NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B): EL DÍA DEL SEÑOR

Deuteronomio 5,12-15; 2 Corintios 4,6-11; Marcos 2,23-3,6

HABLA LA PALABRA: La verdadera alabanza a Dios

Las lecturas de este domingo nos invitan, cómo reza el salmo 80, a “aclamar a Dios que es nuestra fuerza”. Es decir, a alabarle y darle Gracias, porque sólo Él nos liberó de la esclavitud, no nuestros empeños y nuestros esfuerzos, sino sólo su gracia. Y, ¿cómo hacerlo? Las lecturas nos ofrecen tres maneras:

  • La primera, que estamos llamados a alabar a Dios en comunidad, santificando el Día del Señor (que para los judíos era el sábado, en memoria de la liberación de Egipto, y para los cristianos es el Domingo, día de la Resurrección de Cristo, que nos ha liberado del pecado, del mal, del dolor, y de la muerte), y todas las fiestas de nuestra fe. El libro del Deuteronomio nos habla del sábado cómo día dedicado sólo a Dios, y Jesús corrige a quienes habían hecho de la exigencia de no trabajar ese día una norma inflexible: “no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”.
  • La segunda, hacer el bien. A Dios se le ama sobre todo amando a los hermanos. No hay mayor regalo para un padre que el que sus hijos se quieran. En Dios esta experiencia humana se multiplica hasta el infinito porque su amor es infinito. Así, Jesús le devuelve a la ley el espíritu de la ley: no trabajar como signo de santificar el día del Señor, no significa no ejercer el duro trabajo de amar a los demás.
  • La tercera, recuperar siempre la razón última de la celebración del Día del Señor, que es el reconocimiento y el agradecimiento al Dador de todo bien. No somos nosotros quienes conquistamos el beneplácito de Dios cumpliendo la ley, sino que es Dios quien gratuitamente nos lo da, pues, como dice San Pablo, “este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”.

HABLA EL CORAZÓN: Carta apostólica Dies Domini

El 6 de julio De 1998 San Juan Pablo II publicó una epístola apostólica titulada Dies Domini (El día del Señor), sobre la santificación del Domingo, no sólo como día de la celebración eucarística dominical, sino como día que, por ser el día del Señor, es a su vez día de fe, día de esperanza, día de solidaridad, día de familia, día de alegría y día de descanso. Además de ser un día para Dios, el Papa acentuó la importancia antropológica de un día para el hombre, sociable y saludable.

HABLA LA VIDA: El Día del Señor en África

Explicaba Benedicto XVI en su exhortación apostólica Africae Munus (2011) que “la Eucaristía es la fuerza que congrega a los hijos de Dios dispersos y los mantiene en comunión, puesto que por nuestras venas circula la misma Sangre de Cristo, que nos convierte en hijos de Dios, miembros de la Familia de Dios. Al acoger a Jesús en la Eucaristía y en la Escritura, somos enviados al mundo para ofrecerle a Cristo, poniéndonos al servicio de los demás (cf. Jn 13,15; 1 Jn 3,16). Hay una gran diferencia entre las celebraciones dominicales del Día del Señor en la mayoría de las comunidades cristianas del continente africano, con respecto a las de los países de de vieja tradición cristiana. Cuando estuve en Angola me di cuenta de tres diferencias:

  • Primera: En muchas diócesis africanas la gran dispersión de las parroquias, prelaturas o misiones, que abarcan a innumerables poblados, y la falta de medios de trasporte y de caminos preparados para ellos, hace que muchos cristianos africanos dediquen todo el domingo a ir al templo caminando, celebrar el Día del Señor, y volver de nuevo caminando. Para ellos, por tanto, celebrar el domingo significa dedicar por completo el domingo a poder celebrar el Día del Señor.
  • Segunda: Una vez que han llegado, la celebración se convierte en una fiesta. Lo último que haría un cristiano africano en estas celebraciones es mirar el reloj, como hacemos aquí con frecuencia cuando pensamos que la misa se alarga un poco más de los habitual. Sin prisas, pero también sin pausas, porque el ritmo de los ritos se combina con el ritmo de los cantos y de los bailes, y porque se vive con gran intensidad espiritual y comunitaria. Muchas veces en la homilía el celebrante entona canciones que expresan lo que esta diciendo y toda la asamblea responde con entusiasmo al canto.
  • Tercero: La presencia del presbítero es muy valorada. Precisamente porque los presbiterios tienen que acompañar muchas comunidades y no pueden hacerse presente todos los domingos en cada una de ellas. Pero en África es fundamental también la figura del laico catequista, que dirige la comunidad y preside la Celebración de la Palabra del Día del Señor en ausencia de la celebración eucarística, y aunque en muchas ocasiones da de comulgar a Jesús-Eucaristía reservado en el sagrario, se reequilibra el valor que también tienen la presencia de Jesús-Palabra y la presencia de Jesús-En Medio, que son presencias reales de Cristo en la celebración del Día del Señor.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.