Hace pocos días el Papa Francisco, dirigiéndose a los participantes del Consejo Pontificio de la Cultura, recordó que «no todo lo que es técnicamente posible o factible es éticamente aceptable. La ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben observar por el bien de la humanidad misma, y requiere un sentido de responsabilidad ética».
No es la primera vez que el magisterio de la Iglesia advierte del peligro del progresismo científico, que consiste en establecer una interpretación del desarrollo humano y social inalterablemente ligado al desarrollo de las ciencias experimentales: cada aplicación indiscriminada de la investigación científica o bien constituye un avance para el bien del hombre y de la comunidad social, o en el caso de que fuese indiscutible el peligro que comportase, no queda más remedio que admitirlo y reconducirlo como se pueda, ya que los avances científicos y todas sus potenciales aplicaciones se consideran imparables. Desde este presupuesto se justifican todas las líneas de investigación, desde el perfeccionamiento de las armas biológicas a los intentos de clonación humana.
Advertir del peligro del cientifismo no significa recelar del avance científico, sino todo lo contrario, porque todas las ciencias están al servicio del hombre, a saber, de la dignidad humana y del bien común. Porque como nos recuerda el Papa la ciencia debe siempre poner en el centro a la persona humana, “considerada un fin y no un medio”, y si el progreso científico y tecnológico sirve al bien de toda la humanidad, “sus beneficios no pueden beneficiar sólo a unos pocos”.
Porque no sólo se soslaya la dignidad humana por el cientifismo en el campo de la bioética, sino también en todos los campos que tienen que ver con la globalización de la indiferencia. Y es que la gran paradoja del progreso y de la globalización es que si cada día contamos con más medios para compartir lo que sabemos y lo que tenemos en la aldea global, y si cada día contamos también con nuevos descubrimientos científicos y aplicaciones tecnológicas capaces de mejorar la vida de los hombres, aún mayor viene a ser también cada día el crecimiento de las brechas que dividen a la humanidad entre pobres y ricos: la brecha digital, la brecha sanitaria, o la brecha educativa.
Porque cada día es mayor la distancia entre los que pueden acceder a las nuevas tecnologías y los que se quedan en las cunetas de las autopistas de la información; entre los que pueden acceder a una cobertura sanitaria avanzada y los que no tienen acceso ni siquiera a una medicación básica; o entre los que pueden en la escuela aprender a hacer un mundo mejor a los que están condenados a vivir cada día en un mundo peor porque no pueden ir a la escuela.