El jueves 25 de mayo de 2017 tuvo lugar la vigésimo cuarta sesión del Curso anual de formación para catequistas, impartida por el Vicario Episcopal de Evangelización de la Archidiócesis de Madrid, Carlos Aguilar Grande, sobre el tema «Catequesis y pastoral evangelizadora». A continuación se puede acceder al video de la transmisión on line de la ponencia, así como a un breve esquema y al texto completo de la misma:

 VIDEO DE LA PONENCIA:

ESQUEMA de la ponencia «Catequesis y pastoral evangelizadora»

25 de mayo de 2017

Saludo

Ambientación: los ingredientes:

  • El magisterio de los últimos Papas, es decir, lo fundamental de lo que han dicho y subrayado sobre esta cuestión en su magisterio; aunque sobre todo me fijaré más en el magisterio del papa Francisco.
  • Y lo que señala el Directorio General para la Catequesis, que es la referencia obligada e ineludible, que debe orientar nuestro ser, nuestro saber y nuestro quehacer catequéticos.

Relación entre evangelización y catequesis, catequesis y evangelización

  • Realidad rica.
  • Realidad compleja.
  • Realidad dinámica.

¿Cómo se nos invita, concretamente, a hacer esto?

Acción catequética renovada para que sea verdaderamente una catequesis evangelizadora

  • una catequesis más misionera.
  • una catequesis más inculturada.
  • una catequesis que de más importancia y prevalencia a la Palabra de Dios.
  • una catequesis más testimonial.
  • una catequesis más mistagógica.
  • una catequesis más vinculada a la pastoral parroquial.
  • una catequesis más vinculada a la pastoral familiar.

También cuento con lo que los grupos del PDE han aportado, sobre todo a partir de los dos primeros núcleos de trabajo, los que se hicieron durante el primer año del Plan.

  • Una catequesis que da la primacía al testimonio y no tan solo a la transmisión de contenidos:
  • Una catequesis que no dé por supuesto y que propicie el despertar de la fe.
  • Dar a nuestras catequesis la fuerza y la intensidad de un verdadero catecumenado,.
  • Una catequesis muy unida a las celebraciones litúrgicas,.
  • Es necesario que la labor catequética ordinaria sea complementada (apoyada, esté unida, etc.) por otras experiencias como la de los Ejercicios Espirituales.
  • Es asimismo necesario promover un estilo de catequesis que tienda especialmente a favorecer el crecimiento/maduración de la fe en los catecúmenos.
  • Es igualmente necesario que sea una catequesis estrechamente relacionada con la labor del colegio (o de la clase de religión) y con las demás acciones pastorales que la Iglesia realiza con niños, adolescentes, jóvenes y adultos (hay que huir de la compartimentación pastoral).
  • En otro orden de cosas, tiene que ser una catequesis muy práctica
  • Una catequesis muy pegada a la pedagogía de los evangelios
  • Tiene que ser asimismo una catequesis que incorpora a su quehacer normal el discernimiento (los escrutinios), personal y comunitario.

Conclusión

TEXTO COMPLETO DE LA PONENCIA:

Curso anual de formación para catequistas

Catequesis y pastoral evangelizadora

25 de mayo de 2017

Saludo

Hola, muy buenas tardes a todos los que hoy estáis aquí y a cuantos nos seguís por Internet.

Gracias por vuestra presencia y por vuestra perseverancia, que, como todos sabemos, es la virtud que hace virtuosas a todas las demás virtudes, ya que sin ella nada es virtuoso. Así pues, gracias por perseverar hasta el fin.

Gracias también a Manuel por contar conmigo para este curso, cuya fama ya trasciende fronteras, y que esperamos que dé muchos frutos y que pueda continuar durante muchos más años.

Ambientación

Lo de hablar en penúltimo lugar —como todo en la vida— tiene sus ventajas (en este caso, saber lo que han dicho quienes me han precedido), pero también sus inconvenientes (o sea, a ver qué digo yo que no sea repetirme, sobre todo pensando en las dos últimas charlas: «Catequesis en la misión evangelizadora de la comunidad parroquial», de Lucas Berrocal; y «La catequesis desde Evangelii gaudium», que os dio el jueves pasado José María Pérez). Así, pues, espero que no me ponga muy pesado con cosas sobre las que ya se ha insistido hasta la saciedad; y, si las repito, que sea, como diría san Ignacio, para que se graben muy bien en vuestros corazones, y para ayudaros en esta maravillosa y apasionante tarea que es la catequesis.

