En el III domingo de Adviento, la experiencia de la esperanza cristiana nos invita a descubrir los secretos escondidos del don de la paciencia, el don de la entereza, y del don de la alegría. Por algo en la tradición litúrgica al día de hoy lo llamamos domingo gaudete, domingo de la alegría:
- El profeta Isaías anuncia una explosión de jubileo, en la que hasta el desierto, el páramo y la estepa darán saltos de alegría, pero sobre todo serán fortalecidas las manos débiles, y robustecidas las rodillas vacilantes. ¿Porqué? Porque viene Dios en persona, y con él los rescatados con cantos de perfecta alegría.
- El salmo 145 hace de la esperanza una invocación llena de alegría: “Ven Señor a salvarnos”, con la absoluta certeza de que el esperado de los tiempos trae justicia a los oprimidos, pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, y trastoca el camino de los malvados.
- Y es tal la alegría contenida de los primeros cristianos, a los que el Apóstol Santiago apremia a tener paciencia para ver los frutos del Reino de los Cielos, como la tiene el labrador que aguarda el fruto de la tierra, llegue la lluvia temprana o tardía.
- Jesús en el Evangelio, dice que aunque hasta aquel momento nadie más grande había nacido que Juan, el último de los profetas, cualquiera de nosotros, y hasta el más pequeño del Reino de los Cielos, somos más grande que él. Porque si aquel preparó su venida, nosotros vivimos de ella.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, nos recuerda cuantas veces el Evangelio nos muestra el testimonio de la alegría:
- “Alégrate” es el saludo del ángel a María (Lc1,28).
- La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría (cf.Lc 1,41).
- María proclama: “Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador” (Lc1,47).
- Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn3,29).
- Jesús mismo “se llenó de alegría en el Espíritu Santo” (Lc10,21).
- Su mensaje es fuente de gozo: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn15,11).
- Él promete a los discípulos: “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn16,20).
- E insiste: “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn16,22).
- Después ellos, al verlo resucitado, “se llenaron de alegría” (Jn20,20).
- El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que por donde los discípulos pasaban, había “una gran alegría” (8,8), y ellos, en medio de la persecución, “se llenaban de gozo” (13,52).
- Un eunuco, apenas bautizado, “siguió gozoso su camino” (8,39),
- y el carcelero “se alegró con toda su familia por haber creído en Dios” (16,34).
Y se pregunta el Papa: ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?
Evidentemente, la alegría cristiana no es una impostación, no es una actuación, y menos aún una frivolidad, pero si el testimonio de un don acogido, del que carecen aquellos “cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”.
- El Papa reconoce “que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras… se adapta y se transforma…”
- ¿En que consiste entonces la alegría cristiana? Se trata de una alegría serena, permanente, “como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo”.
- Comprende por eso el Papa, y como todos nosotros tiene experiencia de ello, a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero espera que poco a poco “la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias”.
- Y recuerda aquel texto tan hermoso del libro de las Lamentaciones: Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha… Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan (Lm3,17.21-23.26).
- Constata además el Papa dos cosas muy interesantes:
- que hoy parece “como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría”, porque “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría”.
- Y que “los gozos más bellos y espontáneos” que él ha visto a lo largo de su vida “son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse”.
Decía la Sierva de Dios Chiara Lubich que la alegría de ser amados por Dios no se puede ocultar. Es el descubrimiento del hilo de oro que une todos los hechos de la existencia, es la tesela que completa el mosaico de la humanidad en el que todos los hombres están injertados. Es la alegría auténtica. Se lee en el rostro, en los ojos, en los gestos. Tiene su raíz en lo más profundo del ser humano y libera energías sepultadas que no pueden dejar de actuar. Alegría que contagia y libera y ayuda a leer los hechos de la vida. Ella nunca dejo de mostrar una alegría inmensa en su semblante, desde que con 22 años un sacerdote le dijo: “Dios la ama inmensamente”.
PARA EL DOMINGO GAUDETE III DE ADVIENTO (CICLO A)