¿Cómo es nuestra relación con Dios? Esta es la pregunta que recorre el trasfondo de las lecturas de este domingo 30 de julio:

  • ¿Queremos los dones que Dios puede darnos o buscamos al Dios que es todo bien para nosotros? La petición de Salomón de un corazón que sepa discernir el bien o el mal es el ejemplo que el libro de los Reyes de una purificada relación con Dios: “Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia, yo obraré según tu palabra”.
  • ¿Aceptamos los mandamientos de Dios o estamos convencidos de que son lo mejor para nosotros? La respuesta esta en el salmo 118 con el que hemos rezado: “Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes”.
  • ¿Creemos que amar a Dios nos limita algo humanamente, nos quita la libertad? Porque esta es la idea que tiene el mundo. Pero San Pablo (en su carta a los Romanos) esta convencido de lo contrario: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”.
  • ¿Amar a Dios y a los hermanos, es decir, acoger el Reino de Dios, es para nosotros el gran tesoro que tenemos? Jesús así nos lo propone en el Evangelio: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”.

2.- Amar a Dios es creer en él, esperar en él, y amarle a él sin poder separar este amor del amor a los hermanos:

·    El primer modo de amar a Dios es por la fe:

  • No amamos a Dios si no confiamos plenamente en Él.
  • El que le ama necesariamente cree, acepta sus Palabras, esta seguro de que es todopoderoso, clemente, infinitamente bueno, santo y justo.
  • El principal pecado contra el primer mandamiento es, por ello, la falta de fe y de confianza en Dios. Eso es lo que les pasó precisamente a Adán y Eva en el paraíso, que desconfiaron del Señor y de su designio, de la Ley que les propuso para que tuvieran vida.

·    El segundo modo de amar a Dios es por la esperanza:

  • Para poder amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, el ser humano necesita la ayuda de la gracia.
  • La esperanza consiste precisamente en aguardar de Dios esa gracia que nos permita devolverle como se merece todo el amor con que nos ama y obrar en nuestra vida en consecuencia. El Señor nos ha prometido que esa gracia nunca nos va a fallar y Dios es siempre fiel a sus promesas.
    • Además, quien tiene esta esperanza tiene también el santo temor, por eso no quiere de ningún modo ofender el amor de Dios y verse, en consecuencia, privado de su amor. De hecho, el Señor también nos ha prometido que nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas y que, por tanto, siendo fieles a la gracia divina podremos resistir las tentaciones. Pero si pecamos, la esperanza cristiana nos tiene que hacer confiar igualmente en su misericordia, porque su amor no tiene fin.
  • El tercer modo de amar a Dios es por la caridad
  • Dios quiere que el ser humano responda a su amor, amándole, porque sólo así llegará a la plenitud de su humanidad.
  • De ahí que la caridad exija que no nos quedemos indiferentes ante el amor infinito de Dios, que no seamos ingratos, ni tibios, ni negligentes a la hora de responderle. Y, desde luego, exige que lejos de nosotros esté el hacernos dioses de nuestra propia vida, queriendo expulsar a Dios de nuestro corazón.

Charles de Foucauld nos dejo esta hermosa oración de confianza en el amor de Dios: Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tu eres mi Padre.

HOMILÍA DEL DOMINGO XVII DEL TO CICLO A