Como últimamente están muy de moda los programas de cocina, permitidme que el esquema de esta charla siga el proceder de la preparación de cualquier plato.

Así pues, vamos a comenzar por mostrar los ingredientes:

Los principales van a ser dos:

  • El magisterio de los últimos Papas, es decir, lo fundamental de lo que han dicho y subrayado sobre esta cuestión en su magisterio; aunque sobre todo me fijaré más en el magisterio del papa Francisco.
  • Y lo que señala el Directorio General para la Catequesis, que es la referencia obligada e ineludible, que debe orientar nuestro ser, nuestro saber y nuestro quehacer catequéticos.

Para condimentar el plato voy a servirme, con vuestro permiso, de las siguientes especias (espero que os gusten): lo que algunos teólogos (pastoralistas y catequetas) han dicho y han escrito[1], y también la experiencia que voy adquiriendo con el trabajo en la Vicaría de Evangelización, sobre todo con los trabajos del Plan Diocesano.

Por último, espero que sea el diálogo posterior a esta charla lo que sirva para terminar de dejar a punto este plato y que su degustación nos siente bien a todos; sobre todo, que no se nos indigeste.

Relación entre evangelización y catequesis, catequesis y evangelización

Lo primero que vamos a meter en la olla en la que vamos a guisar este planto son los puntos esenciales que señala el Directorio General para la Catequesis sobre esta cuestión:

Comenzamos con esta afirmación:

«La evangelización es una realidad rica, compleja y dinámica, que comprende momentos esenciales y diferentes entre sí» (DGC 63).

Normalmente, cuando leemos esta frase, en lo que nos fijamos es en lo de «momentos esenciales y diferentes entre sí»; y, a continuación, lo que se hace es explicar cuáles son esos momentos, etc.

Pues bien, hoy vamos a poner nuestra atención en la primera parte de la afirmación. Fijémonos en atentamente en los tres adjetivos:

  • Realidad rica.
  • Realidad compleja.
  • Realidad dinámica.

La experiencia me va enseñando que a veces la tentación es pensar —y actuar en consecuencia— que esto de la evangelización es algo muy simple. Lo es porque, en realidad, es algo que está estructurado desde hace mucho tiempo, que está muy bien reglamentado y organizado, y es algo que estamos cansados de hacer, pues no en vano la Iglesia lleva evangelizando desde hace más de veinte siglos[2].

Tenemos que vacunarnos contra el peligro de la simplificación, porque nos puede conducir a perdernos cosas muy valiosas, a utilizarlas de modo no adecuado, a desaprovecharlas, o simple y llanamente a despreciarlas. Eso, en cualquier orden humano es de por sí grave, pero, en el orden sobrenatural y trascendente, es muy grave. De los dones recibidos, de los talentos que se nos han regalado, tendremos que rendir cuentas (cf. Mt 25,14-30=Lc 19,12-27).

Así, pues, como hacen los buenos gourmets, vamos a tratar de distinguir y apreciar todos los matices y particularidades de este primer ingrediente («La evangelización es una realidad rica, compleja y dinámica»).

De hecho, el Espíritu Santo —siempre presente en la Iglesia— y que ha sembrado a lo largo de los siglos dones y carismas diferentes para empujar a la Iglesia en la misión que ha recibido de Jesucristo, no se cansa, por otra parte, de suscitar nuevos evangelizadores, nuevos carismas, nuevos caminos, nuevos lenguajes, nuevos estilos, etc., para que la evangelización siga adelante[3].

Esta riqueza —por poner un ejemplo muy claro—, la podemos ver significada y representada en los pontífices que el Señor ha regalado a su Iglesia a lo largo del siglo XX y en los comienzos de este siglo XXI. Desde León XIII hasta el papa Francisco, si observamos con atención, podremos admirar la gran riqueza de estilos, muy distintos entre sí; de acentos propios y muy singulares; de gestos característicos de cada uno de ellos, etc. Solo cuando nos paramos para poder apreciar los detalles es cuando somos capaces de asombrarnos ante la admirable belleza de este puzle maravilloso y estupendo, y contemplar la maravilla que Dios está realizando en su Iglesia. Un puzle donde el conjunto es toda una obra maestra, pero también donde cada detalle cuenta y es importante.

