Las lecturas de este segundo domingo de Pascua se resumen en una palabra: ¡Aleluya! E decir, ¡Alegría! Alegrémonos por los signos y prodigios de los primeros cristianos que nos narran los Hechos de los Apóstoles, y como se reunían para dar gracias a Dios, como hemos hecho nosotros con el salmo de alabanza por excelencia (¡Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su alianza!). Alegrémonos, como nos dice San Pedro en su primera carta, “con un gozo inefable y radiante, alzando así la meta de vuestra fe, la salvación de vuestras almas”.

Para reengancharnos permanentemente en esta alegría, deberíamos hacer memoria de nuestra fe, de la fe de la Iglesia, que hemos hecho nuestra y esta llamada a formar parte de nuestra propia memoria personal y vital. Para ello, nos nos viene nada mal hacernos tres sencillas preguntas: ¿Cómo creyeron los apóstoles en “El resucitado”? ¿Qué supuso para ellos esta experiencia? ¿Qué lugar ocupa la Resurrección de Cristo en nuestra fe? ¿Qué significa la Resurrección de Jesús para nuestras vidas?

1ª/ ¿Cómo creyeron los apóstoles en “El resucitado”? Por sus evidencias: la tumba vacía, y sus múltiples apariciones:

  • La tumba vacía: Nadie vio resucitar a Jesús; nadie fue, por tanto, testigo ocular de la resurrección. Pero sí hubo testigos que en la mañana de aquel día después del sábado, vieron que la tumba en la que había sido enterrado Jesús a toda prisa la tarde del viernes, estaba vacía (cfr. Mt 28,6).
  • Las apariciones: Jesús se apareció primeramente a algunas mujeres, después se apareció a dos discípulos que iban a la aldea de Emaús, se le apareció también a Pedro y a los Once reunidos en el cenáculo. San Pablo, por su parte, nos dice que, además de a Pedro y a los Doce, Jesús se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, luego a Santiago y a todos los apóstoles; por último, se le apareció también a él (a Pablo) en el camino de Damasco.

2ª/ ¿Qué supuso para ellos esta experiencia?

  • Los Once se resistieron a creer, y Jesús les tuvo que enseñar las marcas de los clavos. De he hecho, como acabamos de escuchar, Tomás incluso pidió meter los dedos y la mano en los agujeros de los clavos y la lanza respectivamente; si no, no creería que era realmente Jesús quien había resucitado y estaba vivo.
  • Los Apóstoles no quisieron dar fe a las Escrituras ni tampoco a las palabras que Jesús les había dicho mientras estaba con ellos sobre su resurrección. Por tanto, sólo cabe pensar que fueron las pruebas que Cristo mismo les dio de que estaba vivo, lo que les llevó al convencimiento de que realmente había resucitado.

3ª/ ¿Qué lugar ocupa la Resurrección de Cristo en nuestra fe? “Dios Padre resucitó a Jesús de entre los muertos”. Este es el mensaje central de la fe del cristiano. Es más, si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe:

  • Si quitamos la resurrección, el resto del edificio de la fe se nos derrumba.
  • Sin resurrección, la fe cristiana, en el mejor de los casos, sería una doctrina filosófica más; un modo, entre muchos, de entender la vida; una opción ética más entre las muchas posibles.
  • Por la Resurrección de Jesús lo escuchamos como quien escucha al Padre que lo envió. Acogemos sus enseñanzas, sabiendo que son palabras de vida, y de vida eterna. Y hemos de desear estar unidos a Él, como lo están los sarmientos a la vid, para poder vivir la vida de Dios que se nos ha regalado con la encarnación, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

4ª/ ¿Qué significa la Resurrección de Jesús para nuestras vidas?

  • Hemos sido salvados y somos realmente libres: Cristo con su muerte nos ha liberado del pecado y por su resurrección nos ha abierto el acceso a una nueva vida. Al resucitar Jesús, la humanidad ha sido recreada, nuestra naturaleza pecadora ha sido transformada completamente, pasamos del hombre viejo, dominado por las pasiones, al hombre nuevo, sobre quien ha sido derramado el Espíritu Santo, y gracias al Espíritu, somos realmente libres con la libertad de los hijos de Dios.
  • Si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos: La fe en la resurrección no solo tiene trascendencia para la vida presente. La resurrección de Cristo -y el propio Cristo resucitado- es principio y fuente de nuestra futura resurrección. La fe en la resurrección de Jesús, de hecho, incluye necesariamente creer que nosotros también resucitaremos. La salvación supone que la condena de muerte que pesaba sobre la humanidad quedó abolida y, a cambio, Jesús, tal y como explicó en sus parábolas, nos introduce en el Reino de Dios, su Padre, y nos sienta a su mesa, para que comamos y bebamos con Él en el banquete celestial por toda la eternidad. Hemos de confiar, por tanto, en que, al igual que Cristo venció, nosotros también venceremos y viviremos con Él para siempre.

¿Quién le iba a decir a Publio Virgilio, 70 años antes de Cristo, el alcance de aquella bellísima sentencia suya, “Omnia vincit amor” (todo lo vence el amor), de un sencillo poema pastoril? Intuiría como todo hombre sabio la trascendencia de la huella del amor en el corazón humano, pero no sabía ni podía imaginar que hay un amor infinito, el de Dios, capaz de vencerlo todo. En la Resurrección de Cristo yo no tengo miedo a nada ni a nadie. No debería temer nada en vida, porque Él esta conmigo. No debería temer nada en la muerte, porque en su misterioso umbral, espero resucitar con Él a una vida sin fin en el reino de su amor victorioso.

HOMILÍA DEL II DOMINGO DE PASCUA (CICLO A) 22 ABRIL 2017