La liturgia nos ofrece para esta gran fiesta de Navidad cuatro misas distintas, con sus oraciones y sus lecturas propias: la misa de vigilia, la misa de media noche (misa del Gayo), la misa de aurora, y la misa del día.

MISA DE VÍSPERA

En la primera de ellas, la misa de la vigilia de Navidad:

  • Además de escuchar la profecía de Isaías que anunciaba esa noche en la que Dios se alegrará de encontrarse tú a tú con el hombre,
  • y de proclamar con el salmo 88 que por este día santo cantaremos eternamente las misericordias de Dios,
  • hemos escuchado un doble anuncio navideño:
    • el de Los Hechos de los Apóstoles: “De su descendencia sacó Dios un salvador para Israel: Jesús”,
    • y el del Evangelio de Mateo: “y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús”.

¿Qué es esto que estamos celebrando, qué es la Navidad? No lo demos por sabido, por resabido, por lo de siempre….

  • Navidad significa que Dios está con nosotros: Y como dice un hermoso villancico nórdico, parafraseando a San Pablo: Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros, a qué podemos temer?
  • Navidad significa que el mundo tiene arreglo, a pesar de todo: que Dios se ha hecho pequeño e inseguro con los más pequeños e inseguros para rescatarnos de la miseria y de la inseguridad.
  • Navidad significa que siempre hay un motivo para creer, para esperar y para amar, porque el Dios en el que creemos, en el que esperamos y al que amamos, es quien antes, e infinitamente más, cree en nosotros, espera en nosotros, y nos ama inmensamente.
  • Navidad significa también que Dios niño llora en la tierra:
  • en los niños de los campos de refugiados;
  • en los niños esclavos en talleres y minas, basureros y prostíbulos;
  • en los niños violentados que no pueden diferenciar una caricia de una agresión, o que se tapan los oídos para no oír gritar a sus padres;
  • en los niños sin escolarizar, obligados a trabajar de sol a sol, a los que se les arrebata la posibilidad de leer y de escribir, y por tanto, de pensar.
  • en los niños acosados en sus aulas sometidos a un pánico insufrible, y nadie se da cuenta en su escuela y en su casa;
  • en los niños sin padres, que andan vagando por las grandes ciudades sobreviviendo a costa de bandas criminales;
  • en los niños soldados que lo único que les han enseñado es a matar;
  • en los niños cristianos perseguidos en los países árabes;
  • en los niños que en esta sociedad tan liberal y por tanto individualista y egoísta, ni siquiera les dejan nacer, y nunca podrán ni siquiera llorar.

La Navidad son sobre todo ellos, llorando en la tierra, pero no solos. Con todo un Dios que se ha puesto en su lugar. La Navidad hace posible que muchos niños del mundo tengan esperanza:

  • Conocí a Ana en Brasil, en las Fazendas de la Esperanza. El único centro de recuperación de toxicómanos del mundo donde un 85% se cura.
  • Benedicto XVI estaba allí, porque en su viaje para clausurar la Asamblea de los obispos iberoamericanos en Aparecida en 2007, quiso conocer las Fazendas, sabiendo que el Padre Hanss, un franciscano misionero alemán, había ideado un modo de sacar a los drogadictos de su infierno: el de crear con ellos comunidades en las que se vive el Evangelio.
  • Ana, que jamás conoció a sus padres, entró de niña en el mundo de la droga como camello, para poder comer. Luego se hizo heroinómana, y más tarde, asesina por encargo para ajustar las cuentas de sus proveedores de la droga. Y llegó todo esto sin alcanzar la mayoría de edad.
  • Juzgada por un tribunal de justicia, alguien convenció al juez que sólo en las Fazendas podría salir de su infierno. Y así fue.
  • Ya rehabilitada, y mayor de edad, la propusieron irse a la otra punta del país. Pero ella había aprendido en las Fazendas algo más que como curarse. Había decidido, y así nos lo contó, volver a su ciudad natal, y una por una, ir a ver a las familias de sus víctimas, para pedirles perdón, a sabiendas de que ese paso pondría en peligro su vida.
  • Celebró sus primeras Navidades allí, en las Fezendas, y descubrió que en ese misterio estaba su vida, su pobre vida, y que era amada a pesar de todo, que Dios la amaba inmensamente, precisamente, porque no había dejado jamás de llorar por ella y con ella.
  • Con acierto dice el Papa Francisco que marginado significa salvado. Y quien no lo entienda, que dedique unos minutos a contemplar el misterio de la Navidad, donde una historia real llena de esperanza toda la realidad de la historia.

MISA DEL DÍA:

Benedicto XVI, al comienzo de la homilía de la Misa de Navidad del Año 2012, utilizó dos expresiones nada habituales en la predicación cristiana, y menos en la de un Papa:

  • La primera: Proponernos una insólita petición para este día: que ante lo asombros de esta fiesta, nos preguntemos: “¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho?”, a ejemplo de los pastores, que se apresuraron a ver al niño Dios movidos por una santa curiosidad. Y, como respuesta a este pregunta, que pidamos “que la santa curiosidad y la santa alegría e los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén, hacia el Señor que también viene hoy de nuevo entre nosotros”.
  • La segunda: imaginar lo que el niño Dios nos dice, cuando nos atrevemos, con esa santa curiosidad, a mirarle y hablarle: “Se que mi esplendor te asusta –nos diría en niño Dios-, que ante mi grandeza tratas de afianzarte a ti mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme”.

En el texto evangélico que acabamos de proclamar, el maravilloso prólogo cristológico con el comienza San Juan el Cuarto Evangelio, se nos dice el Verbo de Dios se hizo carne, que vino a los suyos, a los hijos amados del Padre, pero que no todos los suyos –bajo la expresión genérica de “el mundo”-, lo reconocieron.

  • Reconocer a Jesús, reconocerle realmente como el hijo amado de Dios por toda la eternidad en un niño recién nacido y acostado en un pesebre, es una locura, pero una locura verdadera. Decía Dostoievski, con ironía, porque él era cristiano convencido, que nadie fiel al pensamiento moderno puede creer que Dios se ha hecho hombre. Creer hoy en la Navidad, ciertamente, es un gesto contracorriente, valiente, que exige una libertad y una profundidad en la mirada de la vida poco habitual.
  • Pero reconocer a Dios en el Niño Jesús, además, reconocerle de verdad en el misterio de la Navidad, supone también un gesto de inmensa humildad, de inmensa religiosidad, en el sentido pleno de la palabra: saberse religado, unido, necesitado, incompleto y perdido sin Dios.
  • Nos decía también Benedicto XVI que la cuestión moral de la acogida a los prófugos y emigrantes, que la Familia de Nazaret vivió hasta encontrar morada para el nacimiento de Dios, hunde sus raíces en esta pregunta:
  • “¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros?
  • ¿Tenemos tiempo y espacio para él? Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible.
  • ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado”.

Que en este día de Navidad, empezando por este mismo instante, dejemos un poco de tiempo para Dios. Sólo desde él tiene sentido todo lo que hagamos por los nuestros, por los demás, por los más necesitados…. Contemplemos en silencio el misterio del Dios hecho niño… démosle tiempo… Estar con él, dejarle que nos susurre su ternura de Dios, cambiará nuestra vida.