Se trata, pues, de una realidad compleja; una realidad sencilla, pero nada “simple”. Y esto, a veces, si somos sinceros, nos desconcierta. ¿Qué tienen que ver san Pío X y Pío XII? ¿Pío XII y san Juan XXIII? ¿San Juan XXIII y el beato Pablo VI? ¿El beato Pablo VI y san Juan Pablo II? ¿Benedicto XVI y el papa Francisco? Hay, ciertamente, una clara y evidente continuidad, pero también existen notables diferencias; algunas muy importantes. No podemos ni debemos cerrar los ojos, y es que ciertamente la cosa es compleja[4]. Y el reto consiste en situarnos en dicha complejidad sin caer en la fácil tentación de la simplificación.

Es compleja, además, porque evangelizar es tratar de llevar el evangelio a un mundo que está en marcha, y que no tiene la deferencia de pararse un momento para que nosotros pensemos y diseñemos la mejor estrategia con la que poder cumplir adecuadamente con nuestra misión. Por eso, entre otras razones, tenemos la clara sensación de que vamos siempre —o casi siempre— por detrás de los acontecimientos; y que, cuando llegamos con nuestro plan, el mundo ya es otro, la realidad ha evolucionado; y, claro está, así no podemos hacer bien nuestra tarea. En otras palabras, no hemos tenido suficientemente en cuenta que la realidad (¡que la vida!) es dinámica y no para de moverse, mientras que nosotros nos sentimos más cómodos con las realidades inertes, fijas, inmóviles, etc. ¡Se nos escapa la vida! De ahí que la conversión, además de personal, ha de ser estructural.

Por eso, ante una realidad compleja y cambiante (¡ante una realidad viva y dinámica!), más que con sistemas cerrados —en general, demasiado idílicos—, debemos acercarnos con sistemas sencillos, abiertos y aterrizados; sistemas que incorporen el principio de indeterminación, o sea, que estén abiertos a las sorpresas que siempre trae consigo la vida y que nunca van a faltar.

El propio Papa hace la siguiente advertencia en Evangelii gaudium:

«Hay políticos —e incluso dirigentes religiosos— que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica» (EG 232).

Y, luego, nos da el siguiente consejo:

«El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar la historia de la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros santos que inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo» (EG 232).

Para que me entendáis, no podemos salir ahí fuera pensando que antes es necesario tener un plan donde todo esté atado y bien atado, donde todo esté perfectamente programado: las personas bien elegidas, las tareas perfectamente repartidas y organizadas, los calendarios y los tiempos perfectamente establecidos, etc. Salir con esa mentalidad es garantía de frustración y de desánimo, ya que, a los dos segundos, la vida —la realidad— habrá tumbado nuestras desencarnadas ideas. Los planes tienen que surgir de la vida y la vida tiene que inspirar y orientar los planes; y vuelta a empezar, sin perder nunca la circularidad.

Bien visto, eso es lo que ha tratado de hacer nuestro cardenal-arzobispo, don Carlos, cuando en lugar de ofrecernos y darnos planes de evangelización cerrados para cada año, nos ha ofrecido un Plan en el que el protagonismo no lo tienen ni las acciones ni las organizaciones ni las estructuras, sino la Palabra de Dios, el discernimiento comunitario; en definitiva, la vida de la iglesia diocesana, lo que ya se está haciendo, etc., para tratar de descubrir por dónde el Espíritu nos invita a caminar, en qué debemos perseverar, y qué, en cambio, debemos renovar, cambiar, mejorar, etc.

Como podéis comprobar, don Carlos no ha querido darnos muchas reglas, ni tampoco nos ha dado un manual detallado de instrucciones, sino que nos lanza a discernir y elegir según lo que la realidad —¡la vida!— nos impone y nos dicta.

Y, seamos sinceros, esto nos pone a veces un poco nerviosos y hasta nos enfada. Sin embargo, como decía la canción: “La vida es así, no la he inventado yo”. No podremos evangelizar si no asumimos que la vida es improgramable y que siempre nos va a sorprender.

