el Pueblo de Dios según la diversidad de dones y carismas en su seno.
  • De tal modo que si toda acción eclesial ha de ser pastoral (con el celo y el amor del Buen Pastor), y así hablamos de la pastoral parroquial, la pastoral de la cultura, del trabajo, de la infancia y la juventud, del matrimonio; también decimos que los sacerdotes han de ser, antes que nada, imágenes vivas del Buen Pastor. Y en este domingo, Jornada Mundial de las Vocaciones, nos fijamos especialmente en ellos.

En su fidelidad, y en su entrega, junto a la de todos los bautizados:

  • La fidelidad es hoy especialmente meritoria por ser culturalmente contracorriente: el más importante efecto destructivo del relativismo no es el moral, sino el existencial, el de una vida entendida como un laberinto de circunstancias inconexas, todo menos un camino de auténtica libertad.
  • También el sacerdote se casa: Con la Iglesia, y se compromete con ella también en las alegrías y en las penas, en la salud como en la enfermedad, en la pobreza como en la prosperidad. Cuando se ven los frutos y cuando no se ven, cuando se está acompañado o cuando se esta sólo. Al sacerdote Cristo y la Iglesia no le piden unos objetivos de eficacia laboral, pero si fidelidad en el dar la vida sin esperar nada a cambio.
  • Pero junto a la fidelidad pastoral (la de los sacerdotes, pero también la de todos los religiosos y laicos comprometidos con la evangelización), hay que valorar, en la vida de la Iglesia, la entrega pastoral.
  • Alguna vez me han preguntado en que consiste la novedad que el Papa Francisco ha traído a la Iglesia. No siendo una novedad ni en la doctrina ni en la praxis de la Iglesia, lo es, como siempre lo es un nuevo pontificado, en el acento pastoral. Benedicto XVI vio el clamor de un mundo que, condicionado por la cultura dominante, caía en la esclavitud del relativismo. El Papa Francisco, sin quitarle una pizca de importancia a este clamor, antepone otro: el de la soledad del hombre contemporáneo.
  • El mismo Joseph Ratzinger, hoy el papa emérito, contaba que siempre le impresionó el testimonio de un compañero sacerdote que le contó esta experiencia: estaba andando por las calles de Múnich cuando un ciego que quería cruzar al otro lado grito: “¿Hay alguien presente?”. La calle estaba llena de gente, con prisa, ensimismados en sus asuntos, pero en realidad nadie esta presente, ni siquiera este sacerdote que había pasado al lado del ciego y no se había dado cuenta. En un mundo tan intercomunicado como el de hoy, decía Ratzinger, las personas están solas.
  • Todos, de diversos modos, somos corresponsables de la solicitud pastoral de la Iglesia. ¿Cómo?, nos preguntamos. Muy sencillo: Todos debemos estar ojos avizor para oír este grito, a veces susurro, a nuestro alrededor: ¿Hay alguien presente? Si. Estoy yo, que soy cristiano, y que tengo como modelo a Jesús, el buen pastor.

HOMILÍA DEL DOMINGO IV DE PASCUA (EL BUEN PASTOR) CICLO A