Título: Integrismo e intolerancia en la Iglesia.

Autor: Juan María Laboa

Editorial: PPC

Tras leer este libro le viene a uno la idea de proponer al Papa que promulgue el cambio, donde aún se sigue haciendo, del juramento antimodernista por un juramento anti-integrista porque, es evidente, el mayor peligro para la Iglesia de hoy no es el modernismo (de hecho, vivimos ya hace más de medio siglo en la post-modernidad), sino el rebrote con espectacular virulencia de la epidemia del integrismo.

Como bien explica el profesor Laboa en este libro, la tentación integrista ha acompañado a la Iglesia desde el principio: pretensión de la imposición de la tradición judía a los cristianos gentiles en el siglo I, dureza con los cristianos laxos y apoyo a la “exhibición martirial” en las primeras persecuciones, persecución a los paganos en el Imperio Romano confesional, obsesión por llamar herejía o brujería a cualquier novedad en el Medievo, seculares acusaciones mutuas de heterodoxia entre Oriente y Occidente, el fundamentalismo católico que acompañó gran parte de las campañas de la Inquisición, o el menosprecio de las culturas indígenas en el encuentro con el Nuevo Mundo. Y sobre todo, de lo que el profesor Laboa es un reconocido experto como historiador, el integrismo del siglo XIX, sobre todo en España, cuando “el brusco y brutal aniquilamiento de la experiencia liberal de Cádiz y la reacción radical del Trienio y de la época de Mendizabal dieron al traste con la posibilidad de un catolicismo liberal español, centrado y equilibrado, a diferencia de otros países europeos, más sensatos y equilibrados en sus reacciones”. En este libro se nos habla entre otras muchas cosas del fundamentalismo en la historia del cristianismo, del integrismo y la religiosidad en la España contemporánea y de las consecuencias de la actitud integrista, terminado con una reflexión final sobre la intolerancia y los fundamentalismos.

El último libro del profesor Laoba mantiene el mismo rigor -el máximo rigor- histórico. Como en toda su obra la lectura del pasado histórico se nos muestra luminosa para entender el presente. En este caso, el de ese nuevo integrismo que vuelve, el de los últimos años, que se resiste tanto a entender la comunión eclesial como unidad en la pluralidad (y no como uniformidad), como a integrar la presencia de la Iglesia en el pluralismo religioso de la sociedad. Cita el profesor Laboa al filósofo francés Maurice Blondel, para quien la mentalidad integrista consiste en agotar la realidad en conceptos abstractos, fijos e inalterables, de modo que basta con actuar teniendo ante los ojos ideas rectas para, de ese modo, mover rectamente el mundo”.

Tras leer este libro también me ha venido a la memoria una anécdota de hace pocos años que me contó un amigo que, hablando con un obispo, éste le contó había tenido una larga conversación con uno de sus más jóvenes sacerdotes y que, al final, había concluido que lo que identificaba el estilo de aquel como de tantos otros sacerdotes jóvenes es que “tenía las ideas muy claras”. A ver mi amigo en su rostro un atisbo de mirada irónica le preguntó: ¿Y eso que significa? A lo que el obispo le contesto: “Pues, que lástima, ¿no?”. Para luego explicarle que no es que sea malo que tenga las ideas muy claras en medio de tanta confusión y relativismo. Lo malo es que algunos utilizan sus “ideas claras” para corregir a sus interlocutores como si fueran tontos o ignorantes, para responder con intransigencia a las dudas, para abanderar una pastoral reactiva, a la postre anti-pastoral, en lugar de proactiva ante la sociedad y la cultura de hoy.

Es el integrismo que vuelve, en clérigos y laicos, que se dejan llevar por los interés económicos y los prejuicios ideológicos de quienes quieren acabar con el pontificado de Francisco y su propuesta de la “cultura del encuentro”. Porque el nuevo brote del integrismo ha cambiado de estrategia: ahora arremeten abiertamente contra el Papa los mismos que hace pocos años defendían a uñas y dientes la autoridad del sucesor de Pedro, aunque manipulando su magisterio para justificar su involucionsimo.