Dicho esto —que, como veis, es realmente importante, pero que no siempre se tiene suficientemente en cuenta—, el Directorio General para la Catequesis añade otro ingrediente:

«La catequesis es uno de esos momentos —y cuán señalado— en el proceso total de la evangelización” [cf. CT 18; CT 20c]. Esto quiere decir que hay acciones que “preparan” a la catequesis y acciones que “emanan” de ella» (DGC 63[5]).

Y, en el siguiente número, establece:

«La catequesis de iniciación es, así, el eslabón necesario entre la acción misionera —que llama a la fe— y la acción pastoral —que alimenta constantemente a la comunidad cristiana—» (DGC 64).

En otras palabras, si queremos hablar y plantear una “catequesis evangelizadora”, no podemos obsesionarnos solo con “la organización catequética” ni tan siquiera con “el momento catequético”, sino que hemos de plantearnos de manera creativa y abierta:

  • Cómo “preparar” la catequesis y
  • qué va a “emanar” de la catequesis;

O, dicho de otro modo:

  • Cómo vamos a “llamar a la fe” hoy, aquí y ahora, en este tiempo concreto que nos toca vivir, con sus posibilidades y con sus inconvenientes; etc.
  • Y también cómo vamos a “alimentar constantemente a la comunidad cristiana” en la fe recibida.

La fe —no lo olvidemos—es una semilla, un germen que una vez que ha sido sembrado, ha de arraigar, desarrollarse, crecer y dar fruto. Y la tarea de la Iglesia es saber animar dicho proceso, acompañarlo, orientarlo, corregirlo cuando sea necesario; siempre con capacidad de admiración y de sorpresa («porque la semilla crece sin que el sembrador sepa cómo» [Mc 4,27]); con la confianza puesta en Dios, que siempre precede, acompaña y plenifica nuestro quehacer, pero sin que sepamos cómo va a ser, cuándo se va a realizar y dónde se va a producir [cf. EG 279][6]; con paciencia y con misericordia, que siempre se van a necesitar[7]; con entusiasmo y con perseverancia, sobre todo en los momentos más difíciles y cuando la contrariedad nos visita; con exigencia y con flexibilidad, conjuntadas adecuadamente; con espíritu de sacrificio y con paz, porque solo así estaremos seguros de que la obra es de Dios y no solo una quimera nuestra.

Ambas tareas [“llamar a la fe” y “alimentar constantemente a la comunidad cristiana”], aunque vistas sobre el papel parezcan como el principio y el fin del camino, no son, sin embargo, dos momentos distantes de la tarea evangelizadora de la Iglesia, sino realidades concomitantes; es decir, se tienen que dar a la vez y conjuntamente. En otras palabras, “la llamada a la fe” es lo que tiene que alimentar la fe de cada comunidad y de la Iglesia entera[8]; y “el alimentarse en la fe” por parte de cada comunidad y de la Iglesia entera es lo que tiene que hacer que salgamos a anunciar gratis lo que gratis hemos recibido. Es lo que vemos que hacía el Señor cuando caminaba por este mundo: mientras instruía a sus discípulos y les iba acompañando en su proceso de fe, no dejaba de realizar signos y de predicar para que cuantos le veían y le oían se convirtieran y creyeran en Él y en el Evangelio.

Por eso, es verdad que el Papa nos habla de la importancia de la formación, pero también insiste en que la necesidad de la misma no puede convertirse en una perfecta excusa para demorar y afrontar la urgencia de salir y anunciar el evangelio. Escuchemos sus palabras:

Procurar «una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio» no debe llevarnos a «postergar la misión evangelizadora». El reto que se nos plantea es encontrar «el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso, todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que, más allá de nuestras imperfecciones, nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera […] y me lanzo a lo que está por delante (Flp 3,12‑13)», Papa Francisco, Exhortación Evangelii gaudium, 121.

Tengamos, pues, claro que entre la primera etapa del proceso de evangelización (el primer anuncio, el anuncio del keryma, o como lo queramos llamar) y la última (la formación permanente en la fe de los fieles cristianos) no existe un abismo de espacio y de tiempo. ¡No!, ambas cosas van unidas. Inspirándonos en lo que dice uno de los más famosos sumarios del libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2,42), podemos decir que el grupo de los creyentes, al tiempo que se junta para la escuchar la enseñanza de los Apóstoles, para la oración y para la fracción del pan, anuncia y se convierte en testimonio vivo, en medio del mundo y en la entraña de la realidad de los hombres, de aquello mismo que aprenden, oran y celebran; y eso que testimonian y anuncian es la fuerza que les impulsa a querer ahondar más y más en la fe recibida de los Apóstoles, en la fe celebrada en los sacramentos, y en la oración y en la vida cristiana. Y todo ello es lo que crea el clima, la atmósfera y el ambiente donde la catequesis alcanza todo su sentido. Esto y no otra cosa es lo que consigue hacer una “catequesis misionera” o una “misión catequética”.

