TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B): EL AMOR DE DIOS

Deuteronomio 6,2-6; 1 Hebreos 7,23-28; Marcos 12,28b-34

HABLA LA PALABRA: Los dos mandamientos

Lo que une a los dos mandamientos que resumen los diez que recibió Moisés según nos cuenta el Deuteronomio, que son la esencia del nuevo sacerdocio que por el bautismo todos recibimos, como nos explica la Carta a los Hebreros, y que Jesús le recita al escriba, son dos cosas:

  • Primero: la imposibilidad de separarlos en la vida real: es imposible amar a Dios sin amar a los hombres y es imposible amar a los hombres sin amar a Dios.
  • Segundo: Lo principal que une estos dos mandamientos, y que está en el fundamento de la imposibilidad práctica de separarlos, es que se trata de un mismo amor, que no es el amor de los hombres, sino que es el amor de Dios.
    • Es el amor de Dios el que Jesús nos trae de los cielos a la tierra,
    • Es ese amor infinito el que nos comunica para que, con él, podamos amarle a él y amar a los hombres.

HABLA EL CORAZÓN: ¿Qué sabemos del amor de Dios?

Jesús ha venido a traer a los hombres el amor de Dios:

  • Ese amor que canta San Pablo en su primera carta a los Corintios y que ha quedado consagrado como el “himno a la caridad” de los cristianos.
  • Aquel amor que es servicial, que es comprensivo, que no es engreído, ni maleducado, ni irritable, ni rencoroso, sino que disculpa, confía, espera, y aguanta sin límites. Un amor “sin límites”, que es la palabra más repetida en este himno.

¿Qué sabemos de este amor?

  • Si es verdad que tenemos que amar a todos los hombres, es también verdad que este amor debe comenzar por aquellos que habitualmente viven con nosotros para extenderse después a toda la humanidad: Son nuestros prójimos (o próximos), nuestros familiares, nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros parroquianos.
  • En un mundo como el nuestro, en el cual rige la ley del más fuerte, del más astuto, y donde a veces todo parece paralizado por el materialismo y el egoísmo, nuestra respuesta es el amor al prójimo. Es esta la medicina que lo puede sanar.
  • Cuando vivamos el mandamiento del amor, de hecho, no solo nuestra vida será tonificada, sino que todo a nuestro alrededor lo percibirá; es como una ola de calor divino, que se irradia y propaga, entrando en las relaciones entre personas y entre grupos van transformando poco a poco la sociedad.
  • Estamos llamados a inundar de amor desinteresado los ambientes en los que nos movemos. Como nos propone el Papa Francisco, nuestras familias y nuestras comunidades están llamadas a ser “islas de misericordia” y de entrega en medio de un mundo en el que rige la sospecha y la desconfianza.

HABLA LA VIDA: El bautizo de las gemelas siamesas

  • En el verano de 2020 el Papa Francisco bautizó en una ceremonia privada celebrada en la Casa Santa Marta a unas gemelas siamesas separadas dos meses antes en una intervención quirúrgica. Hermine Nzotto, madre de Ervina y Prefina, expresa en una carta su gratitud al Santo Padre. Cuenta su vida como una “niña de la selva”, nacida en un pueblo a 100 km de Bangui, República Centroafricana.
  • En esta ciudad, en 2015, Francisco inició el Jubileo de la Misericordia en 2015, abriendo la Puerta Santa de la catedral, pero, para Hermine, este gesto tuvo un significado mucho mayor: “Si mañana mis hijas pueden estar entre los niños más afortunados de la Tierra, es decir, ir a la escuela y aprender lo que yo ignoro y que ahora aspiro a saber, para mañana poder leer los versos de la Biblia a mis hijas, no es una Puerta Santa la que usted abrió en Bangui en 2015 y que se cerró un año después, sino que ha construido un puente para la eternidad que pueden atravesar los necesitados, como yo lo era, y personas de buena voluntad como el equipo de médicos que se ocuparon de mis separadas inseparables (…) Que mis hijas María y Francesca hayan sido bautizadas por Su Santidad me confirma que Dios está verdaderamente cerca de los últimos”.
  • Por otro lado, en su carta al Papa, la joven madre describe la visita al interior de San Pedro, como “una inmensidad que vista por primera vez casi me aplasta”, pero se detiuvo frente a la estatua de la Virgen que mantiene a Jesús sin vida: “De repente, el resto de la inmensidad pierde interés y surge una pregunta sobre ese cuerpo inocente de Cristo que recuerda al cuerpo de mis hijas negadas a la normalidad en mis brazos igualmente impotentes: ¿Por qué?”.
  • Sin duda, desde la actuación de los médicos, hasta el gesto del Papa, pasando por la experiencia del Jubileo, y el compromiso de la Iglesia en Bangui, son expresión del amor de Dios.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis. Arzobispado de Madrid.