En la Semana de Vida Religiosa celebrada recientemente, la profesora Nurya Martínez-Gayol evocó, para explicar algunas claves de la vocación, algunos aspectos del famoso cuadro “La vocación de San Mateo”, de Caravaggio, todos los días contemplado por cientos de personas en la Iglesia de los franceses en Roma, que recrea escena del capítulo 9 del Evangelio de San Mateo. Ante la celebración del próximo domingo de La Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, recogemos un resumen de estas claves:

La luz penetra en la estancia cuando entra Cristo. Es la luz de la gracia que viene de Cristo en el fondo oscuro. Es direccional, no ambiental. Los personajes están en la oscuridad y son rescatados, salvados, y llamados a la existencia. Es una presencia de lo divino, porque Dios es luz y es misterio: la fuente de la luz esta fuera del cuadro. La vocación es siempre eco de la voz de Dios que se adentra en nuestra oscuridad.

El espacio. Dos espacios verticales: el superior casi vacío, con la ventana que es apertura a otra realidad, origen y destino de la llamada. El espacio inferior es la vida cotidiana, donde se da la llamada. Y dos espacios horizontales: De izquierda a derecha la mirada de los recaudadores. La elección está entre el dinero y el maestro. Uno de los personajes parece el joven rico, otro la avaricia, otro parece dispuesto a defenderse, otro sigue con las moneas y no puede ver lo que pasa. Dice el teólogo Von Balthasar que sólo hay una manera de pasar ante Jesús y no verlo: ocultarse. De derecha a izquierda la mirada de Cristo apunta al rostro de Mateo. Espacio de libertad, y espacio de gracia.

El tiempo: Un instante que suspende la acción: El Evangelio dice que Jesús le dice a Mateo: “Sígueme”. Y que “el se levantó y lo siguió”. Aunque el cuadro no muestra este movimiento, lo presenta. Nadie se mueve. La acción se interrumpe. El poder está en la suspensión de la acción. Es la crónica de que la irrupción de la gracia interrumpe la acción humana. Caravaggio nos muestra presencia de Dios en la experiencia cotidiana.

Las manos de Jesús: Una es como la de Adán de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Representa la nueva creación. La otra es la mano abierta al que contempla el cuadro, para comprometerlo en él. La llamada es sólo de Cristo pero la mano de Pedro explica que es para la Iglesia, representada por él, pero con un rostro no terminado para que podamos ven en él otros rostros.

Las miradas: Jesús mira a quien todo lo tienen medido y controlado, como es un contable. Mirada de conmoción que levanta, cura, genera esperanza. Y el único personaje que mira a Jesús es Mateo, iluminado por la mirada de Jesús. Expresa arrebato, seducción, afecto a aquel que lo llama. Ya no es el recaudador, sino el llamado. La llamada nos descubre a nosotros mismos.