¿Cómo se nos invita, concretamente, a hacer esto?

  • Teniendo muy claro cuál es el motor que nos ha de poner en marcha y el combustible que va a permitir que el motor nunca se pare: «La alegría que se renueva y se comunica». Así es como el papa Francisco ha titulado el capítulo I de la Evangelii gaudium, que abarca los números del 2 al 8. Y me quiero detener precisamente en lo que se dice en ese número 8:

«Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la auto-referencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?» (EG 8).

  • A continuación el Papa nos invita a conocer y reconocer al otro y buscar su bien (EG 9).

Para evangelizar se hace necesario conocer a las personas con quienes queremos compartir la alegría del evangelio. Y se nos invita a discernir —no solo personal sino también comunitariamente— cuáles son las dificultades y posibilidades que tienen (los destinatarios) para conectar con la experiencia básica de la fe y para avanzar en el camino de la fe.

De ahí que: «La catequesis, en tiempos de evangelización, tiene que ser personalizada, muy de relación personal con cada catecúmeno, con su familia, muy en relación con su vida real, con sus ambientes»[9]. Y eso requiere atención, interés, etc., no solo por parte de los catequistas, sino también de toda la comunidad cristiana, que necesariamente se ha de implicar para lograr conseguirlo.

  • Mas, como nunca es posible comprender a un individuo aislándolo de su contexto existencial y vital, por eso, para evangelizar es igualmente necesario conocer básicamente la cultura en la que viven quienes tienen que ser iniciados en la fe[10]; y, a partir de dicho conocimiento, se hace necesario discernir qué aspectos de dicha cultura pueden facilitar la propuesta de la fe y cuáles, en cambio, pueden suponer un obstáculo o una dificultad. Más aún, puesto que los fieles cristianos, llamados a ser discípulos-misioneros, vivimos en esa misma cultura en la que pretendemos sembrar el evangelio, se nos invita a reconocer en nuestra propia experiencia de fe cuáles son tanto las posibilidades como las dificultades para creer y sobre todo para perseverar en la fe recibida, celebrada, vivida y orada.
  • El siguiente punto tiene que ver con el centro de la Evangelización, que no es ninguna doctrina, ni unos ritos, ni una ética, ni tampoco unas técnicas o modos de relacionarse con Dios. El centro de la Evangelización es Jesucristo, su persona y su evangelio. «Para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengamos vida en su nombre» (cf. Jn 20,31).

Por eso una catequesis evangelizadora es una catequesis que propicia el encuentro con Cristo y ayuda a los catecúmenos y catequizandos a determinarse por «el seguimiento de Jesucristo y la comunión con Él» (DGC 98).

Y lo hemos de hacer desde un convencimiento muy claro (convencimiento que nace de una experiencia personal). Ese convencimiento no es otro sino éste: es en Jesucristo donde cada hombre va a encontrar la respuesta que necesita para entenderse a sí mismo, para entender cuanto le rodea, para comprender su raíz, su meta; para tener una luz que le ilumine en todo su caminar (cf. GS 10, 22 y 32)[11].

De ahí que el Directorio General para la Catequesis insista en que «la catequesis ha de transmitir lo que Jesús enseña acerca de Dios, del hombre, de la felicidad, de la vida moral, de la muerte… sin permitirse cambiar en nada su pensamiento» (DGC 98[12]).

  • Con todo, la meta última de la evangelización no es Jesús, sino que por medio de Jesús (con Él y en Él) lleguemos a participar de la vida íntima de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo (cf. DGC 99-100[13]).

«Existe el riesgo de que la fe, que introduce a la vida de comunión con Dios y permite el ingreso en su Iglesia, no sea comprendida en su sentido profundo, es decir, que no sea asumida por los cristianos como el instrumento que transforma la vida con el gran don de la filiación divina en la comunión eclesial», Sínodo de los Obispos, La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana [Instrumentum laboris], 94.

