SOLEMNIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR: FIRMES EN LA FE

Isaías 40,1-5.9-11; Tito 2, 11-14;3,4-7; Lucas 3,15-16.21-22

HABLA LA PALABRA: Clamores de esperanza

La liturgia de la Palabra nos ofrece tres clamores de la esperanza que infunde la fe, en este día solmene del Bautismo del Señor:

  • La primera esperanza: que Dios consuela a su pueblo, le habla al corazón, no se olvida de él, que “se revelará la gloria de Dios, y la verán todos los hombres juntos”, por lo que hay que prepararle el camino allanando los montes y las colinas, enderezando lo torcido e igualando lo escabroso.
  • La segunda verdad: que la misericordia de Dios nos salva, no las obras que hayamos hecho. Dios derramó su amor por medio de Cristo y “así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna”. Y como consecuencia, su amor nos enseña a vivir una vida sobria, honrada y religiosa.
  • La tercera esperanza: que como entonces, tampoco hoy hay ya que esperar a ningún otro salvador, sino que nuestra esperanza esta solo en Jesús, pues dejándose bautizar por Juan, el último de los profetas, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y una voz desde el cielo proclamó: “Este es mi hijo, el amado, el predilecto”.

HABLA EL CORAZÓN: El don de la fe

Hoy la Iglesia ve en este gesto de Juan con Jesús la grandeza de la fe que se profesa en la eucaristía dominical al final de la Litúrgica de la Palabra, con el credo o “Símbolo de la fe”:

  • Que es la fe en la verdad de Dios y en la verdad del hombre: Del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres personas y un solo Dios: misterio de unidad divina, de la que emana como en una imagen toda la creación y toda la humanidad: unidad en la diversidad, unidad en la armonía, unidad en el amor. Y del hombre verdadero, creado a imagen de Dios, que no sólo es el centro de la creación, sino que, en palabras de San Ireneo, “la vida del hombre es la gloria de Dios”; y cuya dignidad es principio de todo discernimiento en la búsqueda de la verdad y del bien.
  • Que es la fe en cuanto don al que respondemos de dos modos complementarios: Con la fe objetiva: el reconocimiento y asentamiento de las verdades reveladas. Es decir, con la confesión del Símbolo de la Fe. Y con la fe subjetiva: la confianza, de corazón, en la Providencia de Dios en nuestras vidas: la confianza personal en el amor inmenso de Dios que jamás nos abandona. El demonio y sus secuaces no tiene ninguna duda en los artículos objetivos de la Fe, pero no tienen ninguna confianza en Dios. Por eso, siendo la fe de la Iglesia, y por tanto legado integro e indivisible, decimos “creo” y no “creemos” porque tanto la aceptación de la verdad de Dios como la confianza en Dios es personal y libre.

HABLA LA VIDA: Dios existe, yo me lo encontré

Dice San Pablo que la fe entra por el oído (y por la vista: objetiva y subjetivamente). Muchos hemos recibido la fe escuchando y viendo a nuestros padres, maestros, catequistas. Otros, de los modos más inimaginables como el escritor André Frossard, que fue uno de los jóvenes dirigentes del Partido Comunista francés y un ateo convencido. Pero en 1935 (tenía 20 años), su vida cambió cuando entró en una iglesia a cuya puerta había quedado con un amigo, cansado de tanto esperarle.

Relata así ese encuentro: «Habiendo entrado a las 5:10 en una capilla del barrio latino de París para buscar a un amigo, me encontré saliendo a las 5:15 en compañía de una amistad que no era de esta tierra». Su principal obra se titula: “Dios existe, yo me lo encontré”. La fe abrazada (objetiva y subjetiva) pasó a ser lo más importante para Frossard. La abrazó cada día con mayor fuerza hasta el final, y eso que cuando se convirtió sus padres lo llevaron a un psicólogo que les dijo que tenía la “enfermedad de la espiritualidad”, pero que se pasaría en pocos meses. De testimonios como el suyo podemos vislumbrar el alcance de la expresión paulina: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2,7)

Que también la fe libremente abrazada sea para quienes la hemos recibido desde niños (y siendo niños fuimos bautizados en ella). ¡Señor. Que antes pierda cualquier cosa, pero que nunca pierda la fe. Porque si perdiera la fe, perdería la esperanza, la confianza en tu misericordia, y la razón para darme a los demás!