El Papa en la Audiencia 2-1-19: «Orar es hablar con Dios Padre desde el corazón»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y también feliz año!

Proseguimos con nuestras catequesis sobre el “Padre Nuestro”, iluminado por el misterio de la Navidad que acabamos de celebrar.

El Evangelio de Mateo coloca el texto del “Padre Nuestro” en un punto estratégico, en el centro del discurso de la montaña (cf. 6: 9-13). Mientras tanto, observemos la escena: Jesús sube a la colina cerca del lago, se sienta; a su alrededor tiene el círculo de sus discípulos más íntimos, y luego una gran multitud de rostros anónimas. Es esta asamblea  heterogénea la que recibe por primera vez la entrega del “Padre Nuestro”.

La colocación, como he dicho, es muy significativa; porque en esta larga enseñanza, que lleva el nombre de “discurso de la montaña” (cf. Mt 5: 1-7, 27), Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje. El comienzo es como un arco decorado festivamente: las Bienaventuranzas. Jesús corona con alegría una serie de categorías de personas que en su tiempo -¡pero también en el nuestro! – no eran muy apreciados. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, los humildes de corazón… Esta es la revolución del Evangelio. Donde está el evangelio, hay revolución. El evangelio no deja las cosas quietas, nos empuja: es revolucionario. Todos los que son capaces de amar, los pacificadores que hasta entonces habían quedado al margen de la historia, son los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús dijese: adelante, vosotros que traéis en el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y el perdón!

De este portal de entrada, que invierte los valores de la historia, surge la novedad del Evangelio. La Ley no debe ser abolida, sino que necesita una nueva interpretación que la devuelva a su significado original. Si una persona tiene un buen corazón, predispuesto a amar, entonces entiende que cada palabra de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene fronteras: se puede amar al cónyuge, al amigo y hasta al enemigo con una perspectiva totalmente nueva: Jesús dice: “amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; él hace salir su sol sobre los malos y los buenos, y hace llover sobre los justos y los injustos” (Mt 5,44-45).

Es este es el gran secreto que está en la base de todo el discurso de la montaña: sean hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Aparentemente estos capítulos del Evangelio de Mateo parecen ser un discurso moral, parecen evocar una ética tan exigente que parece impracticable, y en cambio descubrimos que son sobre todo un discurso teológico. El cristiano no es aquel que se compromete a ser mejor que los demás: sabe que es un pecador como todos los demás. El cristiano es simplemente el hombre que está ante la nueva Zarza Ardiente, la revelación de un Dios que no lleva el enigma de un nombre impronunciable, sino que pide a sus hijos que lo invoquen con el nombre de ‘Padre’, que se dejen renovar por su potencia y que reflejen un rayo de su bondad para este mundo tan sediento de bien, tan esperanzado de buenas noticias.

Así es cómo Jesús introduce la enseñanza de la oración del Padre Nuestro, distanciándose de dos grupos en su tiempo. Ante todo, los hipócritas: “No sean como los hipócritas que, en las sinagogas y en los rincones de las plazas, aman orar de pie para que el pueblo los vea” (Mt 6,5). Hay personas que son capaces de tejer oraciones ateas, sin Dios: lo hacen para ser admirados por los hombres. Y cuántas veces nosotros vemos el escándalo de aquellas personas que van a la iglesia y se quedan allí todo el día o van todos los días y luego viven odiando a los demás o hablando mal de las personas. ¡Esto es un escándalo! Mejor no ir a la iglesia: vivir así, como si fuera un ateo. Pero si vas a la iglesia, vive como un hijo, como un hermano y da un verdadero testimonio, no un contra-testimonio. La oración cristiana, en cambio, no tiene otro testimonio creíble que la propia conciencia, donde se entrelaza intensamente un diálogo continuo con el Padre: “Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en secreto” (Mt 6,6).

