En la foto: Seminaristas de Madrid

El domingo anterior a la fiesta de San José la Iglesia que peregrina en España celebra el día del Seminario, donde se preparan los jóvenes que, tras un largo discernimiento, serán admitidos al ministerio sacerdotal al servicio del resto del Pueblo de Dios.

Las lecturas de este domingo nos hablan:

  • De la promesa de la Nueva Alianza (profeta Jeremías), para cuyo nuevo culto, sirven los ministros del único sacerdote (único mediador entre Dios Padre y los hombres), que es Cristo Jesús.
  • De un sacerdocio que como nos dice la Carta a los Hebreos supone “aprender, sufriendo, a obedecer” la voluntad del Padre.
  • Y de la identidad de este sacerdocio. Jesús mismo, en el Evangelio de Juan, lo define como aquel que no se ama a sí mismo y a quien llama con estas palabras: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor”.

No es nada fácil hoy responder a esta llamada:

  • Resulta absolutamente sorprendente que cientos de jóvenes llamen todos los años a las puertas de los seminarios españoles dispuestos a entregar toda su vida para ser otros Jesús.
  • Y que lo hagan a pesar de que en casi todas las televisiones continuamente se injurie y ridiculice al sacerdocio católico desde los informativos a los programas basura, desde los dibujos animados a las series narrativas, desde las tertulias a los documentales televisivos que difunden la tesis de que el celibato como el secreto de confesión deberían estar prohibidos y penalizados.
  • Pero no es sólo la televisión, también está el mundo educativo. Miles de profesores de Instituto inculcan en los adolescentes y en los jóvenes una imagen nefasta de los curas.
  • En realidad podemos decir que si existe un chivo expiatorio en la cultura laicista que se nos impone, ese es el del escarnio al sacerdocio.

Y a pesar de todo eso, hay jóvenes de hoy, con las mismas inquietudes, los mismos deseos, y los mismos gustos que el resto de los jóvenes, que descubren la llamada de Jesús a dejarlo todo para seguirle.

  • Tal vez porque haya muchos jóvenes que no quieren ser borregos que piensan lo que les dice el aparato mediático y educativo todopoderoso que tienen que pensar.
  • Porque no les convence el tipo de vida que se les impone, cuyo sentido esta en que carece completamente de sentido, cuyo fin es medrar, competir, ganar dinero, y quemar no sólo la juventud sino la vida entera en una especie de absurda carrera a ningún destino.
  • Porque no son tontos, y se dan cuenta de que han nacido en un tiempo en el que lo retrogrado, lo viejo, lo que aún depende de ideologías ya fracasadas, o de rencores y resquemores por historias que no tienen nada que ver con ellos, esta en el prejuicio anticlerical, anti-eclesial y anti-cristiano, mientras lo celosamente ocultado, lo apasionantemente novedoso y gratificante, esta en la mirada de Cristo.
  • Y tal vez porque de entre esos jóvenes, minoría cualificada y provocativamente peligrosa para el sistema, nunca faltarán los que encuentren en la llamada al ministerio sacerdotal el tesoro más valioso jamás encontrado.

Hoy la Iglesia nos pide que recemos por ellos. Porque:

  • Necesitamos sacerdotes, que celebren la eucaristía, que ofrezcan a los cristianos de hoy ese único pan eucarístico que hace posible el amor al prójimo, el perdón, el valor y en sentido de la vida.
  • Necesitamos sacerdotes que enseñen los misterios de la fe, no como predicadores de si mismos, sino como humildes servidores de los fieles cristianos que “tienen derecho de conocer de modo adecuado, auténtico e integral, la verdad que la Iglesia confiesa y expresa acerca de Cristo”.
  • Necesitamos sacerdotes que ofrezcan la imagen siempre nueva y siempre bella del rostro de Cristo, salvador de los hombres, de María, madre de la humanidad, y de los santos, modelos de humanidad realizada.
  • Necesitamos sacerdotes que puedan estar al lado de quienes más sufren, en parroquias, hospitales, colegios, y calles, en todos los sitios, no como asistentes sociales que procuran sólo bienes tangibles, sino como dadores de sentido, de esperanza, en definitiva de Dios, que es el dador de todo sentido y de toda esperanza.

HOMILÍA DOMINGO V DE CUARESMA CICLO B DÍA DEL SEMINARIO