“Todo es nuestro, nosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Cor. 3, 21-33). Aunque esta frase de San Pablo no esté en la liturgia de la Palabra de este domingo, resume perfectamente las lecturas que hemos escuchado: 

  • Porque en los Hechos de los Apóstoles la proclamación pública que estos hacen en Jerusalén de la Resurrección va unida a la suerte de todos, según crean o no crean en él, pues para todos Cristo es el “hombre acredito ante vosotros”, que ahora rompió las ataduras de la muerte.
  • Porque con el salmo 15 confiamos en Él y sólo en Él de tal modo que sólo Él nos enseñara el sendero de la vida, y sólo él es “nuestro único bien”.
  • Porque en la primera carta San Pedro nos recuerda que “fuimos comparados a precio de la sangre de Cristo” y que es por Él por lo que “creemos en Dios” y hemos puesto en él “nuestra esperanza”.
  • Y porque Jesús, en el Evangelio de Emaus, nos muestra que él no nos ha abandonado a nuestra suerte, que quien nos prometió que estaría todos los días con nosotros, sale permanentemente a nuestro encuentro.

¿Y cómo lo hace, como sale el Resucitado a nuestro encuentro? A través de sus cuatro principales presencias: en su palabra, en el hermano, en medio de nosotros, y en la eucaristía:

  • Jesús Palabra: Cada vez que los cristianos escuchamos la Palabra de Dios, es Él quien se hace el encontradizo y, como con los discípulos de Emaús, sentimos: “No ardía nuestro corazón cuando mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”.
  • Jesús en el hermano: Cada vez que en la encrucijada de nuestra vida, y esto pasa todos los días, encontramos a alguien, sea quien sea, y nos pide algo, reconocemos a Jesús como con los discípulos de Emaús y queremos que se quede con nosotros: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”.
  • Jesús en medio: Cada vez que los cristianos estamos unidos entre nosotros, por el amor recíproco, Él se hace presente en medio de nosotros, tal y como nos lo prometió: “Donde dos o tres estén reunidos (unidos) en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18, 20). En familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo… Él se hace presente y nos da su paz, su sabiduría, todos los dones del Espíritu Santo.
  • Jesús Eucaristía: Y cada vez que cumplimos el “haced esto en memoria mía”, nos unimos a celebrar la Eucaristía, además de estar presente en su palabra, en el hermano que esta a nuestro lado, y en medio de nosotros, nos regala una presencia muy especial, como en Emaus, que suscita en nosotros el mismo testimonio: “lo reconocieron al partir el pan”.

Estas cuatro presencias de Jesús sostienen la unidad de la Iglesia, la unidad pedida por Cristo al Padre en Getsemaní: “Padre, que todos sean uno, para que el mundo crea” (Jn. 17, 20). Un ejemplo preclaro del don de la unidad lo encontramos en aquellos seminaristas ruandeses, alimentados por las cuatro presencias de Jesús, que San Juan Pablo II llamó “los mártires de la unidad”. ¿Conocéis su historia? En el genocidio de Ruanda, entre hutus y tutsis, en el seminario menor de Buta había alumnos de las dos etnias. Tres supervivientes, hoy sacerdotes, lo cuentan así:

  • Oíamos las cosas que sucedían por todas partes pero esto no nos desanimaba. Ayudados por nuestros educadores y por el Espíritu de Dios, tratábamos de vivir en unidad y en fraternidad. Leíamos el Evangelio y lo poníamos en práctica. El 29 de abril de 1997 los rebeldes avanzaron hacia nuestra casa. ¿Cómo comportarnos en caso de ataque? Juntos, nos dijimos: Permaneceremos unidos.A la mañana siguiente irrumpieron en nuestro dormitorio. Empezaron a disparar sin control, gritando: ¡Los hutus a un lado y los tutsi al otro! Rechazamos dividirnos. Permanecimos juntos”.
  • “A mi me hirieron en seguida con un disparo en la pierna derecha. Acabé debajo de una cama. De repente una gran explosión: habían lanzado una granada en medio de nosotros. De golpe murieron más de 30 chicos. Continuaron disparando incluso entre los muertos  y yo fui herido por otras balas. En medio de este infierno,   mis compañeros morían, diciendo: Dios, Padre nuestro, perdónales porque no saben lo que hacen.7 años después he vuelto a ver a estos rebeldes en la parroquia. El Señor me ha dado la gracia de perdonar a quienes nos habían disparado”.
  • “Nunca olvidaré lo que me dijo uno de los 40 chicos asesinados dos minutos antes de morir: ¡Debemos permanecer unidos! Hoy todavía esta frase, para mí, es como un testamento”.

(Domingo III de Pascua, ciclo A)