FIESTA DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS: JORNADA MUNDIAL POR LA PAZ

Números 6,22-27; Gálatas 4,47; Lucas 2,16-21

HABLA LA PALABRA El precio de la paz

Las lecturas de hoy, fiesta de Santa María, madre de Dios, y Jornada Mundial por la Paz, nos hablan de amor y de paz, no como meras ilusiones, no como voluntariosos propósitos, sino como dones de Dios que, acogidos de verdad, se convierten en permanente conquista del hombre con fe.

  • Si con el libro de los Números nos hemos unido a la mejor oración para comenzar el año, que “el Señor te bendiga y te proteja… se fije en ti y te conceda la paz”; con el salmo 66 hemos implorado la bendición de Dios: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”, que el Señor “ilumine su rostro sobre nosotros”.
  • En la epístola de san Pablo a los Gálatas encontramos el origen de la confianza plena que podemos poner en Dios, esa que nace de ser hijos por adopción, hijos en el Hijo: “ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”.
  • San Lucas nos ofrece una de las frases más hermosas sobre María, la madre de Dios, en una de las escenas más entrañables del Evangelio de la Navidad: “Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La misma frase se nos dirá más adelante, ante el anciano Simeón, cuando a María se le anuncia el precio del dolor por ser la madre del Príncipe de la Paz.

HABLA EL CORAZÓN El desarrollo, el nuevo nombre de la paz

El anhelo, la búsqueda, y el compromiso por la paz por parte de la Iglesia dio un salto gigantesco a partir de la encíclica de san Juan XXIII Pacem in terris en 1963. En ella aparece un argumento que luego tendría un gran desarrollo tanto en el Concilio Vaticano II como en el magisterio de san Pablo VI, de san Juan Pablo II, de Benedicto XVI, y del Papa Francisco, y que se podría resumir en un sencillo slogan: “sin compromiso por la justicia y el desarrollo social, vano es el compromiso por la paz”.

En Pacem in Terris la paz se vincula con cuatro grandes valores: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La verdad será cimiento de la paz si cada individuo con honestidad toma conciencia junto a sus propios derechos, de sus deberes hacia los demás. La justicia edificará la paz si cada uno respeta los derechos ajenos y se esfuerza en cumplir plenamente los propios deberes hacia los demás. El amor será fermento de paz, porque siente las necesidades de los demás como propias y comparte con los demás lo que posee. Por último, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar si, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se responsabilizan en su ejecución.

Para el Papa Francisco la globalización de la indiferencia es un veneno capaz de matar cualquier amor reverencial a la verdad; cualquier ansia, deseo y exigencia de justicia; cualquier movimiento hacia el amor concreto y solidario; y cualquier conciencia de la propia libertad, que la indiferencia mata por dormición. La indiferencia, además, se nos muestra como un mal que no distingue entre individuo y sociedad, porque nada más sigilosamente contagioso que el pecado de la indiferencia, que como un virus invisible muta inmediatamente de personal a social.

HABLA LA VIDA Hazme Señor instrumento de tu paz

Hace muchos años conocí a Iván, un joven soldado croata. Su testimonio me conmovió: volvió una fría mañana de invierno al campo de batalla en la Guerra de los Balcanes, desecho, venía de ver los cuerpos de sus padres y de sus hermanas, maltratados, mutilados, asesinados. Junto al dolor, sólo había sitio en su interior para el odio, el rencor, el deseo de venganza, la desesperación.

Pero Iván aprieta entre sus manos un rosario que siempre lleva en el bolsillo. Poco a poco lo acaricia y empieza a rezar, y a llorar. Y comienza a susurrar una y otra vez la palabra que nunca a nadie costo más pronunciar: perdón. Perdón y paz. En la trinchera empuña ahora un arma que es un peso inútil, porque ha decidido no disparar más a matar.

Iván vivió acogió en situaciones dramáticas el don de esa oración de San Francisco de Asís que nunca deberíamos olvidar: “Hazme, Señor, instrumento de tu paz, que donde haya odio, ponga yo amor, que donde haya ofensa, ponga yo perdón”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid