DÉCIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): CREER “EN” JESÚS

1 Reyes 19,9a.11-13a; Romanos 9,1-5; Mateo 14, 22-33

HABLA LA PALABRA: Confiar en Dios

Las lecturas de este domingo nos alientan a tener una fe firme e invencible, capa de disipar todo temor y de no dejarnos atormentar por cualquier tipo de amenaza o infortunio:

  • En el primer libro de los Reyes recibimos una gran lección en este sentido: Dios normalmente no se manifiesta en los huracanes, los terremotos y los incendios (no sólo los geográficos, sino tampoco los existenciales): Dios se manifiesta normalmente en la calma, en la visa suave, en el silencio.
  • Pablo, y así lo testimonia en su carta a los Romanos, sufre por sus hermanos del puelo de Israel, y por amor a ellos estaría dispuesto a tirar la toalla, pero no lo hace por la firmeza en la verdad de la fe que el Espíritu Santo le asegura en conciencia.
  • Jesús prueba a Pedro y a los demás apóstoles para que confien en él. Como hace con todos nosotros. Las tempestades de la vida son la ocasión para creer más en él, obedecerle, hacer su voluntad, aunque tengamos que andar sobre las aguas.

HABLA EL CORAZÓN: La luz de la fe

En la única encíclica escrita a cuatro manos (las de Benedicto XVI y las de Francisco), Lumen Fidei (la luz de la fe), se nos explica (nº 18) como las diversas dimensiones de la fe, que se requieren mutuamente, y que se nos muestran en el relato del Evangelio de hoy: Pedro “creer que” es Jesús al reconocerlo, “crea a” Jesús al aceptar su Palabra y su llamada, pero sólo “cree en” Jesús cuando confía en él y sale de la barca:

  • La plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer.
  • La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el tribunal. Dios.
  • Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios (cf. Jn 1,18). La vida de Cristo -su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él- abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar.
  • La importancia de la relación personal con Jesús mediante la fe queda reflejada en los diversos usos que hace san Juan del verbo credere. Junto a “creer que” es verdad lo que Jesús nos dice (cf. Jn 14,10; 20,31), san Juan usa también las locuciones “creer a” Jesús y “creer en” Jesús. “Creemos a” Jesús cuando aceptamos su Palabra, su testimonio, porque él es veraz (cf. Jn 6,30). “Creemos en” Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino (cf. Jn 2,11; 6,47; 12,44).

HABLA LA VIDA: El Cristo pescador

“Todavía nos faltan los pliegues de la túnica, una red que va a llevar en la mano izquierda, la mano derecha bendice a los que llegan al pueblo, en el cerro vamos a tallar unos pescadores de 30 metros levantando al Cristo, para resaltar que pesca hombres, no peces”. Así explica el escultor Pedro Culla lo que aún falta para terminar de una gran estatua que ya se ha convertido en un centro de peregrinación en el Cerro El Raspado, antes de entrar a La Concordia, en Mejíco. Es el “Cristo Pescador”: la figura de Cristo con su túnica bendice con su mano derecha a todo el que llega al pueblo. Explica también el escultor que se le ocurrió partir de una parábola de la Biblia, porque el paisaje máximo de La Concordia es el embalse.

La idea original era hacer una escultura de 15 o 20 metros, pero el escultor quiso que fuese de 33 metros, por la edad de Cristo. Para acceder, se debe seguir un camino de terracería de una media hora partiendo del panteón de La Concordia, y subir una pendiente de unos cuantos metros, para llegar a la obra. Por una escalera interior se puede subir hasta los ojos y compartir la visión del Cristo, ya que su lema es “Descubre tu horizonte”, para salir con otra perspectiva al ver el paisaje a través de Sus ojos, y querer más al pueblo.

Para Gabriela Corona Ruiz religiosa, originaria de Michoacán esta obra vale mucho, porque al entrar o salir de ella, el brazo derecho da la bendición a quienes pasan: “Esta es una comunidad de pescadores y significa mucho para ellos, pues a veces subimos al cerrito como comunidad a celebrar la eucaristía o de paseo, y es muy bonito estar todos ahí arriba”. Tal vez no sea necesaria una imagen de 33 metros para mirar como Pedro a Jesús. Pero de alguna forma -también de está- todos estamos llamados a dejarnos sorprender por él sobre las aguas mientras nos dice “ven”.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Diócesis de Madrid