Jesús entra con humildad en Jerusalén

  • Es aclamado como Rey, como el esperado de los tiempos para colmar todas las expectativas del pueblo de Israel. Hemos comenzado la celebración recordando este pasaje, en la procesión de entrada, pero ahora, en la liturgia de la Palabra, hemos escuchado el pasaje de la pasión.
  • Poco después de ser aclamado, le insultan, le flagelan, le torturan, le colocan una corona de espinas, lo escupen, y se ríen de Él. ¿Y si así hacen con el leño verde, que no harán con el seco? (Lc. 23, 31).
  • La Iglesia de Cristo vive permanentemente el misterio de su Señor. Sólo cuando sus hijos no son fieles a Él, se libran de correr su misma suerte, pero también se libran de ganar su salvación. Entrar en Jerusalén es fácil. Muchos lo hacen. Pero, ya Jesús, antes de hacerlo, les advirtió a sus discípulos: ¿estáis dispuestos a beber el cáliz que yo beberé? (Mt. 20,22). El evangelio no engaña. La cruz, en la vida del que tiene fe igualito que en la vida de quien no tiene fe, siempre llega. La diferencia es tener la gracia de reconocer en ella a Cristo. Pero con esta gracia comporta un compromiso: verle también a él en las cruces de los demás, en todas las cruces de la humanidad.

 

Habiendo escuchado ahora el relato de la pasión, conviene preguntarnos que nos dice, y sobre todo, que dice este relato a un mundo como éste:

  • En un mundo como éste, en el que parece que nadie se preocupa por nadie, en el que fingimos que sólo nos mueve el interés, Cristo en la Cruz nos habla de un hombre que sufre de amor por Dios, pero sobre todo de un Dios hecho hombre que sufre de amor por el hombre.
  • En un mundo como éste, en el que corremos de un lugar a otro como caballos desbocados, sin rumbo ni destino seguros, en el que el tiempo se nos pasa sin poder apenas percibirlo; en el que la vida nos adelanta cada vez más rápidamente, Cristo en la Cruz nos detiene, nos mira, nos obliga a mirarle, y en Él mirarnos a nosotros mismos, y abrazar su vida en el límite de la vida, y abrazar la vida en el límite de la vida, y sólo así, por fin, vivirla.
  • En un mundo como éste, en el que a veces el hombre se convierte en el peor enemigo de si mismo, en el que el hermano lucha contra el hermano, en el que el rencor nubla la vista y oscurece el corazón, Cristo en la cruz sella el pacto de la paz eterna, que no es la paz del poder y de la opresión, sino la paz de la unidad y la libertad.
  • En un mundo en el que unos pocos viven esclavos de la posesión, y en el que muchos viven esclavos del olvido y del empobrecimiento, Cristo en la Cruz descubre a los primeros su mortal pobreza, mientras colma de riquezas imperecederas al pobre compadecido en su dignidad.
  • En un mundo en el que hasta lo más hermoso, la huella más palpable del Creador, que es el amor de una madre por sus hijos, a veces se ve ofuscado y traicionado por una silenciosa deshumanización, Cristo en la Cruz abraza con ternura al niño que no vio la luz, y hace suyo el sufrimiento que hasta a los verdugos de tal ignominia aflige, y les ofrece su perdón.
  • En un mundo que finge no necesitar de Dios, y que anda, entre engañado y asqueado, errante probando y desechando sucedáneos de sentido, Cristo en la Cruz lo atrae con su silencio y lo confunde con su grito de abandono, mostrándole que tanto es el amor que Dios le tiene, que hace suya hasta su propia ausencia y oscuridad. ¡Locura del Amor!
  • En un mundo en el que parece que el mal siempre triunfa y el bien siempre pierde, en el que parece que la belleza siempre languidece ante la fealdad, en el que parece que la verdad se disuelve en una cascada de dudas e incertidumbres, Cristo en la Cruz, hasta en medio de tal suerte de mentiras, aberraciones y vilezas, nos ofrece la mirada más verdadera jamás advertida, la bondad más sublime jamás mostrada, la belleza más fascinante jamás contemplada.
  • En un mundo en el que hay tanto bien interminable pero escondido, prodigado pero silenciado, tan luminoso y a veces tan ocultado, Cristo en la Cruz brilla como un espejo en el que todos pueden ver el horizonte victorioso del bien, en la esperanza cierta de la Resurrección.
  • En un mundo como éste, que grita Dios en silencio, el silencio de esta Semana Santa le susurra una certeza, una provocación, una admiración: Cristo en la Cruz es él único Dios verdadero, allá en el cielo, acá en la tierra, él único Dios capaz de saciar el anhelo del hombre, en un mundo como éste…