DOMINGO DE RAMOS: BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR

Lucas 19,28-40; Isaías 50,4-7; Filipenses 2,6-11; Lucas 22,14-23,56

 

HABLA LA PALABRA: Aclamado, injuriado, condenado

La liturgia de la Palabra del Domingo de Ramos nos ofrece el Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, y tras las dos primeras lecturas, la proclamación integra del Evangelio de la Pasión. En todas ellas se nos habla de Jesús:

  • Jesús aclamado como Rey, como el esperado de los tiempos para colmar todas las expectativas del pueblo de Israel.
  • Jesús profetizado por Isaías que clama: “no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba”.
  • Jesús a quien le insultan, le flagelan, le torturan, le colocan una corona de espinas, lo escupen, y se ríen de Él: “¿Y si así hacen con el leño verde, que no harán con el seco?”, nos dice el Evangelio de la Pasión.
  • Jesús que después, como nos narra san Pablo en su carta a los Filipenses, “se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz”.

 

HABLA EL CORAZÓN: En un mundo como este

El evangelio no engaña. La cruz siempre llega. La diferencia es tener la gracia de reconocer a Cristo en todas las cruces de la humanidad de un mundo como este.

  • En un mundo como éste, en el que parece que nadie se preocupa por nadie, Cristo en la Cruz nos habla de un hombre que sufre de amor por Dios, pero sobre todo de un Dios hecho hombre que sufre de amor por el hombre.
  • En un mundo como éste, en el que corremos de un lugar a otro sin rumbo ni destino, Cristo en la Cruz nos detiene, nos mira, nos obliga a mirarle, y a mirarnos a nosotros mismos, y abrazar su vida en el límite de la vida, y abrazar la vida en el límite de la vida, y sólo así, por fin, vivirla.
  • En un mundo como éste, en el que a veces el hombre se convierte en el peor enemigo de si mismo, en el que el rencor nubla la vista y oscurece el corazón, Cristo en la cruz sella el pacto de la paz eterna, que no es la paz del poder y de la opresión, sino la paz de la unidad y la libertad.
  • En un mundo en el que unos pocos viven esclavos de la posesión, y en el que muchos viven esclavos del olvido y del empobrecimiento, Cristo en la Cruz descubre a los primeros su mortal pobreza, mientras colma de riquezas imperecederas al pobre compadecido en su dignidad.
  • En un mundo que finge no necesitar de Dios, y que anda errante probando y desechando sucedáneos de sentido, Cristo en la Cruz lo atrae con su silencio y lo confunde con su grito de abandono, mostrándole que tanto es el amor que Dios le tiene, que hace suya hasta su propia ausencia y oscuridad.
  • En un mundo en el que parece que el mal siempre triunfa y el bien siempre pierde, en el que parece que la belleza siempre languidece ante la fealdad, en el que parece que la verdad se disuelve en una cascada de dudas e incertidumbres, Cristo en la Cruz nos ofrece la mirada más verdadera jamás advertida, la bondad más sublime jamás mostrada, la belleza más fascinante jamás contemplada.
  • En un mundo en el que hay tanto bien interminable pero escondido, prodigado pero silenciado, Cristo en la Cruz brilla como un espejo en el que todos pueden ver el horizonte victorioso del bien, en la esperanza cierta de la Resurrección.
  • En un mundo como éste, que grita Dios en silencio, el silencio de esta Semana Santa le susurra una certeza, una provocación, una admiración: Cristo en la Cruz es él único Dios verdadero, allá en el cielo, acá en la tierra, él único Dios capaz de saciar el anhelo del hombre, en un mundo como éste…

 

HABLA LA VIDA: Dar la vida por los demás

“Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos” (Juan 15,13), nos enseño Jesús. Él lo hizo, y siguiendo su ejemplo, muchos discípulos suyos a lo largo de la historia. Como san Maximiliano Kolbe (1894-1941), que en el campo de exterminio de Auschwitz no tembló al dar un paso al frente y ofrecerse a morir en lugar de otro prisionero, cuando los nazis escogieron al azar a un padre de familia para asesinarle. Juan Pablo II le canonizó en 1982 y entre los asistentes al acto estaba un testigo excepcional: un polaco ya anciano que, cuarenta y un años antes, había salvado la vida por él.