De ahí que la evangelización tenga su fuente y su culminación en la celebración de los sacramentos; porque es en ese momento —en la celebración— cuando realmente recibimos el don de Dios, su gracia, su Espíritu, su misma vida, gracias y por medio de la incorporación y la participación en la vida de la Iglesia; que, como dice el concilio Vaticano II, existe «en y desde» desde las Iglesias particulares[14].

Una catequesis evangelizadora es la que ayuda a comprender bien la celebración y a alcanzar una participación activa, consciente y fructuosa en la celebración de los misterios de la fe; al tiempo que sirve para que la celebración de los misterios se traduzca en la vida de aquellos que participan en ellos, convirtiéndoles en testigos y apóstoles del don recibido.

Y una catequesis evangelizadora es, igualmente, la que propicia una inserción real y viva en la Iglesia[15].

Acción catequética renovada para que sea verdaderamente una catequesis evangelizadora

Lo que propongo a continuación es, simplemente, a modo de ejemplo. No son más que unas pinceladas de lo que, modestamente y sin ninguna pretensión, considero que deben ser sus principales características.

Doy por sabidas las propuestas que nuestro actual delegado diocesano de catequesis ha escrito y ha presentado sobre este tema; singularmente lo que dijo en el encuentro diocesano de catequistas del pasado 8 de abril, en la parroquia de san Juan de la Cruz:

  • una catequesis más misionera.
  • una catequesis más inculturada.
  • una catequesis que de más importancia y prevalencia a la Palabra de Dios.
  • una catequesis más testimonial.
  • una catequesis más mistagógica.
  • una catequesis más vinculada a la pastoral parroquial.
  • una catequesis más vinculada a la pastoral familiar.

También cuento con lo que los grupos del PDE han aportado, sobre todo a partir de los dos primeros núcleos de trabajo, los que se hicieron durante el primer año del Plan. Fundamentalmente lo que tiene que ver con la acogida a los padres de los catecúmenos y catequizandos (entrevistas), con fomentar una mayor participación de los fieles, dado que el protagonismo de los sacerdotes tiende a ser excesivo. Fomentar más la catequesis de adultos. Ofrecer itinerarios serios. Cuidar la iniciación en la experiencia de Dios, etc.

Desde luego, no es mi intención agotar el tema, pues soy consciente de que es prácticamente inagotable.

Como he dicho en la primera parte de mi exposición, la catequesis, como la evangelización, es una realidad muy rica, compleja y dinámica. Por eso, de lo que se trata es que, entre todos vayamos sumando y aportando, discerniendo lo que, a la luz de lo que nos revela el Espíritu, vemos que es más necesario para cada lugar y para las personas que allí han de ser iniciadas y acompañadas en sus itinerarios de fe:

  • Una catequesis que da la primacía al testimonio y no tan solo a la transmisión de contenidos:

«Para evangelizar la Iglesia no tiene necesidad solamente de renovar sus estrategias, sino más bien aumentar la calidad de su testimonio; el problema de la evangelización no es una cuestión organizativa o estratégica, sino más bien espiritual. […] Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. El testimonio cristiano es un conjunto de gestos y palabras.[16] El testimonio constituye el fundamento de toda práctica de evangelización porque crea la relación entre anuncio y libertad: «Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio, Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre»[17]», Sínodo de los Obispos, La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana [Instrumentum laboris], 158.

Testimonio que no puede ser tan solo personal o individual, sino que ha de ser también comunitario:

Por eso la catequesis ha de estar vinculada afectiva y efectivamente a una comunidad cristiana concreta. Ésta está llamada a convertirse en referencia concreta y ejemplar para el itinerario de fe de cada uno; fuente, lugar y meta de la catequesis[18].

«La comunidad tiene que ser percibida como el mundo verdadero, un mundo real y amable, el mundo del corazón, del que salen y al que vuelven, en el que se sienten a gusto y encuentran su propia identidad»[19].

  • Una catequesis que no dé por supuesto y que propicie el despertar de la fe.

Si puede ser en la familia, en la familia y contando con las familias de los catequizandos.

Si no puede ser en la familia, la comunidad cristiana tendrá que ser creativa y suplirá con generosidad, competencia y de modo realista a las familias de los catecúmenos y catequizando para favorecer en ellos el despertar de la fe[20].

