La Palabra de Dios es siempre luminosa y sorprendente: hoy nos enseña tres grandes verdades, importantísimas para la vida: la parcialidad de Dios, la confianza en Dios, y la humildad ante Dios:

La parcialidad de Dios: “Dios no es parcial contra el pobre”, nos dice el libro del Eclesiástico, porque “escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja”.

Esto quiere decir, en primer lugar que el Eterno Padre es parcial a favor del que más lo necesita, como un padre o una madre, que quiere igual a todos sus hijos, se ocupa, se preocupa y se desvive más por aquellos que, por cualquier circunstancia, requieren más de sus atenciones, sus desvelos, y su amor.

Y esta parcialidad a favor de quien no lo necesita, y no contra quien más lo necesita (que es la que, si no estamos atentos, tendemos a ejercer), nos dice que tenemos que ir contracorriente de la moda de la imparcialidad: impera en nuestra cultura dominante la idea de que, para ser ecuánime, equilibrado y moderado y no fanático, radical o extremista hay que ser imparcial. Pues Dios nos libre de la contagiosa enfermedad de la imparcialidad: ante la injusticia, ante el dolor del más débil, tenemos que ser parciales, como lo es Dios, justo y misericordioso, y como él nos pide que seamos.

Jamás los cristianos debemos ser fanáticos, porque el fanatismo supone agresividad, pero si radicales si por radical se entiende que estamos radicados en unos valores, los de la fe; y si también extremistas si por extremista entendemos que nuestra aspiración debe ser la que nos dice San Juan de Jesús: que “nos amó hasta el extremo”.

La confianza en Dios:

Podemos tener la absoluta certeza de que, como hemos respondido en el salmo 33, “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo libra de las angustias”. Y con ternura y misericordia, “se acerca a los atribulados y salva a los abatidos”.

El testimonio de San Pablo, en su segunda Carta a Timoteo, como cristiano que pone toda su confianza en Dios, es bien elocuente: “todos me abandonaron, y nadie me asistió, que Dios les perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas”.

Y por último, la humildad ante Dios, y ante los demás: La parábola de las dos oraciones, la del fariseo y la del publicano, reflejan claro está dos modos de presentarse ante Dios, pero también dos modos de presentarse ante uno mismo y ante los demás: el de la soberbia y el de la humildad. La parábola nos describe la psicología de estas dos actitudes:

El fariseo no es soberbio porque mienta, ni porque exagere con respecto a lo que hace: es soberbio porque se mira a si mismo, no a Dios, y porque mira a los demás con mirada incriminatoria, juzgándoles, y no con misericordia.

El publicano, por su parte, tampoco miente ni exagera, no hace una exhibición teatral de la humildad, ni se humilla. El publicano es humilde simplemente porque mira a Dios, y desde esa luz, se ve a si mismo, y no se atreve a juagar a los demás. Así, ve con claridad, ve con largueza, ve con amor. Humildad es verdad, verdad iluminada con amor.

En este Domund (Domingo Mundial de las Misiones) podemos reconocer en los misioneros el testimonio de la parcialidad de Dios, la confianza en Dios, y la humildad ante Dios. Sin esa parcialidad nadie saldría al encuentro misionero, y sin confianza y humildad, no habría misionero que resistiese. Es esta opción por los pobres y desde la confianza y la humildad como el patrimonio formado por Juan Carlos y Virginia, que han misionado ya en Honduras, Guinea, Bolivia, y Mozambique, se prepara ya para su próxima misión en Brasil. Allí trabajarán en la diócesis Sao Gabriel de Cachoeira junto a otro misionero español, el sacerdote Luis Miguel Modino. Los ríos serán para ellos las carreteras que les lleven a comunidades indígenas de 23 etnias y unas 17 lenguas que no les asustan, porque el lenguaje de la caridad es comprensible para todos. No les faltará el trabajo como enfermeros en un lugar donde «muchos niños siguen muriendo a causa de la diarrea, la desnutrición la tuberculosis o la malaria».

Hagamos nuestra la oración de los misioneros, que piden fortaleza para ser fieles en su opción por los últimos de esta humanidad maltrecha, y que imploran también el don de la confianza y de la humildad, para sembrar sin esperar, y para hacer de la vida, de la tuya y de la mía, una divina aventura.

(DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C) DOMUND: Domingo 23 de octubre de 2016).