Luego, Jesús se distanció de la oración de los paganos: No desperdiciéis las palabras: […] creen que son escuchados por las palabras” (Mt 6, 7). Aquí quizás Jesús alude a esa ‘captatio benevolentiae’ que era la premisa necesaria de tantas oraciones antiguas: la divinidad tenía que estar de alguna manera calmada por una larga serie de alabanzas. Pensemos en esa escena del Monte Carmelo cuando el profeta Elías desafió a los sacerdotes de Baal. Gritaron, bailaron, pidieron tantas cosas para que su dios los escuchara. Y en cambio, Elías guardó silencio y el Señor se reveló a Elías. Los paganos piensan que hablando, hablando, hablando, hablando, también rezan. Yo también pienso en muchos cristianos que creen que orar es, disculpadme, “hablar con Dios como un loro”. ¡No! La oración se hace desde el corazón, desde dentro. “Tú, en cambio – dice Jesús – cuando ores, dirígete a Dios como un hijo a su padre, que sabe lo que necesitas antes de que se lo pidas” (cf Mt 6,8). Podría ser también una oración silenciosa, el Padre Nuestro: basta al final con ponerse bajo la mirada de Dios, recordar su amor de Padre, y esto es suficiente para ser escuchados.

¡Qué hermoso es pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para ganar su favor! Nuestro Dios no tiene necesidad de nada: en la oración sólo nos pide que mantengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrirnos siempre sus hijos amados. Y Él nos ama muchísimo.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos:

Queridos hermanos:

Continuamos con la catequesis del Padre nuestro, y hoy nos fijamos en el contexto donde el evangelista Mateo coloca esta oración, que es el discurso de la Montaña. Ese relato que comienza con las bienaventuranzas resume la enseñanza de Jesús y se abre precisamente invirtiendo las categorías humanas corrientes, llamando dichosos a unas personas que ni entonces ni ahora tenían gran prestigio en la sociedad, pero que son capaces de amar, de trabajar por la paz y, por ello, de ser constructores del reino.

La ley llega a su cumplimiento en el mandato del amor y del amor a los enemigos, de ese amor que Dios nos enseña y que lleva hasta las últimas consecuencias. Nosotros somos hijos de ese Dios, no superhombres capaces de lo que nadie puede hacer; al contrario, somos tan pecadores como los demás, pero podemos ponernos delante de la zarza ardiente del misterio divino y llamarle Padre, dejándonos renovar por su potencia y reflejar un rayo de su bondad en este mundo sediento de bien.

Y en este contexto se encuadra la enseñanza del Padre nuestro. Dios no quiere ser “amansado” con largas retahílas de adulaciones, como hacían los paganos para captar la benevolencia de la divinidad; basta hablarle como a un padre que sabe lo que necesitamos antes incluso de decírselo. Del mismo modo, la oración no es un acto hipócrita, ateo, que no tiene otro interés que ser admirados por los demás. El único testigo de la oración cristiana es la propia conciencia, pues es un diálogo íntimo con el Padre que nos ama.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América –veo mexicanos por allá atrás, ¿no?–. Los animo a que mantengan siempre abierto ese canal de comunicación con Dios, pues él los ama, los espera y no quiere nada más que darles su amor. Les deseo a ustedes y a sus familias un año nuevo lleno de la cercanía y de la ternura de Dios. Muchas gracias.

El Papa ha dicho al final de la catequesis:

 

¡Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, especialmente a los de Medio Oriente! Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración podría ser también oración silenciosa. Es suficiente ponerse bajo la mirada de Dios, recordar el amor del Padre, y esto es suficiente para que se cumpla. ¡El Señor os bendiga!

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana…

El Papa Francisco gozando del espectáculo del Circo de Cuba que ha actuado ante él en la audiencia

De manera especial quiero saludar y agradecer a los artistas del circo de Cuba…. Ellos, con su actuación, aportan belleza; una belleza que requiere mucho esfuerzo –lo hemos visto–, mucho entrenamiento, mucho que hacer… Pero la belleza siempre eleva el corazón, la belleza nos hace más buenos, a todos; La belleza nos lleva a la bondad, también nos lleva a Dios. Muchas gracias y continúen así, ofreciendo belleza a todo el mundo. Gracias!

Un pensamiento particular dirijo a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. El próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Epifanía del Señor. Como los Magos, también elevamos nuestra mirada al cielo; solo así podremos ver la estrella que nos invita a recorrer los caminos de la bondad. Feliz año a todos.

Francisco