  • Dar a nuestras catequesis la fuerza y la intensidad de un verdadero catecumenado, un itinerario práctico de fe y de incorporación progresiva a la práctica de la vida cristiana en su conjunto.

Hoy no puede haber cristianos sin que pasen por un proceso catecumenal, entendido como un proceso de conversión personal a Dios y a su Reino, de entrega personal a Jesucristo y a la Iglesia, a la vida santa de la oración y de la caridad.

  • Una catequesis muy unida a las celebraciones litúrgicas, donde la comunidad cristiana da testimonio y se siente enriquecida, y donde los que están siendo iniciados a la fe perciben que este itinerario no es fruto de su voluntad, sino algo que constantemente se recibe de Dios, aunque lógicamente requiera de su colaboración.
  • Para propiciar ese proceso de iniciación en la fe, propio del catecumenado, es necesario que la labor catequética ordinaria sea complementada (apoyada, esté unida, etc.) por otras experiencias como la de los Ejercicios Espirituales de dos o tres días o a experiencias de Cursillos de Cristiandad (o semejantes).
  • Es asimismo necesario promover un estilo de catequesis que tienda especialmente a favorecer el crecimiento/maduración de la fe en los catecúmenos, y la perseverancia en ella (ayudando a afrontar las crisis y las dificultades de cada etapa de la existencia).

«Hemos privilegiado la idea de fe como la aceptación de las cosas reveladas por Dios como verdaderas y hemos dejado en la sombra el acto previo de fe en Dios (fe en Cristo y fe en Dios), en virtud del cual creemos lo que Cristo y el propio Dios nos han revelado. Entendiendo la fe como conocimiento, la hemos dejado a merced de los ataques racionalistas. La fe es siempre un conocimiento imperfecto, no evidente, en inferioridad de condiciones en relación con los conocimientos científicos. La verdadera respuesta está en mostrar la fe como relación de confianza con otro sujeto, movida por el amor. Como consecuencia de esta fe que damos a alguien creíble, podemos alcanzar conocimientos, no evidentes, pero sí seguros, firmes, fiables. Esto significa que tenemos que recuperar el esquema bíblico de la fe, con el modelo no de creo algo, sino de creo en Ti, me confío y me entrego a Ti, por lo que creo lo que Tú me dices. Creo algo porque antes he creído en quien me lo dice»[21].

  • Es igualmente necesario que sea una catequesis estrechamente relacionada con la labor del colegio (o de la clase de religión) y con las demás acciones pastorales que la Iglesia realiza con niños, adolescentes, jóvenes y adultos (hay que huir de la compartimentación pastoral).
  • En otro orden de cosas, tiene que ser una catequesis muy práctica:
    • Hay que hablar de Jesús y de Dios.
    • Hay que enseñarles prácticamente a tratar con ellos, a vivir con ellos, a contar con ellos en todos los momentos de la vida. El catequista tiene que rezar con ellos, adorar, practicar las virtudes cristianas con ellos, ayudarles a entrar en la experiencia real de la vida cristiana integral.
  • Una catequesis muy pegada a la pedagogía de los evangelios:
    • Narrar fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de su ascensión (cf. Hch 1,1-2).
    • Comunicar los dichos y los hechos realizados por Jesús con la mayor comprensión que les daba a los Apóstoles la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad (DV 19, que cita Jn 2,22; 12,16; comparado con 14,26; 16,12-13; 17,39).
    • Escoger datos de la tradición oral o escrita; reduciéndolos a síntesis; adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias; conservando el estilo de la proclamación; transmitiendo datos auténticos y genuinos acerca de Jesús.
  • Tiene que ser asimismo una catequesis que incorpora a su quehacer normal el discernimiento (los escrutinios), personal y comunitario.

Conclusión

Bueno, ahí tenéis unos cuantos ingredientes. Ahora nos toca guisar el plato. Como dice el lema del PDE vamos a hacerlo: Entre todos, con todos y para todos.

Gracias por la atención y por la escucha. ¡Tenéis la palabra!

NOTAS:

[1] Fundamentalmente me he fijado en la ponencia del cardenal Fernando Sebastián Aguilar, pronunciada en las Jornadas de Delegados Diocesanos de Catequesis [Madrid en febrero 2012], y cuyo título fue: “Nueva evangelización, nuevos catequistas”. Fue posteriormente publicada en la revista «Actualidad catequética» 233-234 (2012) 56-69. Asimismo he tenido muy en cuenta el libro, ya clásico, de Emilio Alberich Sotomayor, Catequesis evangelizadora, CCS, Madrid 2003. Y, a última hora, el libro de Andrea Riccardi, Periferias, San Pablo, Madrid 2016.

[2] El mayor peligro que señala el Papa en Evangelii gaudium [EG] 49 es «encerrarnos en las estructuras, que nos dan una falsa contención; en las normas, que nos vuelven jueces implacables; en las costumbres, donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta».

[3] Cf. San Juan Pablo II, Vita consecrata, 12.

[4] El Papa señala lo siguiente en la EG: «A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio», EG 40. Es muy interesante la nota a pie de página (nº 44) que dice así: «Santo Tomás de Aquino remarcaba que la multiplicidad y la variedad “proviene de la intención del primer agente”, quien quiso que “lo que faltaba a cada cosa para representar la bondad divina, fuera suplido por las otras”, porque su bondad “no podría representarse convenientemente por una sola criatura” (Summa Theologiae I, q. 47, art. 1). Por eso nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en sus múltiples relaciones (cf. Summa Theologiae I, q. 47, art. 2, ad 1; q. 47, art. 3). Por razones análogas, necesitamos escucharnos unos a otros y complementarnos en nuestra captación parcial de la realidad y del Evangelio».

[5] Que a su vez cita Catechesi tradendae, 18 y que se repite en Redemptoris missio 33.

[6] «Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo» (EG 279).

[7] Afirmaciones del papa Francisco en EG sobre la paciencia en el proceso de evangelización: «La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites» (EG 24). «Hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día» (EG 44). «Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena» (EG 165). Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia» (EG 171). Es necesario «soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad» (EG 223).

[8] Por eso el Papa dice que al primer anuncio «se le llama “primero”, no porque esté al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Sino que es “el primero” en un sentido cualitativo: porque es el anuncio principal; ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos» (EG 164).

[9] Don Fernando Sebastián Aguilar, Ponencia que dio en las Jornadas de Delegados Diocesanos de Catequistas “Nueva evangelización, nuevos catequistas”, celebradas en Madrid en febrero 2012.

[10] La Evangelii gaudium nos habla de «algunos desafíos culturales» en los números 61 a 67. De «desafíos a la inculturación de la fe» en los números 68 a 70. De «desafíos de las culturas urbanas» en los números 71 a 75.

[11] Eso es lo que vamos a tratar de ver en el tercer año del PDE, que lleva por título genérico: Respuestas.

[12] Que a su vez remite a 1 Co 15,1-4 y Pablo VI, Exhortación Evangelii nuntiandi, 15 puntos e y f.

[13] Que lleva por título: El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico.

[14] Cf. Constitución dogmática sobre la Iglesia: Lumen gentium 23.

[15] Tengamos muy en cuenta lo que recordó el papa Francisco en una catequesis sobre la Iglesia, en la que habló sobre la nota de la catolicidad: «La única Iglesia está presente también en las más pequeñas partes de ella. Cada uno puede decir: en mi parroquia está presente la Iglesia católica, porque también ella es parte de la Iglesia universal, también ella tiene la plenitud de los dones de Cristo, la fe, los sacramentos, el ministerio; está en comunión con el obispo, con el Papa y está abierta a todos, sin distinciones», Miércoles 9 de octubre de 2013.

[16] Cf. EN 22: AAS 68 (1976) 20; Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 97s.: AAS 102 (2010) 767-769.

[17] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007), 85: AAS 99 (2007) 170.

[18] Cf. DGC 158.

[19] Fernando Sebastián Aguilar, “Nueva evangelización, nuevos catequistas”.

[20] «Corresponde a la comunidad cristiana suplir, con generosidad, competencia y de modo realista estas carencias, tratando de dialogar con las familias, proponiendo formas apropiadas de educación escolar y llevando a cabo una catequesis proporcionada a las posibilidades y necesidades concretas de esos niños» (DGC 180).

[21] Fernando Sebastián Aguilar, «Nueva evangelización, nueva catequesis, nuevos catequistas».